El Albaicín, patrimonio de la ‘UNASCO’
Surgió como suelen surgir tantas buenas ideas: por causalidad, medio en serio y medio en broma, y ante una cena bien regada en una terraza a medianoche. Sin embargo –y en contraposición a lo que suele suceder con ese tipo de ocurrencias–, la idea sobrevivió a las risas, a los flujos nocturnos… hasta la mañana siguiente. Y “cuántas grandes obras no llegan a ser por las resacas del entusiasmo”, que dicen que dijo Oscar Wilde.
Fue así como pasó a la acción este grupo de jóvenes amigos residentes en Granada: hartos, como tanta gente, de “quejarse y nada más”; de ver, oír y criticar largamente en reuniones como la antedicha, pero sin llegar a remediar, o cuanto menos materializar, su creciente descontento cotidiano: en este caso, referente al prestigioso y archiconocido barrio del Albaicín. Un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en diciembre de 1994.
Buscaban una forma de “visibilizar” el abandono, la especulación y la suciedad; de aglutinar a todos los afectados por este problema (residentes en el barrio o no, vecinos o transeúntes accidentales); ganar un espacio de diálogo natural… Pero lo fundamental, y más urgente, radicaba en escenificar lo que tantos vecinos llevan padeciendo durante años , y que –como tantas situaciones de esta gloriosa época para el traje nuevo del emperador–, terminan por ser asumidas como normales en la calle aun chirriando constantemente en el sentido común de cada individuo.
'UNASCO', y no UNESCO: ése fue el hallazgo verbal con que dio Luisa, celebrado al instante por todos los comensales en aquella cena veraniega: no sólo por el hilarante juego de palabras, sino porque resumía a la perfección todo un estado de ánimo que rebasa los límites del Albaicín, Granada o el país entero: la corrupción institucional, la desidia ambiental, la desesperanza ciudadana, la fealdad como norma… (un asco, vamos).
Y es que, tal y como apunta Cipriano, otro de los implicados, “el mundo está en mi barrio”: éste es resumen y metáfora de aquél. El hecho de que el Albaicín pertenezca –todavía…– a la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad no hace sino subrayar el sarcasmo de un territorio voceado a bombo y platillo por las autoridades municipales cuyo desarrollo real, sin embargo, no parecen tomarse en serio real, quienes con tanto ardor lo promocionan. La última vez, a mediados de septiembre, precisamente con motivo del Día de la Solidaridad que celebra a todos los lugares Patrimonio Mundial: el alcalde de Granada, José Torres Hurtado, quiso “llamar la atención sobre la importancia que el patrimonio tiene en el mundo, especialmente en ciudades tan agraciadas como ésta”.
Una gracia que, como puede observarse, cada cual interpreta a su manera. Conscientes de que serían muchos, y muy surtidos, los temas a exponer, literalmente, el colectivo UNASCO empezó el primer día por lo más obvio, lo más elemental; los emblemas más frecuentes de ese gran parque temático para el turista que pretende ser el Albaicín: la basura (humana o animal, orgánica o no tanto).
Exquisitamente vestidos de negro, como expositores de un museo gourmet sólo apto para la élite, el grupo invitaba en su estreno a “contemplar las joyas del Albaicín”, colocadas con esmero en urnas de cristal –algunas, con su pertinente mosca–, junto al arco de Las Pesas, al otro lado de Plaza Larga. Los turistas solían acelerar el paso, entre confusos y temerosos de que alguien les pidiera dinero. Pero varias personas, sobre todo vecinos de toda la vida, sí se detuvieron: a dialogar con los responsables y a aplaudir una iniciativa que les pareció “muy bien” por “la vergüenza” en la que se había convertido su hogar.
La “doble identidad” de un barrio
Sin ir más lejos, la Asociación de Vecinos del Bajo Albaicín lleva años denunciando las múltiples y tentaculares formas de degradación que durante años sufre quien realmente vive allí, más allá de un fin de semana: los retrasos en las inversiones (algunas de ellas, supuestamente emanación directa del nombramiento de la Unesco), el expolio de edificios y cármenes, el pavimento, el ruido, la inseguridad, la limpieza… La lista de agravios –y sus consecuencias– es larga, y bien conocida desde hace al menos una década.
Tal y como puede leerse en la web de UNASCO: “Las tensiones entre la condición del Albaicín como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y su gestión real por parte del Ayuntamiento y/o la Junta han definido la cotidianeidad vecinal del barrio, creando lo que podemos llamar una doble identidad en conflicto. De un lado, una identidad impuesta por parte de los organismos internacionales y la administración pública, que pasa por una constante reconversión del barrio en un museo desnaturalizado hecho para el turista. Y, del otro, una esencia histórica autóctona de carácter esencialmente obrero en proceso de degeneración, cuya pérdida de los valores originales del lugar es consecuencia de la mala gestión y conservación del mismo”.
“La incorrecta gestión del Albaicín –aseveran–, que hiciera del barrio un lugar en donde vivir, más que un museo que visitar, conservando su morfología y formas originales, se lleva sufriendo muchos años de diversas maneras”.
Un museo, en todo caso, de puertas afuera solamente: el portavoz de IU en Granada, Francisco Puentedura, subrayaba el pasado verano, en declaraciones recogidas por GranadaiMedia, el gran número de enclaves propiedad del Ayuntamiento o de la Junta de Andalucía que llevan años cerrados y sin rehabilitar. Un panorama “desolador” de “casas moriscas abandonas y cerradas, cármenes que se han convertido en vertederos de basuras, casas catalogadas llenas de pintadas y en numerosos casos con riesgo de derrumbe…”. Factores que “ponen en riesgo la declaración del Albaicín como Patrimonio de la Humanidad y ocasionan un daño irreparable a la imagen turística de Granada”. Es decir: una política (o antipolítica) que tira piedras contra su propio negocio de paredes encaladas: “Ser un ejemplo destacado de (…) una o varias culturas, o de interacción del hombre con el medio, sobre todo cuando éste se ha vuelto vulnerable debido al impacto provocado por cambios irreversibles”sobre todo cuando éste se ha vuelto vulnerable –ironías…– es el requisito V que impone la Unesco para su reconocimiento, por ejemplo.
Lo que el grupo de espontáneos denunciantes de UNASCO viene a cuestionar, en suma, es qué clase de patrimonio se protege en el Albaicín, y para qué humanidad exactamente pretende protegerse humanidad , si no es para la que lo habita. Lo cual supone no dejar de lado ninguno de los aspectos que este barrio puede ilustrar: desde la precariedad laboral de su paisanaje hasta la incrustación extemporánea de una fuente, un asfaltado o un banco “que nadie ha pedido”, y que en vez de embellecer, afea, y en vez de servir, estorba (el súbito mirador de la Plaza Nevot, más parecido a un helipuerto y desde donde apenas se divisa la copa de la cumbre de la Torre de la Vela de la Alhambra, es, según ellos, una muestra ilustrativa de todo esto). Esta misma semana, la ineptitud de las autoridades –Junta andaluza y Consistorio reprochándose alternativamente la responsabilidad– ha culminado con el soterramiento de la milenaria muralla del jardín conocido como Huerto del Carlos, protegida hasta ahora del vandalismo por una vidriera de metacrilato.
En su blog –aún en construcción–, el colectivo de acción social UNASCO irá informando puntualmente de sus actividades.