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Secuelas de 'La Gran Recalificación': OHLA y el exdueño de Poker Stars se reparten Canalejas y la hostelería agoniza

Vista del complejo Canalejas, donde se ubica el hotel Four Seasons y la galería comercial, tras la recalificación de la manzana, a unos metros de la Puerta del Sol.

José Precedo

Madrid —
29 de noviembre de 2025 22:17 h

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No fue un simple cambio de usos en el suelo. Se recalificó una manzana entera a solo unos metros de la Puerta del Sol. Se vaciaron siete edificios históricos de arriba a abajo y se siguió excavando para construir un parking. Hubo que cambiar el Plan General y eso lo hizo en 2013 el Ayuntamiento gobernado por Ana Botella. Hubo que cambiar la ley madrileña de protección del Patrimonio (para rebajarla) y eso lo hizo, en solitario, el PP de Esperanza Aguirre. Se llamó Operación Canalejas, pero bien podría haberse bautizado como 'La Gran Recalificación'. No hay muchos antecedentes en España de una actuación urbanística como esta en uno de los solares más codiciados del país.

Por la misma época en la que todo se tramitó entre la Comunidad, el Ayuntamiento y la Asamblea de Madrid, el principal beneficiado, entonces dueño de OHL, Juan Miguel Villar Mir, alto cargo en la dictadura reconvertido en empresario de las obras públicas y, sobre todo, amigo personal de Aguirre, salvó de la ruina al marido de la entonces lideresa del PP con la compra de un cuadro de Goya por el que le pagó cinco millones de euros. La venta del cuadro derivó en cisma con la familia política de Aguirre. Con su cuñado que lo denunció y va ganando en los tribunales. (Con la otra familia política, el Partido Popular de Madrid, no hubo problemas: apoyó la operación hasta el final).

Doce años después de todo aquello, los grandes protagonistas de la operación están oficialmente jubilados. Esperanza Aguirre ya solo comparece en tertulias de televisión para decir que está muy en contra de la corrupción y que durante aquellos maravillosos años al frente de la Comunidad de Madrid no se enteró de lo que luego ha ido apareciendo en los sumarios: desfalcos en la empresa pública del agua, comisiones irregulares en la adjudicación de colegios concertados, en la privatización de la sanidad, dinero B en las cuentas de su propio partido, una sede pagada en negro... Ana Botella se retiró de la política. Y Villar Mir, fallecido en 2024, desapareció antes de OHL, un gigante empresarial venido a menos y vendido al capital mexicano que ahora dirige la familia Amodio.

El edificio Canalejas, en cambio, sigue en pie, en medio de una enrevesada disputa empresarial. En 2017 otro tiburón de los negocios, Isai Scheinberg, fundador de Poker Stars con su fondo Mohari, compró la mitad de la sociedad por 215 millones de euros. Desde entonces la convivencia en el accionariado ha sido poco apacible. Lo último es que ambos socios, Mohari y OHL, han sellado la paz y se acaban de repartir el complejo. Según fuentes conocedoras de un acuerdo que todavía no se ha oficializado, Mohari se quedará el hotel Four Seasons, el último gran cinco estrellas llegado a la capital, su parte del parking y la tienda de Hermés, con entrada desde la calle. OHLA (el nuevo grupo ha añadido una vocal a su nombre de siempre) mantiene la galería comercial con sus firmas de hiperlujo y también el Food Hall del sótano.

Y ahí, precisamente, en la planta -1 se esconde el gran fiasco de la operación: 3.000 metros cuadrados para restaurantes sin vistas a la calle que nunca acabaron de despegar.

Este jueves, mientras arriba, en la galería comercial, Rolex, Cartier, Ermenegildo Zegna, Valentino y otras firmas de gran lujo facturaban ajenas al Black Friday y a las ofertas, sin carteles de precios en sus escaparates, un piso más abajo todo estaba desierto. Imposible encontrar una señal en el resto del centro comercial de que hay más vida en Canalejas. No hay carteles ni indicaciones ni escaleras que bajen directamente. Al llegar a la galería de restauración, a través de un ascensor escondido, solo permanece un local abierto, el Garelos, del restaurador Antonio Couceiro. En este turno de mediodía no ha cobrado un solo menú. Y la pareja que se acerca lo hace para preguntar dónde están los baños.

La galería de restauración del centro Canalejas, con todos los establecimientos cerrados salvo uno, el pasado jueves.

