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Todos damos palizas a las mujeres
A los trece años Fátima emigró desde Rabat a España, primero a Ceuta y en la actualidad a Málaga. En Ceuta, con poco más de veinte años, se casó con otro marroquí, del que quedó embarazada de inmediato. Ese hombre, en cuanto se vio convertido en padre, decidió desaparecer, y Fátima no ha vuelto a saber nada de él.
Algunos años después, ya en la Península, volvió a casarse con otro hombre, un español con el que tuvo tres hijos más. A ese, que desde que se separaron reside en una ciudad el norte del país, sí lo ha seguido viendo de vez en cuando, ya que tenía la costumbre de coger el coche para personarse en casa de Fátima y darle una paliza que, si podía, extendía también a alguna de sus hijas. Los motivos eran variopintos, como por ejemplo que el dolido padre hubiera visto en Facebook una foto de su hija con minifalda y los labios pintados.
Fátima es analfabeta y, según ella, “no sabía nada de la vida, pero ahora sé que tendría que haber denunciado desde el primer momento”. Su relación con ese hombre la resume en la siguiente frase: “Me trataba como si fuera una cosa suya”, y añade: “i veíamos la tele juntos y yo tenía una reacción que no le gustaba, me daba un puñetazo en la boca. Ahora quiero mandar en mí misma”. Ese deseo le está costando. Hace unos años le hicieron firmar -a ella, analfabeta- un contrato “laboral” para trabajar en el comedor de una clínica privada, pero cuando descubrió que no le ingresaban las nóminas le explicaron que con aquella firma había aceptado un puesto como “voluntaria”.
Ignoro si para entonces ya tenía las cicatrices que le recorren parte de un brazo (“en el hospital dije que me pillé con una puerta”) y la barbilla. Por “fortuna”, antes de la última agresión de que iba a ser víctima le dio tiempo a encerrarse en el cuarto de baño con su hija y llamar a la policía, que pudo así detener al ex marido y cursar la correspondiente denuncia, cuyo juicio aún está por celebrar.
Entre tanto, Fátima ha tenido que abandonar su hogar, dar una patada a una puerta y meterse a vivir de okupa con tres de sus hijos. ¿Por qué? ¿Es que acaso la Junta de Andalucía no cuenta con una Renta Activa de Inserción (426 euros mensuales) y que precisamente las supervivientes de violencia machista pueden acceder a ella?
Fátima, cuando decidió “mandar sobre sí misma”, se llenó las orejas de pequeños pendientes, se cortó el pelo, usó más maquillaje, intentó ser algo más coqueta, dice. Ahora, una vez que su ex pareja ya no puede golpearla, es la violencia institucional la que le hace dormir con pastillas y la que ha contribuido a que su rostro parezca el de una mujer más cerca de la cincuentena que de los cuarenta.
La Junta de Andalucía le deniega cualquier ayuda económica, lo que la ha condenado a la más extrema marginalidad. Le falta un papel para recibir esos 426 euros: el convenio regulador de su divorcio con su primer marido, para así saber si ese hombre, del que hace más de veinte años que no sabe nada ni ha recibido la más mínima ayuda económica, le pasa algún tipo de pensión al hijo que tuvieron.
Fátima tampoco dispone de ninguna ayuda municipal para alimentación. Igualmente se la han denegado porque el gobierno municipal del PP ha aprobado un plan elaborado por Ciudadanos que solo contempla ayudas alimentarias, en palabras de uno de los portavoces naranja, “a la clase media, no a los pobres”. Es una ayuda consistente en bonos-restaurante, y a la que para acceder solicitan requisitos como que, por ejemplo, no tengas deudas.
Fátima es una persona real, a la que apenas, por respeto, he modificado el nombre y otros aspectos. Para la institución, sin embargo, es un número más, o como mucho un “caso”. Después de recibir las palizas del machismo, la institución, lejos de rescatarla, la ha terminado de apalear, por si se había creído que el patriarcado no lo pagamos con nuestros impuestos. Ya puestos, la institución también le ha negado que tenga hambre, pues gracias a Ciudadanos sabemos que eso solo es un lujo al alcance de la “clase media”.
Alguien de quienes viven en el planeta naranja de Rivera -o en el rojo de Susana Díaz y el azul de Rajoy- debería explicarle en persona a Fátima que sigue sin saber nada de la vida, que esto es el primer mundo, el paraíso de “la clase media”, un lugar donde la crisis y el patriarcado son solo recuerdos difusos. Entre tanto, las y los terrícolas seguiremos intentado cambiar este otro planeta que nos ha tocado en suerte.