'Lo que (me) está pasando': la imaginación frente a la apisonadora capitalista
Ni presente ni futuro, ni cordura. Un emperdedor cualquiera, víctima como uno más de la crisis, nos cuenta su evolución existencial a través de un diario lleno reflexiones y delirios. “La realidad no es más que una alucinación colectiva”, decía Frank Zappa. Y así nos la enseña Miguel Brieva (Sevilla, 1974) en una novela gráfica que bien podría ser la del día a día de un treintañero, eso sí, bastante deprimido, pero que con ayuda de lo onírico y de extrañas metáforas visuales se acerca a la comprensión de la sociedad actual hasta desenmascararla. O como hacer de la imaginación (o el hecho de volver a ser humanos) una forma de vida frente a la apisonadora capitalista.
Lo que (me) está pasando. Diarios de un joven emperdedor (Reservoir Books) cuenta en primera persona el momento en que la cordura llega a la vida de Víctor, una historia más cerrada y más allá de las viñetas a las que el autor llevó anteriormente a las páginas de Bienvenido al mundo, Dinero, El otro mundo o Al final. “Pensaba que no iba a ser capaz de hacerlo pero llevaba tiempo queriendo montar una historia larga”, señala Brieva, quien ha elegido un relato más pausado para poder contar lo que quería decir: “la idea de volverte loco, que la locura te volviera cuerdo y te muestre como es la realidad”.
Es su manera de comunicar, de sugerir unas cosas que a través de un pequeño gag era imposible. “Se dice que el loco es el que ha perdido pie en la vida. Yo le daría la vuelta a eso”. Y a su boca vienen citas, una tras otra, de sus autores favoritos: “Loco es aquel que ha perdido todo menos la razón” (Gilbert Keith Chesterton). Es la esencia de lo que pretende contar. “En una sociedad regida por una lógica enferma, la lógica del crecimiento ilimitado, inherente al capitalismo, quizá cierta locura o evasión a través de la creatividad o la imaginación pueda ser lo que nos haga poner pie de verdad sobre la tierra y no sobre esta visión fantasmagórica que es la que emana de la realidad capitalista”.
Jugar con elementos que significan algo pero que sean también lo más abiertos posibles para que el espectador complete. “Como el cine de David Linch”, apunta. “El personaje supone que es necesario que volvamos atrás y veamos qué es lo que nos hace esencialmente humanos y que no es la tecnología ni la fabricación de herramientas sino la imaginación y la capacidad de crear símbolos y la de construir un mundo”. Traído al momento actual, de crecimiento general, “creo que eso es lo que tenemos que hacer ahora, dejar de poner todas nuestras fichas de la apuesta en la tecnología, claramente mediatizada por el control empresarial, y apostar por la imaginación”. “Lo que más urge es ser capaces de crear otro mundo y de creérnoslo, porque solo lo que imaginamos es posible o puede llegar posible”, reflexiona el autor.
¿Ha llegado ese momento? “Sí, perfectamente. Todo puede llegar a ser posible, otra cosa es que tengamos la fuerza y la audacia de hacerlo”. Sin desvelar el final de la novela gráfica, digamos que el aire, envuelto en esa locura-cordura, es optimista. “Ganan los buenos en una especie de metáfora simbólica a lo común que tenemos con nuestros ancestros, que es esa capacidad de crear el mundo y de crearnos a nosotros mismos frente a esta apisonadora de la imaginación que es el capitalismo”. Y retoma alguna cita a cuento de su reflexión. “Como dice Frederic, Jameson, un investigador de la cultura contemporánea, ”ha llegado un punto en el que nos han adoctrinado de tal modo que nos es más fácil imaginar la destrucción del mundo que la desaparición del capitalismo“.
Para Brieva, por qué no va a llegar el punto de inflexión que marque un antes y un después. “La gente más sensata habla desde los datos empíricos en materia de energía, de recursos materiales, etc. Igual que se hablaba del pico del petróleo, ahora es el pico de los recursos que utiliza la humanidad para su delirio colectivo”. El punto, por tanto, nos lo marca “una crisis humanitaria sin precedentes, una crisis energética y climática”. “Estamos empezando a asistir al colapso de la civilización industrial y lo que tenemos que ver es si ese colapso es caótico y deviene de una especie de Mad Max (que es adonde vamos si lo dejamos en manos de quien está en el poder) o si tratamos de aprovechar esta ocasión de momento crucial de la historia de la humanidad para realmente hacer por primera vez un sistema social sostenible y humano”.
Uno de las cuestiones principales que se aborda en la novela gráfica es, precisamente, la unidad de acción. “La idea central del libro es hacer hincapié es que la fantasía de la individualidad es un espejismo en paralelo al siglo y a la utopía del capitalismo y que estamos obligados a apoyarnos los unos a los otros para encontrar un futuro y salir de esto. Estamos en un atolladero muy serio”. Y sentencia Brieva: “Para mí el capitalismo es un distopía. Tiene de utopía esa imposibilidad. Rajoy habla del sentido común y nos advierte contra ideas irrealizables. Pero la síntesis del capitalismo que es el crecimiento infinito en base a un mundo finito es la mayor de las locuras”.
“La hibris, para los griegos, era el mayor de todos los delirios. Como dice Santiago Alba Rico, por primera vez la locura se constituye en el acto fundacional del mundo en que vivimos”. Esa idea rodea todo el libro como al joven Víctor le rodean los más extraños personajes fruto de su imaginación y de su estado de insatisfacción constante de la realidad. De hecho, utiliza en esta ocasión el tono de papel gastado para “transmitir la intimidad del diario” que puede llevarse a cualquier sitio. Juega, como siempre, con locura versus realidad, y pone el énfasis de color sólo en determinados momentos. El personaje no merecía más (color).
¿Lucha intergeneracional?
Para Brieva, la generación precedente, “la que ha llegado a jubilarse”, ha construido su mente tan en base a la fantasía del crecimiento que le cuesta decir 'me la han colado durante 40 años; luchamos por salir de la dictadura y ahora nos damos cuenta de que nos la han colado otra vez'. “Ellos tienen, digamos, esa certidumbre y les cuesta más poner en duda lo que los más jóvenes vemos con mayor evidencia y con más descreimiento cuando nos toca sufrir una falta de expectativas y un apaleamiento social”.
En ese tesitura intergeneracional se mueve el autor. “Hemos crecido con cierta opulencia, confiados en un futuro mejor y, de repente, nos damos de bruces con que vamos a vivir cada peor todos, queramos o no. Eso nos hace reaccionar de modo más virulenta. A la generación anterior le cuesta mucho darse cuenta de que ellos mismos están reproduciendo todo lo que sus mayores eran en su momento precedente. Espero que nuestra generación sepa aprender de esto y sepamos, si llegamos a tener 60 ó 70 años y no morimos en el intento, no ser tan reiterativas como tienden a ser las generaciones humanas, de repetir los mismos errores que la anterior”.
De esa forma juega con el título de la novela gráfica, Lo que (me) está pasando, “esa obviedad de que sólo cuando encarnamos en nosotros mismos lo que está mal o lo que sucede nos damos verdaderamente cuenta y podemos actuar en relación a lo que pasa”. Por eso también utiliza su vivencia personal, dentro de un perspectiva subjetiva y personal. “De ser tan subjetiva, acaba conectando con la de todo el mundo”. Es la carga de fondo. Es la intención del autor.