Cientos de millones de euros después, en los bajos de la última “milla de oro” en la capital, donde la suite del hotel se reserva a partir de 25.000 euros la noche, en el mismo edificio que ha vendido áticos por 13 millones de euros, intenta resistir un hostelero de Betanzos (A Coruña) que vende raciones de pulpo, empanada y merluza a precios razonables. Desde hace tres semanas ha habilitado un servicio de reparto, visto que a la galería que un día llamaron “food hall” ya no entra nadie.

Las escaleras mecánicas que bajan del centro comercial están clausuradas por orden de los caseros, de momento OHLA y Mohari. Y en recepción a quien pregunta por los restaurantes, los guardias de seguridad le responden que la galería está en obras.

Tras la barra de ese único local abierto, Couceiro asegura que todo es parte de una estrategia para que abandone, como lo vinieron haciendo, uno detrás de otro, los propietarios del resto de locales, unos 30 cuando arrancó. Pero el empresario, con otros cuatro restaurantes repartidos por la ciudad, está dispuesto a aguantar con una renta de 10.000 euros al mes, más gastos y dos empleados en nómina. Por eso lo de servir platos a domicilio, una forma de enjugar mínimamente las cuentas e ir tirando.

Couceiro espera que ahora que la planta parece haber quedado en manos de OHLA, sus caseros se avengan a negociar. Desde luego, el food hall lo da por finiquitado. “Abrirán seguramente otra galería de tiendas porque aquí lo de la restauración es imposible de reflotar”, asume el fiasco, mientras ya solo pretende recuperar parte de la inversión y el lucro cesante de su contrato a diez años, y que mientras tanto la propiedad cumpla con sus obligaciones igual que él asume las suyas.

Durante los últimos meses, otros restauradores se quejaban en privado de “mobbing inmobiliario”. Calificaban así las maniobras de la propiedad como cerrar la mayoría de accesos desde el edificio a la planta -1, o que sus empleados respondan a los clientes que el food hall está cerrado por reformas e incluso los grandes cortinones que aparecieron tapándolo todo una mañana.

Uno tras otro los restaurantes fueron echando la verja y ahora la planta entera es un páramo. El runrún en Canalejas era que el grupo Mohari, donde invirtió el exfundador de Poker Stars al abandonar la casa de apuestas, pretendía aprovechar las instalaciones para montar un casino en el subsuelo del complejo y que para eso tenía que desalojar a los inquilinos.

El rumor ha perdido consistencia ahora que Mohari se limitará a explotar el Four Seasons y Hermés.

Un cartel del Centro Canalejas informa falsamente del cierre de la planta de restauración, donde un único restaurante intenta resistir.

Abierto ya solo quedan el Garelos de platos gallegos y, durante cuatro horas, el Salvaje, que un día sirvió comidas y ahora ofrece cocktails de cuatro a ocho de la tarde. Atrás quedó la ruidosa inauguración hace cuatro años cuando se instalaron una treintena de locales: italianos, especializados en carnes, arrocería e incluso una franquicia de ostras. Las animaciones con bailarines desaparecieron y la pirotecnia que acompañaba a los platos se fue apagando. Como el resto del Food Hall.

Uno de los empleados que estuvo desde el principio sostiene que el planteamiento fue equivocado incluso en los detalles más pequeños. Recuerda que a la entrada había un botones que recibía a los clientes con capa y sombrero. “Espantaba a la clientela, todos daban por hecho que entrar a comer supondría un sablazo”.

Desde el Garelos, Couceiro atribuye la ruina al prohibitivo precio de los alquileres. Había restaurantes pagando 30.000 euros al mes por el alquiler, gastos aparte, que luego vendían cervezas a seis euros y vinos a cuatro. Otro despachaba perritos calientes, que calentaban en el microondas, y bebida, por 30 euros.

Al final, el gran pelotazo inmobiliario y el capitalismo salvaje de las grandes constructoras y fondos acabó explotando por el lado más débil: el del cliente que no estaba dispuesto a pagar cinco euros por un refresco en un local sin vistas a la calle ni terraza. Por mucho que para levantar el edificio hubiera que cambiar leyes, planes urbanísticos y hasta comprar un Goya a la familia de la política de turno. Y mientras el conflicto se resuelve, en el epicentro del lujo, a unos metros del kilómetro cero de España, tras 'La Gran Recalificación', un pequeño restaurador intenta resistir sirviendo a domicilio tortilla de Betanzos a 13 euros o chipirones a 15,50.

(Ni OHLA ni el grupo Mohari han atendido la invitación de elDiario.es para participar en este reportaje).

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