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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

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Lluís Orriols - @lluisorriols

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Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

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Por una sociología para princesas

Alberto Penadés

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Aprovechando que le han dado el premio Princesa de Asturias a Dani Rodrik -saben que se llama así, no es como decir Dick o Sue para señalar que cenas con la literatura- y cierta triste controversia a propósito de un documento remitido al Congreso de los Diputados sobre la evaluación de políticas públicas, vale la pena pararse a pensar en los premios a las ciencias sociales y en ciertas dificultades para resultar premiadas, sobre todo alguna, como la sociología, que a duras penas designa ya una única cosa y que parece querer renunciar tanto a la ciencia como a la influencia. Como el Trilema de Rodrick lo cita hasta el Hípster en la España Vacía de Daniel (Dani, si preferís) Gascón , de su premio tengo poco nuevo que decir, salvo alegrarme. He leído en una entrevista que su libro de economía favorito es Micromotivos y macroconducta de Th. Schelling, y solo por eso ya me cae bien.

Pongamos el asunto en el contexto de otros premios internacionales a las ciencias sociales. El premio Nobel en Economía se entrega desde 1969 y está dotado con unos 950.000 euros. Desde 1995 incorpora a dos no economistas en el jurado. Lo han obtenido dos doctores en ciencia política (entre ellos, la primera mujer, Elinor Ostrom) y un psicólogo [1]. El premio más prestigioso de la ciencia política también es sueco, el premio Johan Skytte (Uppsala); se entrega desde 1995 y está dotado con cerca de 50.000 euros (o 19 veces menos que el Nobel). No existe nada ni remotamente parecido en la sociología. Lo Asociación Internacional de Sociología (ISA) confiere cada cuatro años, y solo desde 2013, un “Galardón a la excelencia en la investigación y en la práctica” de esta disciplina. Se concede una placa, un billete en clase turista para la ceremonia de entrega y matrícula gratis en el congreso internacional en el que se lleva a cabo.

La mayoría de los premios específicamente de sociología son nacionales o circunscritos a alguna especialidad, o reservados para los miembros de un grupo, o todo a la vez; y son casi siempre galardones simbólicos, dotados, si acaso, con cantidades bastante modestas. Esto puede parecer una tontería, pero no lo es. El hecho es que mientras que la economía o la ciencia política se dividen más bien por subdisciplinas, la sociología se divide sobre todo por escuelas. Mientras que las subdisciplinas suelen respetarse y hasta aceptar cierta jerarquización, las escuelas sociológicas tienden a desacreditarse mutuamente. Dar premios ecuménicos es muy difícil. Mientras que la lista de premios Skytte le infundirá respeto a cualquier estudiante de ciencia política, no digamos el Nobel para los economistas, de los dos galardones ISA yo he tenido que buscar en Google a uno de ellos. La balcanización es así.

Existe una lista de premios académicos del observatorio IREG publicada en 2019 que los ordena de acuerdo con una encuesta de reputación hecha entre expertos. En la sección de premios internacionales de ciencias sociales incluye cinco de economía, cuatro de ciencia política y cuatro de criminología. No digo que la pre-selección haya sido la mejor, pero se pueden entender las razones por las que no incluyen premios en sociología, e incluso se puede entender la razón por las que, desgraciadamente, no incluyen el Príncipe de Asturias ni siquiera entre sus premios multidisciplinares.

Veamos cuáles son los premios evaluados que se refieren a economía y ciencia política (con perdón de la criminología). Aunque el IREG no menciona en ningún caso el dinero que se entrega, añado esa información, en la medida en la que he sido capaz de encontrarla, en la tabla que sigue.

Se ve que son todos premios más bien recientes, pero la antigüedad marca diferencias (manteniendo lo demás constante, una lista de nombres larga contiene a más genios que una corta). La diversidad en la dotación económica es muy grande y resulta muy importante para el prestigio, pero para infortunio de la Fundación BBVA lo que podemos llamar el Aura del Norte parece ser aún más decisiva. Cuatro en países nórdicos, más un quinto en Alemania, frente a uno en EEUU y otro en España, además de dos premios con sede variable. Lo de la Fundación BBVA, visto así, tiene mucho mérito, aunque su dinero le cuesta. Hay un premio específicamente circunscrito a menores de 45 años, el Yrjö Jahnsson y otro que, en la práctica, lo está, el Stein Rokkan.

