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Los oficios del rey
Ahora resulta que la Casa Real teme que Juan Carlos se desmadre. Fuera de control, dicen, temen daños reputacionales a la monarquía. Chocan las conductas del rey honorífico con el código ético de Felipe, su hijo y heredero. En esa partida estamos, en que Juan Carlos se desmadre. Pero en el temor de la Casa no consta reflexión alguna por el desmadre de su vida.
Los códigos éticos están bien, en todas las casas tenemos uno más o menos parecido, pero el código de una monarquía constitucional no puede ser otro que la propia Constitución y las leyes del Estado. Sin embargo, la nobleza de Estado hija de un poder invisible pero sospechado, compuesta por cientos de funcionarios y los partidos afectos, ha interpretado los privilegios de la Corona y de su titular como un manto metaconstitucional que extiende toda irresponsabilidad más allá de los límites que la propia ciudadanía se ha impuesto para sí.
La semántica cortesana ayuda. Se dice y se escribe que Juan Carlos ha estado en el exilio, algo estridente mirando tan solo el diccionario pero sobre todo tras un análisis riguroso de la historia de España, sus crisis y su monarquía. No es un exiliado, podríamos pensar que, en un símil con la democracia ateniense, ha sufrido de ostrakismos ,pero tampoco. El pueblo no ha intervenido, en todo caso le ha pagado la excursión. Juan Carlos es tan solo un fugado, fugado de los rigores livianos de una justicia cortesana y afinada pero sobre todo del temor reverencial que en definitiva siempre han tenido los Borbones al pueblo. Pero solo eso. Como decían mis agüelas: más miedo que vergüenza.
La inviolabilidad metaconstitucional no es ajena a los Borbones. Desde la Constitución de Cádiz, en 1812, aprobada para un Borbón que luego se revolvió contra ella, el rey no es solo inviolable, es sagrado
Andan revueltos en palacio, pero ellos conocen mejor que nadie la lógica dinástica. Juan Carlos es un rey honorífico y demérito, pero es el jefe del linaje, y ejerce. Un linaje acomodado después de otra fuga en el tardofranquismo, donde el verdadero protagonista es él, el que acapara todos los éxitos de su linaje por haber sido capaz de suceder a Franco, sin reflexión crítica de la dictadura, imponiéndose en el andamiaje democrático en cuyo entramado constitucional no cabía instaurar una verdadera monarquía constitucional.
La inviolabilidad metaconstitucional no es ajena a los Borbones. Desde la Constitución de Cádiz, en 1812, aprobada para un Borbón que luego se revolvió contra ella, el rey no es solo inviolable, es sagrado. Con la excepción de la de 1845, la sacralidad siguió en la de 1869, siempre ha sido sagrado desde entonces y en la de 1978, que en mi opinión delimita bien el marco lógico de su inviolabilidad, la sacralidad está implícita en la mentalidad vasalla.
Este carácter sagrado, intocable, del heredero de Franco a título de rey, tiene su fundamento no solo en la lógica dinástica borbona, sino en el pacto no escrito de ser la sucesión garante en términos de poder del régimen anterior. Lo de atado y bien atado no es ninguna tontería.
La nobleza de Estado, que no tiene 3.000 años, opera y actúa, en la justicia, ministerios de Estado, abogacía, corporaciones, ejército, medios, colegios profesionales, entre notarios y registradores… Son los celosos guardianes del statu quo. A ellos se unen las profesiones del rey, palanganeros, mamporreros, palafreneros, credencieros, mutilados, caballerizos, oblatos…
PSOE y PP, partidos cortesanos, no han sido capaces o no han querido, no investigar, que hubiera venido bien, sino presentar y aprobar una Ley de la Corona que defienda la monarquía constitucional si tanto la estiman
No quedan juancarlistas, se han desvanecido. Quedan bufones y payasos, animadores a sueldo y los beneficiarios de los apanages de los Borbones, siempre cerca de la Corte. La monarquía sobrevive, son un poder. PSOE y PP, partidos cortesanos, no han sido capaces o no han querido, no investigar, que hubiera venido bien, sino presentar y aprobar una Ley de la Corona que defienda la monarquía constitucional si tanto la estiman y consideran angular en el edificio constitucional español. Los lamentos de ahora, aprovechando el envión, de políticos, ministros, vicepresidentas, en ejercicio o al liquindoi, son patéticos.
Hay mucho escrito sobre reyes y tiranos, aunque uno prefiera la pluma exquisita de William Shakespeare y Ernst Kantorowicz. En un libro que no recuerdo, leí que desde sus orígenes los reyes existen porque la gente se creyó que lo eran, que venían de Dios y así sus prerrogativas y privilegios. La fuerza y la violencia original, por su puesto, en las dinastías europeas y en las asiáticas y árabes; también la violencia simbólica y la intimidación de los de siempre dispuestos profesionales de los reyes.
Esa vinculación de los monarcas con los dioses, ungidos por las religiones, se basaba en la ignorancia del pueblo que lo creía todo y en el interés de los poderosos. Seguimos casi igual, ni el anclaje constitucional unido a las monarquías evita que sea la ignorancia la que sustente con su adhesión unas instituciones que por arcaicas, mal fundadas e irrespetuosas con los valores democráticos de igualdad ante la ley, están condenadas a desaparecer o a quedar en su mínima expresión como objetos de tiendas de baratijas y banderitas.
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