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¿Por qué las clases bajas votan a las nuevas derechas?

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. EFE/Ballesteros/Archivo

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Isabel Díaz Ayuso se ha llevado una parte importante de los votos del cinturón rojo de Madrid. Vox superó al PP en las elecciones catalanas con un discurso no sólo españolista sino antiinmigración. No es un caso único. En Inglaterra, con una parte de territorios obreros que se han decantado a favor de Boris Johnson, en Francia con Le Pen, en Estados Unidos con el voto a Trump (sobre todo entre la clase trabajadora o desfavorecida blanca) las nuevas derechas -pues son nuevos planteamientos- se están llevando un voto que antes iba a la izquierda, sobre todo a la socialdemocracia. Hay que levantar la mirada y no quedarse solo en Madrid, o siquiera en España. No hay que buscar solo motivos económicos. Ya Pippa Norris y Ronald Inglehart vieron la dimensión cultural en la victoria del Brexit y de Trump en 2016.

Dirigidos por Amory Gethin, Clara Martínez-Toledano y Thomas Piketty, una veintena de investigadores han publicado un interesante estudio, Clivages politiques et inégalités sociales (pronto saldrá en inglés), recopilando datos de 50 países entre 1948 y 2020. Es una obra que sirve para explicar, con datos, por qué las clases bajas y desfavorecidas, salvo entre los inmigrantes, se han puesto a votar a la derecha y a la ultraderecha en los últimos años, cuando hasta los 80 lo hacían por opciones de izquierda. Su conclusión es que, ante la incertidumbre reinante y la creciente desigualdad, ha ganado la idea de comunidad nacional, religiosa, cultural o étnica. Y ante esta idea y sus simplismos, la izquierda lo tiene más difícil. El capítulo sobre España señala que las divisiones de clase se han ido progresivamente reduciendo, como en Italia, países con una industrialización tardía (y cabe añadir que insuficiente). La crisis que empezó en 2008 impulsó nuevos partidos “contestatarios”, con Podemos en la extrema izquierda, más apoyado por titulados universitarios, y en la ultraderecha, como Vox. Además de Ciudadanos en el centro, y el crecimiento del independentismo catalán, de izquierda y de derecha. En España, dice este estudio, se ha frenado la transición hacia un sistema de “elites múltiples”.

La socialdemocracia está ante un gran desafío. Atraviesa una crisis, en parte víctima de su propio éxito, con estados de bienestar bastante conseguidos, que han cambiado su base social en las anteriores décadas, no cubierta por la nueva izquierda. Pero con la crisis de 2008, la automatización, y la desigualdad -todo ello ahora catapultado por la pandemia y sus derivadas- no son ya las clases trabajadoras que se han venido abajo, sino las clases medias, las bajas y las medias. Trump entendió bien que los demócratas las habían abandonado en lo que a los blancos se refiere. Biden también ha comprendido que o las recupera, con un programa que se acerca al europeo, o su presidencia corre peligro. En Alemania y Francia, por ejemplo, la socialdemocracia y el socialismo están a la baja. En Inglaterra (Escocia es otra historia) el laborismo solo aguanta realmente bien en Londres. Y en España, está casi todo por ver, pero el Gobierno del PSOE y de UP también sabe lo que se juega en este terreno, algo que ha comprendido bien el ayusismo. Los desplazamientos del voto joven y de clase baja en la Comunidad de Madrid han sido bien analizados por Fátima Caballero, Raúl Sánchez y Victòria Oliveres en este diario. Los jóvenes, en efecto, en doble crisis (2008 y 2020) de perspectiva vital son una clave. 

Si la socialdemocracia está en crisis, también lo está el otro pilar de la construcción europea en sus inicios, la democracia cristiana. La derecha tradicional se está transformando, azuzada por más populismo desde su extremo, y por esta comprensión. Veremos si el ayusismo no tiene un reflejo no ya a escala española, sino europea. El mensaje sobre el hartazgo con las limitaciones impuestas al amparo del Estado de alarma y esos otros factores, está siendo observado en el resto de Europa, incluso en su estilo y su populismo. Y claro, están también las ultraderechas, que contaminan al centro derecha, algunas de las cuales, como la de Le Pen en Francia, están ganando en respetabilidad. 

Por su parte, el centro se está desmoronando en España y en otros países de los citados. Se está desmoronando en términos políticos, porque en términos demoscópicos sociales sigue muy presente, lo que provoca un cierto divorcio entre la sociedad y la política, si bien no se traduce en abstención, quizás porque realmente no ha llegado a existir como bisagra, repartido entre el centro-izquierda y el centro-derecha. Incluso en Francia, donde el liberal Emmanuel Macron se enfrenta, sin un partido trabado, la derecha flojea y la izquierda está a la baja y dividida, directamente a Marine Le Pen, y se derechiza.

Pero también hay un auge de un movimiento que rompe con el clásico eje izquierda derecha, que son los verdes, que representan, proponen, un cambio de sociedad (con una temática de la que casi todos, no la ultraderecha populista, se quiere apropiar). Previsiblemente se verá en septiembre en las elecciones alemanas. 

Estamos viviendo una profunda transformación socioeconómica, cultural y política. Pero hay que insistir, no somos tan diferentes. 

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