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Alivio y cautela en el gimnasio: “El uso de mascarilla era cada vez más difícil de controlar”

Usuarias en el Centro Wellness O2 El Perchel | N.C.

Néstor Cenizo

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Hay personas que hasta ahora solo se conocían por partes aunque se viesen a diario. Es lo que pasaba si solo veías al otro en la frutería, por ejemplo. Conocías sus ojos, el pelo. Pero faltaba media cara. Por eso, este miércoles por la mañana en el gimnasio había quien escudriñaba a sus compañeras de fatigas, hasta ahora enmascaradas.

–¡Hola! ¡Qué guapa! No te había reconocido…

Son las 11, e igual que pasa fuera, en el O2 Centro Wellness de El Perchel de Málaga no se habla de otra cosa: las mascarillas ya no son obligatorias en interiores, incluidos los centros deportivos, y eso da para mucha broma y sorpresa, pero también obliga a tomar una decisión. Por la mañana, la mayoría en este centro malagueño optó por quitársela, pero bastantes lo hacían bajo condiciones: siempre que no tuvieran a nadie cerca. Después de dos años conviviendo con una amenaza invisible, se ha consolidado la idea de que el peligro puede ser cualquiera.

“La llevaré cuando haya gente cerca”

“Para mí, la mascarilla sigue dando seguridad. He decidido que la llevaré cuando haya gente cerca y vea peligro. Y si estoy solo me la quitaré. Por ejemplo, ahora voy a la elíptica y me la pondré”, avanza Aquilino, un señor que rondará los 60. Lo mismo dice Alejandro García en la cinta de correr, en la que él de momento camina. “Mientras se respete la distancia de seguridad, lo veo bien”, explica mientras se pone una FFP2 ante la cercanía del periodista.

“Podéis dejaros la mascarilla si queréis que os cueste más, ¿vale?”, exclama con sorna Fran, desacostumbrado, dice, a que ahora nada se interponga entre el pinganillo y sus instrucciones. Dirige la primera clase de bodypump de la mañana. De una veintena de usuarios, un par mantienen el cubrebocas. La ventana abierta insufla un aire sorprendentemente fresco, pero han desaparecido el resto de precauciones: las pegatinas que requerían una separación mínima entre deportistas o los geles hidroalcohólicos.

En algunos casos, el efecto de ver a los demás al descubierto ayuda al destape propio. “Venía con ella puesta, pero al veros a todos…”, dice un señor, entre divertido y aliviado. Y otras veces, ni siquiera se sabe por qué, alguien decide quitársela. Rosario Arroyo, 65 años, pasa la mañana en el gimnasio: primero hace dos clases dirigidas, y después sube a las máquinas. “Si le digo la verdad, no sé por qué me la he quitado. La he tenido puesta hasta hace una mijilla, pero ahora he dicho: ”¡Vamos a quitarla“. En realidad, hace un distingo: ”En clase de zumba se acumulan muchas criaturas, es mortal. Pero aquí estoy yo sola“, dice. Por las aglomeraciones de Semana Santa, cree que su uso aún debería ser obligatorio, aunque ahora esté desenmascarada.

En la sala de entrenamiento personal hay de todo. Algunos levantan pesas con mascarilla FFP2. Antonio Jesús Jiménez trabaja en una máquina de musculación con una quirúrgica: “Por mucho que quieran quitarla, el virus todavía está. Me parece muy inconsciente que se la quite todo el mundo. Esto es un gimnasio y hay mucha concentración de personas. Pero cada uno es libre y no voy a dejar de venir”, señala. Él se quitará la mascarilla en interiores cuando exista una vacuna esterilizante que evite la transmisión. “Aunque haya 300 personas sin mascarilla alrededor, yo voy a llevarla. Y si me miran, que me miren. Tengo mi personalidad”.

Y luego está quien se ha llevado la sorpresa de la mañana. “Vine con ella”, dice Liam, señalando su brazo y visiblemente feliz. Suda mucho y la mascarilla, para qué engañarnos, era un engorro.

El beneficio deportivo

El centro ha acogido la nueva normativa con alivio, pero también cautela. En su despacho, el gerente Pedro Roca mantiene la mascarilla sobre la boca y una mampara de metacrilato sobre la mesa. Los trabajadores tienen libertad para llevarla o no, a excepción de aquellos cuya función exige cercanía física, como los fisioterapeutas. “Yo la mantengo porque me reúno con mucha gente”.

En las actividades dirigidas, algunos monitores han optado por mantenerla en atención a los mayores. Sobre todo, en las salas de la primera planta, más pequeñas. La lleva Pablo García: “La he llevado dos años, y ya me da igual”. José Pedro Ortega coordina el uso de las máquinas de musculación, las de cardio y dos salas para actividades dirigidas y spinning. Calcula que en torno al 70% ha elegido desprenderse de la prenda. Durante la tarde, con más ocupación, el porcentaje podría variar, advierte.

El adiós conllevará un beneficio deportivo. Las actividades que exigen una alta capacidad pulmonar, como el ciclo o el bodycombat, se hacían más cuesta arriba, aunque Roca le quita peso. “El 99% de las actividades se han hecho”. Y pone el ejemplo de una actividad aeróbica que requiere un elevado consumo de oxígeno: “En una cinta, puedes correr con una quirúrgica a un ritmo de seis o siete minutos por kilómetro. Otra cosa son ritmos de entrenamiento. Era obligatoria en la cinta, y hemos sido estrictos. Hemos pedido que bajen el ritmo o entrenen a intervalos”.

“Hemos tenido que sacar a socios que no querían usarla”

A veces, esto ha generado conflictos. “Sí, hemos tenido que sacar a socios que no querían usarla. Pero creo que nos ha beneficiado para evitar los brotes y seguir abiertos”, confirma el gerente, que se ha pasado la pandemia temiendo las llamadas del centro de salud. Con tres contagios simultáneos, hubiera tenido que cerrar. Eso no ocurrió. Entre los monitores se respira también cierto alivio por abandonar su papel vigilante. “Según se iba acercando la fecha la gente estaba más libertina, y era cada vez más difícil de controlar”, admite Ortega.

Roca no cree que la mascarilla haya sido determinante en la acusada caída de socios que sufrieron durante más de un año, y apunta sobre todo al miedo, especialmente entre los mayores, que representan un alto porcentaje de usuarios. Aún es pronto para saber cómo repercutirán las novedades en el balance de abonados. Algunos volverán, pero otros dejarán de sentirse seguros y podrían abandonar. De momento, las señales son positivas: el martes hubo un 15% más de las inscripciones habituales.

Los últimos días han sido de adaptación. Han retirado todo lo que tenía que ver con la limpieza de superficies. En cambio, se mantiene la ventilación en las aulas y los filtros HEPA. Hace tiempo que quedó claro que el principal mecanismo de transmisión del virus son los aerosoles. También se han eliminado las restricciones de aforo, y se ha recuperado la duración de las clases, que se habían reducido a 45 minutos para dar más tiempo a la limpieza. Ahora ganarán diez minutos, una o dos canciones más en bodypump.

Todavía queda algún cartel que recuerda el uso obligatorio “también para la práctica deportiva”. En realidad, ahora esto se parece más a un restaurante en pandemia: haciendo ejercicio casi nadie la lleva, pero al encaminarse al vestuario hay quien se pone la mascarilla. 

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