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La onda expansiva de la revolución energética estadounidense

Shale-gas

Miguel Solana

El mundo ha sufrido numerosos cambios tras la crisis que afecta a Europa y EE.UU. Pero también hay cosas que no lo han hecho. Entre ellas se encuentra el hecho de que, a futuro, el crecimiento va a provenir de los países emergentes. Y ya no solo gracias a las exportaciones, mermadas tras la crisis que afecta a los principales mercados, sino fundamentalmente debido al aumento de la demanda interna.

Las consecuencias de este desequilibrio de crecimiento económico son muy relevantes: China deja de ser un exportador para convertirse en el primer mercado mundial, las empresas de Brasil e India comienzan a comprar empresas fuera de sus fronteras para adquirir tecnología y conocimiento, y la geopolítica cambia radicalmente debido al cambio originado por un nuevo reparto del poder, en la medida en que la UE y EE.UU. resuelven sus problemas económicos -y políticos- internos y pierden interés por el resto del mundo.

En este contexto, hay pocos factores que puedan restablecer el terreno perdido por los países desarrollados. Entre este selecto grupo de factores, nada podría tener un mayor impacto que el desarrollo en EE.UU. de la producción de shale gas -también conocido en español como gas de esquisto-. En US, algunos analistas hablan de un “renacimiento industrial” en EE.UU., dado que el bajo coste de la energía compensaría el mayor coste del trabajo y permitiría traer de nuevo fábricas a EE.UU.

El impacto de la energía barata tiene numerosas ramificaciones: internamente, una mayor competitividad de las empresas estadounidenses y un desarrollo del empleo industrial. En el exterior, el desarrollo beneficiará a países vecinos, como es el caso de México, donde en paralelo se están llevando a cabo importantes reformas para liberalizar el mercado energético y modernizar el mercado laboral.

Sin embargo, donde más impacto podría tener es en Oriente Medio: ¿cuál es el efecto de unos EE.UU. cuya energía no proviene del Golfo? Por un lado, la región podría dejar de ser estratégica para EE.UU., lo que significa, en términos militares una reducción de la presencia militar en la zona y quizás un replanteamiento de las relaciones con Israel y Arabia Saudí, socios -en gran medida de conveniencia- de EE.UU. en la región.

Los países de la región no se quedarían sentados viendo cómo el principal cliente de su petróleo deja de serlo. Por un lado, reducirían su exposición al dólar a favor del remimbi y potencialmente del euro. Las monedas de países emergentes entrarían también en este nuevo reparto.

No puede minusvalorarse el efecto de este cambio: las reservas de los países del Golfo han sido un instrumento clave en mantener bajos los tipos de interés estadounidenses. La desaparición de esta liquidez haría que EE.UU. perdiera una de sus fuentes fundamentales de capital exterior y ralentizaría el crecimiento del país.

Desde un punto de vista político, el hecho de que el Golfo deje de ser una zona de influencia de EE.UU. genera un escenario de incertidumbres y preguntas. En principio, podría tener lugar un reemplazo del poder militar estadounidense por el chino, en la medida en que este país se convierte en el nuevo destino de las exportaciones de petróleo y gas.

Un segundo escenario, dado el coste que una presencia militar como la que ha tenido en la zona EE.UU. en las décadas pasadas, China podría decantarse por fortalecer sus vínculos con determinados países de la región, creando alianzas que indirectamente fortaleciesen su presencia en la región.

Otro posible escenario consistiría en la regionalización del conflicto, mediante la desaparición en la zona de todas las potencias. Arabia Saudí, Irán, Irak y los países del Golfo lucharían por mantener un papel hegemónico en la región y protegerse de agresiones de otros países. La ausencia de amenaza de intervención extranjera -en línea con la limitada participación de países de fuera de la región en el conflicto sirio- haría de la región una zona de alta inestabilidad.

En conclusión, la revolución energética estadounidense tendrá grandes consecuencias económicas y políticas en el mundo. Y mientras tanto nos preguntamos, como en otras ocasiones, si Europa estará preparada para responder a estos importantes cambios que se avecinan.

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