Para ponerles caras familiares: Juan Linz obtuvo tanto el Skytte como el Karl Deutsch (solo dos politólogos tienen ambos premios al conjunto de sus carreras); Eva Anduiza y Abel Escribá-Folch tienen el Stein Rokkan; y Jordi Gali el Yrjö Jahnsson. Uno en Yale y tres en Barcelona. Además, Juan Linz obtuvo el Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales y el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política. por lo que debe de ser el más laureado después de Ostrom, Tengo entendido que cuando le preguntaban por qué no había regresado a España decía que porque nadie le había ofrecido trabajo.

El premio Príncipe o Princesa de Asturias de Ciencias Sociales se entrega desde 1981, aunque no se puede considerar un premio internacional hasta principios de este siglo. Su dotación es de 50.000 euros; al cambio, un poco más que el Skytte. Está abierto a las tres disciplinas que ya he mencionado y a casi cualquier materia que pueda emparentarse con las ciencias sociales, o al menos hacerse amiga. El reglamento dice “la historia, el derecho, la lingüística, la pedagogía, la ciencia política, la psicología, la sociología, la ética, la filosofía, la geografía, la economía, la demografía y la antropología”. Para la Sociología es, desde luego, el premio más generoso que existe, y es posible que también sea el mejor dotado al que pueden aspirar la mayoría de los científicos sociales, salvo los economistas.

El premio Príncipe de Asturias comenzó como un premio nacional de hecho. Otros premios de ámbito deliberadamente hispano han ido apareciendo después, con generosidad. Supongo que el impulso por repartir los premios “en casa” puede ser el síntoma de un país en vías de desarrollo científico, aunque en esto, como en la vida, habrá quien piense que la modernización solo llega a través de la internacionalización, mientras que otros dirán lo contrario, incluso lo repudiarán como neoliberalismo, y entenderán la protección local como una forma saludable de ganar impulso o de justa gratitud con nuestros mayores. Yo estoy dispuesto a contemporizar con ambos. Si un país con pocos recursos científicos se dedica solo a dar premios internacionales más bien estará buscando darse prestigio a sí mismo que repartirlo, pero si se quiere alcanzar prestigio, hay que terminar internacionalizando. Esto es lo que ha hecho el Príncipe de Asturias en el siglo XXI.

Su trayectoria inicial, tan localista, y su indefinición científica con respecto a las ciencias sociales convencionales (que me perdonen los juristas, pero se lo han dado hasta a seis catedráticos españoles de derecho) hacen que el premio no haya terminado de asentarse. Con todo, en mi opinión, está adquiriendo su estilo. Lo que caracteriza al Princesa de Asturias es una cierta debilidad por aquellos científicos sociales (o asimilados) que mejor comunican, que sus contribuciones son más accesibles y que pueden oficiar como intelectuales públicos. Científicos que no solo discuten con sus pares (a no confundir con los que no discuten con sus pares). Entiéndase, me gustaría que hubiera un gran premio a la sociología puramente científica, pero me temo que sea tan ilusorio como un CIS financiado e independiente. Es como un destino trágico que a lo mejor hay que asumir.

Equilibrar prestigio científico y relevancia social es un asunto delicado, pero si el jurado lo hace bien podría llegar a darle un perfil propio interesante. El problema es que si el valor científico ya es discutible, la reputación que va más allá de lo científicamente tangible fácilmente llega a ser controvertida. No hay que ser ruin con los ya premiados, pero los hay cuñados [2].

