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Patricia Highsmith y la falsificación del yo

Begoña Huertas

La falsificación como tema literario es territorio Highsmith. Su personaje más popular, Tom Ripley, comenzaba su ascenso social usurpando la personalidad de su amigo Dickie Greenleaf. El temblor de la falsificación es el título de la obra que está escribiendo el protagonista de la novela homónima, Ingham, quien a su vez, a raíz de su viaje a Túnez, sufre un vuelco en su manera de ser que le transforma radicalmente. Por su parte Edith, en El diario de Edith, tergiversa su vida anotando en su diario cosas que solo ocurren en su imaginación.

Pero las falsificaciones en las que incurren los personajes de Patricia Highsmith son muy peculiares. Una cita extraída de La máscara de Ripley (cuyo argumento gira en torno a un fraude en el mundo del arte, por cierto) apunta por dónde van los tiros:

“Si uno pintaba más falsificaciones que cuadros propios, ¿no se convertirían las primeras en algo más natural, más real y auténtico, incluso para uno mismo, que las propias obras? Acaso, a la larga, el hacerlo dejase de representar un esfuerzo y el trabajo se convirtiese en una segunda naturaleza del pintor”.

De algún modo, la falsificación que llevan a cabo los personajes de Highsmith termina por convertirse en transformación “real”, en una reinvención de sí mismos. Cada uno tiene sus motivos para iniciar ese proceso: por envidia lo hace Tom Ripley, por orgullo Edith, en defensa propia Ingham y por generosidad el personaje que este fabula.

¿Quién es el impostor entonces? Pero sobre todo, ¿de verdad hay un impostor?

La brillante y entretenidísima (para bien y para mal) biografía de la autora, escrita por Joan Schenkar (publicada en España por Circe) no en vano titula un capítulo “Esa dulce falsificación”. Y es que desde su punto de vista, Pat Highsmith también falsificó lo suyo. Joan Schenkar menciona las falsas fechas y lugares que anota en sus cuadernos, alude también a la invención de detalles sobre ciertos objetos o ciertas rencillas con algunas personas, hace ver que no utilizó para firmar su obra el que era su apellido real sino el de su padrastro, etc.

En mi opinión, si Highsmith falsificó algo en su vida lo hizo a la manera de Highsmith, es decir, no tanto copiando un modelo existente sino construyendo algo más cercano al deseo propio. ¿Constituye esto un engaño? Quizás. Pero se estaba construyendo ella misma, ¿a quién engañaba? Muchas veces, precisamente, la pregunta que surge tras leer su obra es esta: ¿somos lo que somos o lo que deseamos ser?

Y es que, si somos sinceros, todos nos estamos reconstruyendo continuamente. ¿Falsificándonos entonces? ¿Traicionándonos a nosotros mismos? No, tan solo ocurre que el “yo” único e inamovible no existe. Somos varios. Como ya apuntó Carl Jung, al menos lidiamos con dos “yos”: el familiar y el social, el interno y el externo. No aceptar esa multiplicidad del yo es lo que puede conducir a una neurosis mayor que la que ya traemos incorporada de serie. El yo, la mente, el cerebro, es algo bastante inestable y en cierto sentido impredecible, se adapta al contexto dejándose guiar más a menudo de lo que querríamos por elementos inconscientes sobre los que, claro está, no tenemos control ninguno. En fin, bienvenidos a territorio Highsmith. Nadie dijo que fuera fácil.

