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¿Unidad Popuqué?

José Daniel Espejo

A estas alturas de la película electoral, y a la vista de los resultados de los procesos de confluencia transformadora que se han dado a lo largo del país, ya podemos decir que militar en la izquierda y ser partidario de la unidad popular es un poco como ser del Betis: algo doloroso que hay que sobrellevar con resignación. Con orgullo también, claro. Pero no somos superhéroes: a veces se nos nota la cara de circunstancias. Cara de Betis. He ahí una metáfora, la primera de las tres que voy a usar, en este texto, para describir el estado de cosas en el hemisferio izquierdo de la sociedad española, ante la próxima cita electoral.

-¿Tres metáforas, acho? ¿En serio?

- Sí. Yo es que soy poeta, compañero. Funciono así.

Desde Finisterre a Cartagena, las múltiples propuestas municipalistas y regionalistas de confluencia han embarrancado una y otra vez, a veces de penalti injusto en el minuto 88. Tan diversas como las propuestas han sido las excusas que ha recibido la afición, pero, si las examinamos bien, todas se parecen. La culpa de todo, nos han dicho los dirigentes de uno y otro partido, al salir de esa última reunión que ponía fin a las conversaciones, la tiene Yoko Ono, mientras se señalaban entre sí. Nunca nadie reconoce su responsabilidad en esa ruptura, en esa traición a los principios de la unidad popular, tan sagrados entre los de abajo. Tal vez por eso, la ruptura no ha ocurrido tampoco nunca ante una asamblea. Estas cosas, mejor en los despachos, parecen pensar.

La metáfora (la segunda) que se me ocurre para explicar esta fase de (de)construcción de las tan necesarias plataformas de confluencia es la de un negocio familiar, administrado por tres hermanos. La tiendecica de la unidad popular podría ir bien, pero los hermanos, que tienen sus rencillas atravesadas, solo la defienden de boquilla. Cuando los otros no miran, meten la mano en la caja, y, si algún empleado denuncia que las cuentas no cuadran, se echan la culpa entre sí. En realidad, lo que los tres tienen en mente es quedarse con la herencia. En el momento en que entienden que no van a poder heredar como ellos quieren, se juntan ante la mesa de camilla y deciden vender. Para invertir cada uno en su chiringuito originario. Justo entonces, le plantan en el barrio un centro comercial. “Centro” y “comercial” empiezan por C's. Pero ésa es otra historia.

Pocas propuestas de unidad popular han sobrevivido a esta fase. Con los dedos de una mano, se pueden contar. Y no se han librado de tener que encarar problemas tremendos. La de Barcelona sufrió un duro golpe cuando las CUP decidieron abandonar la formación. La de Madrid tiene enfrente a ese sector “pro-Bankia” de IU cuyo principal interés no es ganar las instituciones, desalojar al PP o imponer las reivindicaciones de la izquierda, sino conseguir que los compañeros que han decidido permanecer con Manuela Carmena sean expulsados con deshonor.

¿Y la de Murcia? Todos los problemas del mundo, pero, a base de transfusiones democráticas, como la de la última asamblea de San Basilio, la candidatura del limón sigue en pie. Me cuentan que la cúpula de Podemos en el municipio prepara ahora una consulta para deslegitimar a aquellos militantes que han permanecido en Cambiemos Murcia. Todo se pega, supongo. Menos la hermosura. Sea como sea, sin embargo, hemos llegado hasta aquí.

La metáfora, ahora, (y ya es la última, lo prometo) vendría a ser la que equipara la unidad popular con la lengua vernácula de la izquierda. Una lengua materna proscrita en un régimen totalitario, como el catalán, el gallego y el euskera bajo el dictador. El idioma en el que te entiendes en tu casa, en tu barrio, en los diferentes espacios de lucha local, con compas de otras siglas, pero que hablan igual.

Una lengua prohibida, claro está, en las instituciones de izquierda. Que no te pillen usándola en los pasillos de los partidos. Que nadie te oiga una palabra de ella en los consejos políticos. Porque será la última que pronuncies allí.

Qué extrañeza cuando te despides, en la bonita lengua materna de la unidad popular de la izquierda, de un compa que sale elegido, y compruebas, poco tiempo después, que no solo no pronuncia un solo sonido del idioma que compartíais, sino que tampoco te entiende cuando le hablas. Ni cuando le gritas. Ni cuando le lanzas un último “¡tú ya no me representas!” y te largas de allí.

No sabemos qué ocurrirá el 24M. Para los que creemos en este idioma de unidad, sin embargo, lo importante comienza el día 25. Que es el de volver a la calle, a los espacios de lucha de siempre, y recomponer lo que se rompió. Quién sabe. Tal vez veamos volver a unos y otros, tal vez sea posible empezar a reconstruir. El abrazo ya lo tenemos preparado, y ya sabéis en qué lengua nos vamos a saludar.

Porque viva la unidad popular.

Manque pierda.

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