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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Marina Jiménez, una guardiana voluntaria de la playa de Almería

Marina Jiménez, la mujer que recoge voluntariamente los residuos de la playa de Almería

Clara Gamarra

Almería —

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A las 10 de la mañana Marina Jiménez llega a la playa. No importa que sea invierno, otoño, primavera o verano, que haga frío o calor. Da lo mismo que sople viento de levante o de poniente. Marina siempre acude puntual a su cita con el mar de El Palmeral de Almería desde hace dos años. No va a bañarse ni a tomar el sol, no.

Marina, a sus casi 78 años, recoge toda la basura visible en la arena. Con guantes, saco y un palo con pinza, ella se convierte en “la jefa”, como la llaman algunos vecinos, de la costa del barrio de El Zapillo. Latas, mascarillas, toallitas, plásticos, colillas o cristales. Todo aquello que los viandantes, bañistas y vecinos de la zona arrojan al suelo o el viento y el agua se encarga de repartir por la costa, acaba en el saco de Marina.

¿Por qué se ha echado la espalda Marina esta tarea? Lo primero porque quiere que “Almería esté limpia y se hable bien de la ciudad”, algo en lo que insiste mientras continúa recogiendo residuos. Pero es que además sus largos y útiles paseos son para ella una suerte de terapia. Hace 14 años que Marina vive en Almería y en esta ciudad es donde ha visto morir a uno de sus cuatro hijos. Este suceso fue el que le empujó a buscar un tratamiento que pudiera permitirse económicamente y tener la playa limpia resultó un refugio.

“Lo hago porque me da paz”

“La gente me aplaude y dice que me deberían de poner una estatua, pero yo no quiero nada. Lo hago porque me da paz y así hago ejercicio”, explica parándose a coger aire. Esta superwoman padece asma, tiene los ligamentos del hombro dañados y se acompaña de un bastón que le ayuda a hacer el camino de vuelta a su casa por el dolor que a veces padece en las rodillas. Sin embargo, la playa le rejuvenece, tanto que no le cuesta cargar con sacos llenos de basura pesada aunque aclara que para volcarlo en los cubos de basura siempre hay viandantes que se ofrecen a ayudarla.

Marina recorre toda la playa con ojos de halcón, visualiza hasta el plástico más pequeño enterrado en la arena. Anda de un lado a otro de El Palmeral sola, no quiere pertenecer a ninguna asociación ni quiere compañía; disfruta y reflexiona en silencio o rezando bajo su mascarilla. Su marido, que la mira desde el paseo marítimo, apoya su labor aunque preferiría que estuviera más reconocida o remunerada porque ambos viven únicamente con la pensión de él. Ella, nacida en Córdoba, cuenta, con el acento que adquirió durante los más de 50 años que pasó viviendo en Cataluña, que la vida no se lo ha puesto fácil. Desde muy joven trabajó para salir adelante y ayudar a su familia en hoteles, limpiando iglesias y también en una empresa de electrodomésticos pero para cuando le dieron de alta le faltaban 10 años por cotizar. Así que, como dice su marido, no tiene derecho a pensión.

Cuando llegan las dos de la tarde, vuelve a su casa a comer. Aunque su ojo atento, de camino, se para en los jardines a seguir recogiendo la basura del suelo: “Limpiar y coser me relaja y me tranquiliza, el día que no puedo venir me encuentro fatal”, aclara Marina. Y añade que lo que más feliz le haría ahora es recuperar una máquina de coser que le regalaron y no le devolvieron tras llevarla a arreglar hace un par de años. Una máquina blanca de la marca Alfa que le recuerda a su hijo fallecido: “Me han querido comprar otra, pero yo solo quiero la mía. Si la pudiera recuperar se me quitaría gran parte de la pena que tengo porque venir a la playa y coser me hace bien”.

Esta mujer es activista en silencio por las mañanas, pero no descansa por las tardes. Su buen hacer y sus ganas de seguir adelante parece que no se acaban. Madruga todos los días para acudir a la playa, pero se acuesta a las tantas tras cuidar de su marido con una invalidez, hacer los trabajos del hogar y poner lavadoras a partir de las diez de la noche, porque es más barata la luz.

Los habitantes del barrio de El Zapillo están orgullosos de Marina Jiménez. Sobre todo en verano, la aplauden cuando la ven esquivar a los bañistas tumbados en las toallas para seguir recogiendo basura. Pero en invierno tampoco pasa desapercibida para los viandantes: “Esta mujer es impresionante, es una Ubuntu (un término sudafricano que significa algo así como ”humanidad hacia otros“) en mayúsculas”, afirma Mar Verdejo, vecina de la zona. La gente se sorprende de su lealtad con la naturaleza y con la ciudad de Almería y con su constancia. Sin embargo, ella se ve como una persona sencilla que es un poco más feliz yendo todos los días a limpiar a la playa. Ya, si recuperase su máquina de coser, la felicidad sería casi completa.

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