Los diez últimos premios nos dan una idea de sus fortalezas y debilidades, algunos son científicos de gran importancia (Duflo recibió el Nobel después de este), y otros son más bien conocidos como intelectuales públicos, pero muchos son las dos cosas, que es lo más interesante. Ordenados por su impacto científico, son estos: Alejandro Portes (Sociólogo, más de 20.000 citas en la Web of Science, índice h igual a 55); Esther Duflo (Economista 11.500+ h45); Dani Rodrik (Economista 2100+ h37); Howard Gardner (Psicólogo 3900+ h32); Martha Nussbaum (Filósofa 4700+ h30); Saskia Sassen (Socióloga 3400+ h25); Mary Beard (Historiadora 1045 h 13); Michael Sandel (Filósofo 600 h7); Joseph Pérez (Historiador e hispanista, no consta en la Web of Science); Karen Armstrong (Ensayista, experta en religión, no consta en la Web of Science). Por si se lo preguntan, el índice h es el número de publicaciones científicas que reciben un número de citas igual o mayor a sí mismo. [3]

Hay que decir que la sociología aquí se ha portado bastante bien, y el riesgo era grande [4]. Los sociólogos están bien emplazados en lo que no es un mal registro de autores que escriben de forma interesante y analítica (unos más que otros) sobre cosas que nos preocupan. Para bien o para mal, no es un premio a los más grandes científicos sociales en cuanto personas que resuelven preguntas sobre las sociedades humanas usando métodos científicos, sino, en mi opinión, al efecto multiplicador de esa destreza con la relevancia de sus asuntos y la capacidad de influencia intelectual sobre los debates en los que se ocupan. Se valora una vertiente más científica o esotérica y otra más pública o exotérica. El resultado parece casi razonable, teniendo en cuenta que ambas cosas no caminan de la mano. (Si supiera cómo medir el número de citas en la prensa española, el orden sería muy distinto al de su impacto científico).

La sociología es, posiblemente, el eslabón más débil de las ciencias sociales. Si se toma cualquier lista de los sociólogos y sociólogas más citados o más prestigiosos -y existen varias como esta, de distinta inspiración pues, al fin y al cabo, la sociología del conocimiento es sociología- lo que uno encuentra son autores que ni siquiera se entienden si se leen entre ellos, cosa que raramente hacen, salvo para poner el grito en el cielo. El documento que ha provocado el pequeño Methodenstreit tuitero, que si las técnicas cuantitativas y experimentales nos deshumanizan y que si hay que leer más a economistas como Sampedro, es un reflejo de esto. (Me juego una cena a que fue un sociólogo, en la ciencia política ese debate es ya un poco residual y en economía no llega a marginal).

Si se pudiera pedir sin límite yo pediría que la sociología se hiciera más principesca. Con esto quiero decir que no solo debe ganarse el respeto de alguien más que de los sociólogos afines y quedarse en tostón con consenso interno. (la maldición del mínimo común denominador). Ser capaz de convencer al “Príncipe” además de a tus pares, sea este una persona, un Congreso de Diputados, o la opinión pública, de que lo que dices lo dices con buenas razones, que no es arbitrario, que es generalizable, que no es trivial… Alejandro Portes fue por eso una buena elección como sociólogo, como ahora lo es la de Rodrik como economista. Carecemos un método claro para establecer la relevancia, pero no hay que renunciar [5]. La ciencia social, y la sociología más que ninguna, suspira por un Leibnitz que fuera capaz de descubrir el cálculo diferencial y de escribir filosofía para princesas

--

[1] Los otros son Herbert Simon (1978) y Daniel Khaneman (2002).

[2] Un error lo tiene cualquiera, y sociólogos pasando el hisopo sobre un tirano nunca han faltado, pero no conviene olvidar, por si acaso se confunde con lo principesco, y ya siento meterme con él, que Giddens (premio en 2002) fue capaz de escribir esto tras charlar con Gadaffi en 2007. Lo malo ahí fue lo cuñado, pensar que eres capaz de determinar que un dictador es popular (ya vimos luego lo popular que era)

[3] Es convencional utilizarlo, aunque no siempre funcione bien. Por ejemplo, el sociólogo con el artículo más citado de la historia, Mark Granovetter, tiene un índice h de 17, muy bajo para ser quien es, puesto que solo con sus dos primeros artículos suma más de 25000 citas.

[4] A Zygmut Bauman se lo dieron en la sección de “comunicación y humanidades”. Creo que honra al jurado haber esquivado ese escollo.

[5] No quiero decir que no haya prioridad entre las dimensiones. Solo sobre la base de ciencia en la que podamos creer son los científicos sociales interesantes como intelectuales públicos.

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