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La cartografía de nuestras miradas

La activista egipcia Mona Seif, fundadora del Movimiento contra los juicios militares a civiles, enjaulada, esperando el veredicto del juez (Foto: Sharif Kouddous)

Olga Rodríguez

Me pregunto qué argumentos esgrimen ahora los que aquí en Europa defendieron el golpe de Estado en Egipto el pasado mes de junio y julio. Desde entonces, cientos de manifestantes han muerto y diversos activistas han sido encarcelados por el simple hecho de protestar.

Entre ellos, han sido arrestadas varias menores de edad, acusadas de haber participado en una protesta organizada por los Hermanos Musulmanes, a los que ahora las autoridades consideran terroristas, calificación con la que pretenden justificar la caza de brujas que llevan a cabo contra toda persona cercana a la organización islámica.

La represión llega hasta tal punto que incluso han sido detenidos periodistas de la cadena Al Jazeera -varios egipcios, un australiano y un canadiense- acusados de colaborar con la Hermandad.

Aquí en Europa algunos de nuestros ‘representantes’ no condenaron el golpe de Estado en Egipto (Tony Blair llegó a defenderlo), o lo hicieron con la boca pequeña, diciendo que lo ocurrido “era más complejo que un golpe de Estado”. Hubo incluso medios de comunicación que presentaron como ‘expertos en Egipto’ a algunos defensores del golpe.

Como es habitual en los planteamientos simplistas, lo de Egipto se ha explicado a menudo como una cuestión enzarzada en dos únicas opciones: “O estás con los Hermanos, o estás con el golpe de Estado”, dejando fuera del escenario otras posturas políticas.

Esa tendencia al binomio, también aplicada al caso sirio, - “o estás con Assad o con Al Qaeda”- es una lectura común que se emplea incluso para España, donde muchos piensan que si alguien critica al Psoe es del PP, y si critica al PP, es del Psoe.

En Egipto no solo están encarcelando y reprimiendo a integrantes de la Hermandad musulmana. Las autoridades persiguen también a activistas laicos. Y esto lo especifico porque lamentablemente aquí en Europa hay sectores reticentes a condenar las violaciones de los derechos humanos cuando éstas afectan a “los otros”.

Hace unas semanas varios jóvenes egipcios fueron condenados a tres años de prisión, entre ellos los fundadores del Movimiento laico 6 de Abril, uno de los grupos que organizaron las protestas de 2011. Su único delito, organizar protestas.

También la integrante de los socialistas revolucionarios Mahienour al Masry -aquí se la puede ver en vídeo, entrevistada por Leil Zahra- ha sido castigada a dos años de cárcel.

Los hermanos Alaa y Mona Seif, conocidos defensores de los derechos humanos, han sido otros de los condenados (su historia es relatada en el libro “Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe”, Debate, 2012).

El bloguero Alaa lleva en prisión desde el pasado mes de noviembre. Su hermana Mona, bióloga y fundadora del Movimiento contra los juicios militares a civiles, dice de sí misma que “por el día cazo mariposas y por las noches las fuerzas de seguridad tratan de cazarme a mí”. Mona no entrará en la cárcel de momento. Su castigo ha sido “suspendido”, pero será aplicado en caso de que sea acusada y condenada por cualquier otro asunto. De este modo las autoridades egipcias pretenden desactivar las protestas.

¿Por qué les cuento todo esto? Quizá más de uno esté pensando que con lo que tenemos aquí en España, con la situación a la que nos están sometiendo, no estamos precisamente para preocuparnos de los males ajenos. Permítanme que discrepe:

Primero, porque la indiferencia es nuestro mayor enemigo y puede llegar a avergonzarnos. Recordemos, por ejemplo, cómo buena parte del planeta celebró el Mundial de Fútbol que tuvo lugar en Argentina en 1978, mientras hacía caso omiso a las múltiples denuncias sobre torturas, desapariciones y asesinatos practicados por la dictadura del país latinoamericano.

Y segundo, porque en el siglo XXI, lo que pasa lejos puede repercutir en nosotros. Hay de ello diversos ejemplos. Entre otros, el 11-S, el 11 de marzo de 2004 o las revueltas árabes.

2011 fue el año de las protestas y del surgimiento de nuevos movimientos sociales en diversos puntos del planeta. Fue un año batallador y lleno de esperanza. 2013 ha sido la cara oscura de todo aquello. España no es el único país donde se han aprobado nuevas leyes que limitan el derecho a la manifestación. 2013 llegó cargado de represión, de impunidad y de restricción de libertades en varios escenarios, desde Egipto pasando por Bahrein, México o Reino Unido, entre otros.

La era de la globalización concibe fronteras para las personas y para la ley -con un derecho internacional aún maltratado-, no para las riquezas. Nos gobiernan organismos supranacionales, encargados de dictar las políticas económicas e incluso las medidas represoras para llevarlas a cabo.

Por ello, si los de arriba piensan de forma global, los de abajo no podemos concebir nuestra realidad de manera aislada. En 2011 nos interesó lo que pasaba fuera de nuestras fronteras porque en muchos casos era esperanzador. Pero es en los momentos difíciles cuando más que nunca la solidaridad tiene que alargar sus tentáculos para entablar contactos con otras realidades. Para desarrollar alternativas y actuar en el mismo plano global y supranacional que nos vigila, que nos gobierna y condiciona.

La Tierra no es plana, ni termina en nuestras fronteras. Hace tiempo que se descubrió que el cabo Fisterra no era el fin. Más allá hay otros paralelos y meridianos que deberían formar parte de la cartografía de nuestros análisis, de nuestras acciones y de nuestro periodismo, para no anclarnos en lecturas amputadas, para poder ver el mapa completo de unas realidades globales complejas y cada vez más interconectadas.

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