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Interrogados e inquiridos

Luis Magrinyà

Lengua y LiteraturaHoy: Lengua (modalidad verbos parlanchines, segunda parte)

En la nutrida y aun así incompleta lista de verbos de decir que presentamos la semana pasada solo incluíamos los que habíamos visto aparecer, en su mayoría con frecuencia, en las acotaciones de los diálogos. Nos limitábamos al estilo directo (“Hace buen tiempo”, dijo), en oposición al indirecto (dijo que hacía buen tiempo) y por eso no figuraban en la lista algunos verbos que no se utilizan en ese estilo. Referirse o aludir, por ejemplo, no han hecho carrera de momento, que sepamos

–crucemos los dedos–, en las acotaciones de los diálogos, pero apuntan maneras en el estilo indirecto:

“Creía que le podían echar veneno en las comidas, y en varias ocasiones aludió a que había gente que quería castrarlo” (Carlos Castilla del Pino, Introducción a la psiquiatría 2, Alianza, Madrid, 1992 (1980), no consta página en la base de datos de la RAE).

“Antes aludí a que no están tan mal escritos los periódicos y los medios de comunicación en general”(Camilo José Cela, entrevista, El Mundo, 10 de mayo de 1996).

“Él se refirió a que el trabajo en el quiosco de periódicos era indigno de una muchacha como ella” (Jorge Volpi, En busca de Klingsor, Seix Barral, Barcelona, 1999, p. 71).

Estos ejemplos suenan algo forzados, ¿verdad? Normalmente, uno se refiere o alude a sustantivos simples (a una noticia, a un texto, a un hecho, a una idea) o a oraciones adjetivas sustantivadas (a lo que ha dicho o hecho alguien), no a oraciones sustantivas, por lo que nos tememos que hayamos topado aquí con un caso conflictivo. ¿Existen entonces falsos verbos de decir? Tiene toda la pinta de que sí.

Pensemos también en interrogar. Interrogar es un verbo transitivo pero su complemento directo no es la cosa que se dice, sino la persona a la que se le dice. Es decir, uno interroga a alguien, no “interroga algo” que quiere saber. Esta característica la comparte con otros verbos de nuestra lista, como amenazar, advertir, conminar, exhortar y algún otro; y, si bien no funciona como un verbo transitivo de decir típico, no podemos considerarlo un caso raro. En estos verbos, aquello que se dice se expresa con una preposición (amenazar con, advertir de, conminar a…), que en el caso de interrogar es sobre, acerca de o (con) respecto a: se interroga a alguien sobre, acerca de, (con) respecto a algo.

En las acotaciones de los diálogos, naturalmente, las preposiciones desaparecen:

“¿Tenéis la exclusiva? –interrogó Víctor con voz burlona” (Rafael Argullol, La razón del mal, Destino, Barcelona, 1993, p. 65).

“¿Nos vamos? –interrogué, temiendo que no me alcanzara el dinero para invitarle a otra más” (Jorge López Páez, Doña Herlinda y su hijo y otros hijos, FCE, México D. F., 1993, p. 15).

“¿Y ésas eran las cosas que os enseñaban en la facultad? –interrogó Chamorro” (Lorenzo Silva, El alquimista impaciente, Destino, Barcelona, 2000, p. 165).

Dejando aparte –que es mucho dejar– lo bien que habrían quedado aquí el verbo preguntar o el mismo decir, vemos que estos personajes interrogan a otros sobre ciertos asuntos sin necesidad de preposición. El peculiar estatus, en las acotaciones, de los verbos de decir a los que se asimila lo permite. En estilo indirecto, en cambio, la inmensa mayoría de los ejemplos que hemos encontrado de este uso conservan la preposición (a pesar de algún caso aislado: “Le interrogó qué gente era esa y en qué se diferenciaba de los demás hombres”, José del Perojo, “El movimiento intelectual en Alemania”, en Kant en España, Verbum, Madrid, 2006, p. 270), lo que indica que interrogar no se ha transformado, al fin y al cabo, en un verbo transitivo:

“Le interrogó sobre si prefería alguna otra cosa” (Augusto Martínez Torres, La casa de las hermanas, Huerga y Fierro, Madrid, 1995, p. 201).

