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Una sesión clave de Naciones Unidas

La próxima reunión de la ONU es, una vez más, clave.

Economistas Sin Fronteras

Juan A. Gimeno —

El 25 de septiembre está prevista la celebración de una sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas. Los Jefes de Estado y de Gobierno se reunirán para escuchar el informe del Secretario General sobre la marcha de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y acordar el procedimiento para la aprobación de la nueva agenda de desarrollo para el periodo 2015-2030.

La aprobación en 2000 de los ODM supuso un momento histórico de compromiso mundial por la reducción sustancial de la pobreza extrema y el hambre en el mundo, así como por un fuerte impulso a la educación y mejoras en la salud, la equidad de género y la sostenibilidad ambiental. El último de los objetivos, fomentar una asociación mundial para el desarrollo, ponía el acento en el compromiso activo de los países del norte en la consecución de los ODM.

Desgraciadamente, salvo honrosas excepciones, este último objetivo es el que presenta resultados más desesperanzadores. El compromiso de los países ricos sigue mostrando una racanería inconcebible. Es triste que España, que había marcado algunos años una senda positiva, haya retrocedido tan brutalmente estos últimos años, al socaire (¿con el pretexto?) de la crisis. Es triste que, todavía hoy, buena parte de la población ignore incluso la existencia de los compromisos del milenio.

Quizás por ello, los pesimistas acertaron y parece claro que en 2015 no se logrará el cumplimiento de la mayor parte de los ODM (v. el anuario de la Plataforma 2015 y más). Sin embargo, el proceso ha tenido muchos aspectos positivos. En los países del Sur, especialmente, ha permitido una mejor conciencia de los gobiernos y la opinión pública, ha orientado más adecuadamente la fijación de prioridades y ha posibilitado mejoras notorias, especialmente en educación y sanidad en muchos países. Los ODM han sido importantes igualmente para que la ONU y las agencias de cooperación fijaran sus políticas acordes con los criterios que definen.

Involución en el cumplimiento

La cuantificación de las metas ha posibilitado también el seguimiento efectivo del proceso. Que Naciones Unidas presente periódicamente los datos de evolución del grado de (in)cumplimiento de los ODM y que el Banco Mundial se haya involucrado desde el primer momento con la declaración del Milenio, también ha de considerarse positivo.

Por ello, es muy importante la cumbre del próximo 25 de septiembre y los principios que se fijen para después de 2015. Porque los objetivos que se fijen pueden marcar cuál haya de ser la dirección de las políticas durante muchos años. Es muy oportuno el dossier que acaba de publicar Economistas sin Fronteras en el que se recogen reflexiones muy importantes para entender lo que nos estamos jugando. Algunas de las ideas que se exponen a continuación son deudoras de esas aportaciones.

La experiencia muestra que no basta con fijar objetivos más o menos ambiciosos de forma parcial si los factores institucionales no juegan en la misma dirección. Por ejemplo, creo que dos objetivos fundamentales para el nuevo periodo han de ser no sólo erradicar la pobreza extrema (en 2000 se fijó tan solo reducir a la mitad), sino también reducir las desigualdades mundiales. Este segundo aspecto, tan olvidado habitualmente, es condición necesaria para consolidar paulatinamente una estabilidad en las políticas de lucha contra la pobreza en el mundo.

Sin duda, de inicio, ello supone que los objetivos y compromisos han de involucrar tanto a los países del Norte como del Sur. Entre otras razones, porque es impensable conseguir objetivos ambiciosos de desarrollo humano y sostenible si no se afronta de una vez la revisión de las regulaciones comerciales y el sistema financiero internacional o la erradicación de los paraísos fiscales. La aprobación de los Objetivos de Desarrollo para el nuevo periodo puede ser la ocasión para comprometer definitivamente esos cambios estructurales que vienen proclamándose como urgentes desde 2009.

En esa misma línea, debe aprovecharse el debate para definir correctamente qué entendemos por desarrollo humano y sostenible. El crecimiento no puede convertirse en el único indicador. Un crecimiento que margina los derechos sociales, la sostenibilidad ambiental o la desigualdad, no puede considerarse un avance, sino un retroceso en el bienestar general.

Compromiso global

Por otra parte, el compromiso ha de ser global y suponer exigencias para todos los países, sea cual sea su situación de partida. Es preciso fijar objetivos diferenciados entre países en los que las necesidades básicas son las prioritarias, quizás los más comprometidos con los ODM, y países que han alcanzado buena parte de esos objetivos y se enfrentan a otros retos que tienen que ver más con la fragilidad institucional, el desempleo estructural, la dependencia financiera o la debilidad del Estado.

Desgraciadamente, los conflictos armados y las guerras civiles siguen siendo permanente actualidad. Diariamente, las guerras provocan desplazados, hambre, enfermedades y empobrecimiento. La prevención de conflictos y aportar soluciones eficaces para mitigar sus efectos negativos deben incluirse entre los objetivos de futuro. Desarrollo es el nombre de la paz, pero la paz es también condición para el desarrollo.

Estos y otros aspectos semejantes son claves para el acierto en la definición adecuada de los objetivos post-2015. Pero tan importante como esa correcta definición es consolidar un método eficaz de seguimiento y de cumplimiento. El escepticismo volverá a ser importante si nos quedamos en declaraciones solemnes de buenas intenciones que muchos gobiernos pueden ignorar absolutamente.

Para que los objetivos que se aprueben sean realmente eficaces se necesitan, claro es, medios y financiación suficientes. Es preciso concretar compromisos de aportaciones financieras por parte de todos los gobiernos, con calendarios estrictos y seguimiento multilateral. Probablemente, es soñar, pero bien estaría la puesta en marcha de algunas de las tributaciones que se vienen proponiendo (como tasas sobre movimientos financieros más o menos acotadas o sobre emisiones contaminantes…) al servicio de los objetivos que se aprueben.

Además, es fundamental un seguimiento eficaz de los avances y los incumplimientos. La cuantificación de las metas es un instrumento que favorece el seguimiento. En periodos no demasiado largos (¿trienalmente?), Naciones Unidas debe presentar un informe de la evolución que no se limite a dar unas cifras globales, sino que señale claramente culpables, buenas y malas acciones, quién avanza y quién retrocede o no progresa de forma correcta.

También es soñar, pero sería magnífico que de los incumplimientos se derivaran sanciones. Por ejemplo, que el cumplimiento de las obligaciones marcadas fueran condición necesaria para acceder a órganos y responsabilidades dentro de Naciones Unidas. No tiene demasiado sentido, por ejemplo, que se siente en el Consejo de Seguridad un país que incumple los compromisos asumidos, en este caso en relación con los objetivos de desarrollo.

Como soy escéptico respecto a la viabilidad de sueños como los antedichos, creo que debe de ser la ciudadanía la que asuma la responsabilidad de forzar el cumplimiento de los acuerdos. Debe ser la opinión pública, país por país, la que exija a sus gobiernos el comportamiento correcto. Nuestros votos, nuestras manifestaciones, nuestras presiones, quizás convenzan a nuestros gobernantes de que no podemos seguir mirando para otro lado cuando vemos hambre, desigualdades insultantes, guerras e injusticia.

Cada víctima inocente en el mundo es, en parte, responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Y no es con intervenciones armadas como se solucionan los problemas, sino con políticas coherentes de desarrollo.

El 25 de septiembre es un momento muy relevante para no equivocarse. Pero la presión debe ir creciendo día tras día, hasta conseguir la política de desarrollo necesaria.

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