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La Casa Invisible, los centros sociales y la creación de comunidad

La Casa Invisible de Málaga

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En estos días en que por fin nos quitamos las mascarillas y empezamos de nuevo a vernos las caras, se repite la pregunta de si la pandemia nos ha convertido en una sociedad mejor o, si por el contrario, nos ha vuelto más individualistas. En cualquier caso, como es habitual en situaciones extremas, cada quien habrá sacado a relucir su verdadera personalidad. No hay respuesta sencilla, sin embargo, para saber qué tipo de sociedad nos deja la pandemia, o desde luego no la hay a corto plazo. De lo que no tengo ninguna duda es de que esta crisis ha evidenciado cómo se activan o crean redes de cooperación que así llegan de tantas formas adonde no alcanza el Estado o lo público.

Han proliferado las experiencias de intercambio de recursos, tanto económicos como de saberes, han aumentado los comedores sociales, se ha fortalecido el tejido vecinal y de manera a veces muy ingeniosa se ha brindado apoyo a sectores tradicionalmente desprotegidos, como las personas migrantes no regularizadas. En una palabra, la pandemia ha puesto de manifiesto que la comunidad es el verdadero pilar de cualquier sociedad, sobre todo en momentos de catástrofes y, de hecho, en mitad del derrumbe siempre acaba por florecer de un modo u otro. Rebeca Solnit, por cierto, analiza este fenómeno en su libro Un paraíso en el infierno: las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre, donde pone el foco en algunas tragedias de primera magnitud, como el terremoto en Ciudad de México de 1985 o el huracán Katrina de Nueva Orleans, en 2005.

En una ciudad gobernada por el Partido Popular desde hace décadas, La Invisible es un milagro que se erige en un hermoso inmueble que rodea un patio andaluz del siglo XIX.

En esa situación, una vez más, los centros sociales de gestión ciudadana han resultado imprescindibles. Es el caso de La Casa Invisible de Málaga, que desde 2007 está ocupada por un heterogéneo grupo, siempre mutante, que no solo ha convertido el inmueble en un pulmón de creatividad y pensamiento en el centro de la ciudad, sino también en un catalizador de experiencias de ayuda mutua. En estos meses ha sido punto de encuentro y creación de red para personas golpeadas por la pandemia, ha puesto en marcha iniciativas como la Resistienda, asesorías jurídicas, muestras musicales y escénicas gratuitas a través de Internet antes de la apertura de aforos, al tiempo que no ha dejado de elaborar y reflexionar en común y críticamente sobre esta situación.

En una ciudad gobernada por el Partido Popular desde hace décadas, La Invisible es un milagro que se erige en un hermoso inmueble que rodea un patio andaluz del siglo XIX. No es un milagro, rectifico, es la obra de una comunidad que ha demostrado cómo se puede operar en contra de la lógica individualista, capitalista, en contra de la gentrificación y el parque temático en el que, con la ceguera de corto plazo y el relumbrón efímero, el alcalde Francisco de la Torre está convirtiendo la ciudad. Resulta comprensible, por tanto, que el gobierno municipal, en lugar de invertir en la conservación de un edificio del que es propietario y cuyo valor patrimonial está acreditado, haga dejación de sus funciones. De esa manera, si el inmueble se deteriora lo suficiente, podría justificar un desalojo. Lleva años intentándolo, pero nunca lo consigue gracias a la enorme solidaridad que el proyecto despierta.

Resulta imperioso mantener este edificio, y por eso La Invisible, que no recibe ninguna ayuda ni subvención pública, lanzó hace unos meses una campaña de crowdfunding con el fin de ejecutar algunas mejoras. El mínimo solicitado, que se alcanzó en unos pocos días, eran 30.000 euros. Con esa cantidad se podrían emprender algunas de las actuaciones de accesibilidad del edificio, y en efecto se han recaudado ya unos 45.000 euros. No obstante, el máximo presupuestado asciende a 90.000, y ya se ha llegado a la recta final para seguir donando en esta campaña de crowdfunding algo que, por cierto, desgrava en la declaración de la renta. Así que corramos, hagamos que La Invisible siga siendo de todas y todos. Hagamos comunidad.

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