“Una nube de reporteros le interrogó sobre si la decisión de Mourinho de quitarle del equipo fue disciplinaria o técnica” (“Las cosas de familia las resuelvo dentro”, El País, 25 de septiembre de 2012).

Pero ahora viene lo bueno.

A alguien le dio por pensar un buen día que interrogar y preguntar eran lo mismo. Dada, en efecto, la proximidad –en absoluto la identidad– semántica de ambos verbos, era de esperar que se creara un nuevo par de falsos sinónimos y, con ellos, variados desbarajustes sintácticos al pasar al estilo indirecto. Por influencia de la construcción de interrogar, la prensa, principalmente, siempre tan inquieta, ha empezado a preguntar con preposición:

“'Sí, por supuesto', respondió Al Hakim cuando se le preguntó sobre si el tribunal […] podría condenar a muerte al antiguo dictador” (“Bush asegura que Sadam será juzgado…”, La Razón Digital, 16 de diciembre de 2003).

“Uno de los momentos más interesantes de su comparecencia fue cuando se le preguntó acerca de si se investigará a los beneficiados por la amnistía fiscal” (Màrius Carol, “Bajarse del cuadro”, La Vanguardia, 5 de marzo de 2013).

¿Quizá si le hubieran preguntado si, simplemente, en vez de sobre si o acerca de si, el interpelado no habría respondido? Hay otras consecuencias reseñables. Como en interrogar son las personas quienes son interrogadas, muy alegremente se ha pasado a pensar (con una ayudita del inglés) que también pueden ser preguntadas:

“Al volver a Madrid […] y ser preguntado sobre qué me parecía Cuba, mi comentario siempre era el mismo” (Julio Feo, Aquellos años, Ediciones B, Barcelona, 1993, p. 355).

“Beloki, preguntado sobre si la Diputación se opone a la prolongación, respondió que la institución foral 'no forma parte de una coordinación antiaeropuerto'” (“Al día”, El Diario Vasco, 23 de enero de 2004).

Y, naturalmente, si hay que dar un paso más en aras del “buen estilo”, pues se da. Demos la bienvenida a los inquiridos:

“Al ser inquirido por el tema Morientes, el entrenador azul-grana fue tajante” (“El Barcelona fue superior”, La Razón, 2 de septiembre de 2002).

“Inquirido por la legalidad de la propuesta […], Císcar ha indicado que eso tendrá que decirlo el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana” (“El Consell dice que la venta del aeropuerto…”, El Mundo, 22 de febrero de 2013).

Bueno, dejemos las cuestiones sintácticas y volvamos a las de estilo, si es que las habíamos abandonado. En el estilo indirecto se observan las mismas pretensiones que señalábamos en el directo y el efecto de violencia y falta de naturalidad se deja notar igual. Veamos los desvelos de algunos insignes novelistas por mantener su insignidad a costa de no decir contar:

“¿Recuerda que, al inicio de la investigación, le narré el primer acto del Parsifal de Wagner?” (Jorge Volpi, En busca de Klingsor, Seix Barral, Barcelona, 1999, no consta página en la base de datos de la RAE).

“Pichín nos narró que durante unas vacaciones que pasó en Yurécuaro, se sopló a una muchacha del pueblo” (Sealtiel Alatriste, Por vivir en quinto patio, Joaquín Moriz, México D. F., 1985, p. 129).

“Mi padre nos relató varias anécdotas para mí desconocidas” (Javier Marías, Corazón tan blanco, Anagrama, 1994 (1992), p. 225).

“Relaté que [el reportaje] se me había ocurrido…” (Juan José Millás, Dos mujeres en Praga, Espasa, Madrid, 2002, p. 121).

