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La sociedad civil bulle

Andrés Ortega

La sociedad civil bulle. Es la reacción frente a una parte de la vieja política anquilosada que parece creer en el dicho de Ignacio de Loyola: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Y, sin embargo, lo que pide esta sociedad civil, o al menos la parte de ella más activa, es, justamente, hacer mudanza en estos tiempos de tribulación. Del sistema, se entiende, que parece haber llegado, como poco, a un fin de ciclo. Y esto lo ha entendido antes la sociedad que esa parte de la clase política que se declara políticamente inmovilista, pese a que muchas cosas están moviéndose.

Este nuevo activismo en la sociedad civil, tradicionalmente débil en España y aún no a la altura asociativa y participativa de las sociedades más avanzadas en Europa y en EE UU, se deja notar en la multiplicación de los movimientos sociales, la gran parte de ellos al margen de unos partidos políticos que habían perdido el contacto directo con los ciudadanos. Los partidos políticos, y los sindicatos, compiten ahora con otras formas de organizaciones sociales que para algunos parecen más próximas a las necesidades y posibilidades de las sociedades y de los individuos en ellas, a la vez que algunos de estos movimientos están tornándose en opciones o partidos políticos.

El movimiento independentista en Cataluña no habría llegado a dónde ha llegado (lejos pero no tan lejos como esperaban sus impulsores) sin la aportación de movimientos como la Assemblea Nacional Catalana, u Òmnium Cultural, aunque dependan en parte del apoyo de la Generalitat. Frente a ellos hay otra organización de la sociedad como es Societat Civil Catalana. En Cataluña y el País Vasco la sociedad civil siempre ha sido más fuerte que en el resto de España. Algunos de los líderes de los movimientos sociales, como Ada Colau, la portavoz de la Plataforma Antidesahucios, ahora se están metiendo a políticos, como suele ocurrir, y ocurre también con Podemos que en parte nació de la estela del 15-M, con lo que vemos ante nuestros ojos la transformación de un movimiento social en un partido, o varios. Hay que sumar las diversas marchas, blancas, verdes, incluidas las Marchas por la Dignidad. Esto ha llevado a algunas comunidades de ciudadanos o trabajadores, a menudo ignoradas, a organizarse para intentar influir. Es un fenómeno que no se da sólo en España sino en otras sociedades de nuestro entorno, como la británica.

Van naciendo constantemente nuevos medios de comunicación, sobre todo, en la Red, como periódicos o blogs generales o especializados y agrupaciones que cada vez influyen más en el debate público. Ahí están, por ejemplo, Agenda Pública, o +Democracia, el Círculo Cívico de Opinión, Politikon y muchos otros, en el terreno político, a lo que se suman otros de gran calidad en el económico o general. Todo ello lo facilitan Internet y las redes sociales, pues los costes de entrada son bajos, aunque también necesitan de financiación, hasta ahora esencialmente voluntaria.

Ello cuando se han producido dos fenómenos: la reducción en la militancia de los partidos tradicionales, y la alta mortandad de fundaciones y ONGs, derivada de la crisis y la falta de fondos públicos y privados. De 13.000 han pasado a 8.000. Y tendrán que plantearse nuevos modelos de financiación, quizás inspirados en lo que hace este eldiario.es con la idea de socios (10.600 hasta ahora). Es decir, que la sociedad civil se está independizando del poder público y privado, en un país en el que, a diferencia de EE UU, ni las empresas ni los pudientes, son muy dados a la filantropía, salvo honrosas excepciones. Además, con la crisis, en España parece haber crecido otra forma de colaboración también muy extendida en Estados Unidos: el voluntariado.

La gente, al menos una parte activa de la ciudadanía, no es quiera dejar de escuchar a los políticos, es que también quiere que los políticos le escuchen. Quieren participar en la conversación política, y los nuevos medios de comunicación, las redes y los movimientos sociales lo facilitan. No se trata de renunciar a la democracia representativa, sino de hacerla más participativa y más deliberativa.

En parte, este activismo que surge desde la sociedad civil, una sociedad civil hasta ahora y aún débil, recuerda a los inicios de la Transición, o al surgimiento de la generación del 14, con Ortega y Gasset y Azaña a la cabeza. En la Transición nacieron, y fenecieron, muchos nuevos medios, pero la pluralidad televisiva hubo de esperar a 1990 para las primeras emisiones privadas, aunque muy anteriormente surgieran otras de ámbito local y vecinal, alegales o ilegales. Hoy a pesar de la concentración de capital, otro efecto de la crisis, hay sin embargo pluralismo televisivo. ¿Durará? En todo caso, hay ya muchas más vías de informarse. También los partidos políticos, sobre todo a la izquierda, estuvieron en la Transición mucho más próximos a los movimientos asociativos de entonces, aunque después se centraran más en la técnica electoral geográfica, al lugar del voto en vez de al lugar donde se piensa en el voto. Un error.

Ahora bien, a diferencia del 14, en esta España que pide cambios –y serán rupturas si no hay reformas sustanciales a tiempo-, que pide mudanza, que pide pasar de una vieja a una nueva política, no hay una generación de intelectuales que represente este nuevo ímpetu. Pues, salvo honrosas excepciones -que son, eso, excepciones-, los intelectuales, han desaparecido –desde luego como colectivo- o se han visto reemplazados por, o transformados en tertulianos en radio o en televisión. Hay una pérdida total de referentes, que se da también en otros países, pero más agravada en el nuestro. Quizás esto es lo que ha hecho que la sociedad civil bulla.

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