He rescatado de la Red una entrevista con el periodista Roy Plomley en la BBC de 1979, cuando la escritora todavía residía en Francia (sería en 1981 cuando se mudó a Suiza). En la grabación, Highsmith presenta su selección de música para llevarse a una isla desierta mientras comenta su vida:

BBC Entrevista a Patricia Highsmith

Es curioso escuchar su propia voz tranquila, dulce, que habla de lo que significa la música para ella, y después de su vida cuando era niña, de su llegada a Nueva York con acento tejano, de sus personajes criminales, sus libros rechazados por algunas editoriales, su manera de escribir... Pero, un momento…

... Hey, ¿qué pasa? En esta grabación Highsmith demuestra una dulzura insólita y un gran sentido del humor. Se le escucha reír a menudo y es amable casi continuamente. ¿Dónde está la bruja rodeada de gatos que contesta mal a los periodistas?, ¿dónde la criminal obligada a reprimir sus impulsos asesinos escribiéndolos en un papel? ¿No será que hemos falsificado la imagen de P.H.? ¿O es que se ha falsificado ella misma? Si es así, ¿cuándo es falsa: en esta cordial entrevista o en las que concedió a cara de perro?

En el universo en que vivimos, la materia sin antimateria no sería posible. Hay luz gracias a que hay oscuridad. En la Patricia Highsmith afectuosa que responde las preguntas con delicadeza está también la mujer con problemas que no tiene ganas de broma.

¿Quién es más real, la Patricia Highsmith que sonríe con un humor ácido, disfrutando su escritura, habladora con sus vecinos, deseosa de compartir viajes y copas con sus amantes o la Highsmith seria, malhumorada, encerrada en sí misma y con una mente perversa y alcohólica? (Por cierto que el alcohol también es un disfraz, aunque no está del todo claro si una persona cuando bebe se pone o se quita el disfraz. ¿No es cierto?).

En las fotografías de la escritora que pueden verse por la Red parece que hubiera una división tajante entre aquellas en que está guapa y en las que está fea, entre en las que aparece joven y en las que aparece vieja. Sin embargo habrá que reconocer que son la misma persona, y que en cada una de ellas está la otra. Yo he elegido a conciencia para este artículo fotos en las que se la ve sonriendo, porque su cara misántropa y desmejorada por el alcohol creo que ya está demasiado vista.

En otra entrevista –esta por escrito– que tuvo lugar en Festival Toronto 1988, también sonríe (lo asegura el entrevistador) al contestar las preguntas, “llámame Pat”, dice, y apunta como película preferida Lo que el viento se llevó (¿qué tipo de monstruo perverso es ese?).

En su novela El temblor de la falsificación puede leerse lo siguiente:

“Básicamente, se trata de si una persona crea su propia personalidad y sus propios valores desde dentro de sí mismo, o si él y sus valores son la creación de la sociedad que le rodea”.

Yo creo que Patricia Highsmith apostaba por la creación de sus propios valores, y que a quien consideraba anormal y enferma era a la sociedad que empujaba al individuo en una dirección por la que este no quería ir. Sus personajes falsifican para rebelarse contra eso, para ser lo que quieren ser. Por supuesto, eso plantea un dilema moral.

En uno de sus diarios, Patricia Highsmith escribió (p.550 de la biografía publicada por Circe):

“La vida sin otra persona, la sensación de depresión de vez en cuando. Gran parte de la dificultad está en no tener al lado a otra persona para la que hacer un poco de teatro: vestirse bien, presentar una expresión agradable. El truco, a veces difícil, está en mantener la moral sin la otra persona, sin el espejo”.

Ahí está la clave, “hacer un poco de teatro”, dice, “presentar una expresión agradable”, “el truco”. La falsificación, la reinvención, el juego del yo. Todo eso… ¿no es disfrazarse… pero de uno mismo? ¿Se disfrazaba Patricia Highsmith de Patricia Highsmith? Cuando ya siendo mayor los camareros de las cafeterías parisinas le indicaban el baño de caballeros… ¿sonreiría Pat en su interior por la eficacia de su imitación o, al contrario, se sorprendería molesta? ¿Se falsificó tan bien que al final consiguió ser la persona que quiso ser?

En los Archivos Literarios Suizos se guardan ciento veinte cajas llenas de fotos, cuadernos, dibujos, cartas, manuscritos, postales, recuerdos, objetos de uso cotidiano… Si no puedes coger un avión a Berna esta misma noche, tienes al menos la posibilidad de ver la lista completa de todo lo que se conserva y de ojear los álbumes de fotos.

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