“Por el camino le referí que sufría de un extraño mal” (Augusto Roa Bastos, Vigilia del almirante, Alfaguara, Madrid, 1992, p. 346).

“En una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el horror…” (Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 80).

En nuestra lista no hacíamos, por cierto, distinción entre niveles o registros de lengua pero éstos son desde luego muy importantes. Algunos de los verbos que en ella figuran son cultismos selectos (referir, inquirir, prorrumpir, conminar, amonestar, aseverar, argüir, inferir, colegir, los mismos narrar y relatar, etc.) que rara vez se localizan fuera del ámbito literario. Y luego está el caso singular de repuso, un arcaísmo de la conjugación de responder que, endomingado a pesar de las polillas, se saca aún en procesión en ese ámbito. Nadie repuso ni inquiere ni prorrumpe ni asevera ni arguye en el habla cotidiana ni en un estilo no marcado, y, si lo hace, ya sabe a lo que se expone. Por otro lado, si el uso de estos cultismos tan elevados en una simple acotación ya parece algo desproporcionado, más chocante aún es la impresión cuando crea una suerte de involuntaria discordancia con el registro familiar o directamente vulgar de las frases descritas por la acotación. A ver si me explico:

“'Será pura mierda, pero me lo tienes que pagar', repuso Miguel con firmeza” (Ignacio Martínez de Pisón, La ternura del dragón, Anagrama, Barcelona, 1994 (1985), p. 66).

“No sé –repuso Armando, desprevenido” (Luis Magrinyà, Los aéreos, Debate, Madrid, 1993, p. 99).

“Mándame tu rectificación cuanto antes –repuso Panchito” (Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, Alfaguara, Madrid, 2000, p. 258).

“'¿Por qué no vas en tren?', inquirí” (Bertrand Russell, “Autobiografía”, en Antología, Siglo XXI, México, 2004 (1971), p. 398, no consta traductor).

“¿Qué edad tiene el mozalbete? –inquirió Barceló, mirándome de reojo” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, Planeta, Barcelona, 2003 (2001), p. 20).

“–¡Qué extraña es la oscuridad mexicana! –exclamó Kate. –¿Le gusta? –inquirió él. –Aún no lo sé –repuso ella” (D. H. Lawrence, La serpiente emplumada, Montesinos, Barcelona, 2000, trad. de Pilar Giralt, p. 67).

¿No produce una extraña sensación –parecida al escalofrío– que alguien inquiera la edad de un mozalbete?

¿Y oír a Miguel, que repuso una frase salpicada de mierda?

¿Y enterarnos de que quien repuso se llamaba Panchito?

Enunciados en un registro más neutro, más corriente y moliente y con un contenido sin grandes profundidades (“No sé”, “¿Por qué no vas en tren?”, “¿Le gusta?”, “Aún no lo sé”), también parecen desajustados en combinación con esos verbos, que uno diría dignos de mejor causa.

Algunos objetarán: L&L olvida que todo esto son convenciones, que el lector lee sin que le llamen la atención. ¿De veras? Para que las convenciones pasen inadvertidas necesitan una ayudita: necesitan, primeramente, que quien se sirve de ellas tenga claro ese propósito, y no pretenda demostrar a costa de ellas que “se sabe los verbos”. Y, segundo, necesita, en efecto, sabérselos. Después de Semana Santa –lo siento, pero es que esto da para mucho–, tercer y último capítulo de Los verbos parlanchines.

Imágenes:

1. Tertulia en la botica, Vicente Pastor Navarrete. http://www.artelista.com/obra/4015286862212919-tertuliaenlabotica.html

2. Brody, interrogado. (Homeland, temporada 2, AMC, 2012). http://forums.hipinion.com/viewtopic.php?f=1&t=51680

3. Sergio Ramos, interrogado. EFE. http://www.20minutos.es/noticia/801813/0/ramos/barcelona/compararnos/

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