Día 4 de alarma: los niños
Hoy han salido tres o cuatro niños al balcón a decir hola y hablarse. No a las ocho. ¡A las seis! Y he ido corriendo en busca de la noticia: me he descubierto hecho un flan por ver si esos niños temerarios, majaderos o rebeldes, o las tres cosas a la vez, habían desafiado la prohibición de jugar en el patio. Salir al patio es el nuevo romper cristales. Niños, no lo hagáis. Esto está sirviendo para descubrir que en 15 metros cuadrados caben el parque, la guardería y, por ahora, toda la vida. Son días en que los perros se mueven más que los niños.
Para Mario, las cosas de momento van bien. Creo que nos estamos conociendo mejor. Cristina preparó unos horarios ilustrados en un largo papel blanco que hemos colgado de una pared del salón. Estos días sin guardería Mario se ha descubierto limpiando por las mañanas, porque lo dice un dibujo. “El abuelo dice que yo soy un trabajador”. Pero tampoco hay que engañarse: si le preguntan qué toca ahora, apuntará sin dudar al dibujo de una cerda: “¡Un ratito de Peppa!”. Por el momento, evitamos el exceso de tele. No por virtuosismo, sino porque sabemos que la paz que da muchas veces te vuelve convertida en cólera.
Tengo la sensación (para mí todo es descubrimiento) de que hay una edad en que los niños pasan por periodos de trance obsesivo compulsivo. Para Mario, eso ha ocurrido con Peppa Pig (quien lo conoce lo sabe), pero también, yo qué sé, con volcar la cuchara de los cereales en el biberón de la noche. Algo ha querido que ahora que nos adentramos en el Día de la Marmota, cada noche antes de dormir pregunte diez, veinte o treinta veces: “¿Hoy qué día es?”. Miércoles. “¿Y mañana?” (La ventana de Néstor)
El patio
Estamos equivocando el tiro con los aplausos a las ocho de la tarde. Los que merecen el reconocimiento no son los sanitarios, sino los albañiles que construyen patios en las viviendas. Cuando a Rodrigo se le abre la puerta del patio, un Miura saliendo a La Maestranza es una tortuga. Se ha acostumbrado durante estos días a no pedir parque. Ahora pide patio, por culpa del “codonavidu”.
Tiene solo unos 40 metros cuadrados, pero es como tener un resort en El Caribe. Allí juega (rompe cosas), salta (se cae), canta (despierta a los vecinos), y es feliz, justo hasta que abre la manguera y se pone hasta arriba de agua. Lógicamente, a sus dos años y medio, lo hace cuando tiene la ropa limpia recién puesta, para eso es un niño. Por cierto, regalo niño 15 días. Razón: Gerena. (Fermín)
“¿Y cuándo llegan los médicos?”
(La ventana de Luis) A los niños y niñas todo esto les viene grande. Bueno, en realidad, nos viene grande a todos, muy grande. Realmente quería decir que a los niños les cuesta mucho trabajo entender lo que está ocurriendo. Vale, parece que a nosotros también. En fin, quería contar que ayer desde mi balcón, como todos los días a las ocho de la tarde, se asoma mi vecina con su madre y su hija de 5 años. La pequeña aplaude hasta dejarse las manos. Emocionada se gira y le pregunta a su madre: “¿Por qué aplaudimos?”. “Por los médicos y por los sanitarios en general” - le responde su madre con una sonrisa. “¡Ah vale!”. Y al minuto, al ver que no aparece nadie, pregunta de nuevo: “¿Y cuándo llegan los médicos?”. “No, los médicos no van a venir”.
“¿Y por qué no si ayer también aplaudimos mucho?” . “Porque están en el hospital trabajando”. “No entiendo mami”
“Es para darles las gracias por todo el trabajo que están haciendo”. “¿Y hasta allí llegan nuestros aplausos?”. “Claro”
“¿Es que el hospital está cerca?”
“Venga hija, deja de aplaudir y vamos ya para dentro que empieza a hacer frío”
Soñar con el coronavirus
Termina el día 4 de aislamiento, pero en mi casa llevamos desde el pasado jueves aislados, y empezamos el que llega con una naturalidad que me sorprende. Aquel jueves vimos cerca la posibilidad de que alguno de nosotros hubiera estado en contacto con un posible positivo -luego descartado-, pero decidimos empezar nuestro encierro voluntario. Y, de forma espontánea e involuntaria, hace días que en mi cabeza ya distingo dos vidas, la del antes y la del después de esa marca temporal: “menos mal que arreglé este trámite con la administración antes del aislamiento, menos mal que vi a la familia antes del aislamiento, había pediatra esta semana”.
El paisaje desde mi ventana no ha cambiado porque donde yo vivo la densidad de población es baja y la calle, tranquila y sin tránsito. No escucho los aplausos ni menos coches que antes, porque antes tampoco pasaban. Tampoco tengo perro. Pero el tiempo se ha suspendido, no hay prisas por las mañanas, aunque se agradecen las tareas escolares online que nos traen adaptación y normalidad a un tiempo excepcional. El primer sueño infantil con el coronavirus ha surgido esta noche, cuando la hija mayor me ha contado que su padre se había ido a matar al virus a China, Barcelona y Madrid. (Carmen)
¿Dónde están los niños?
¿Dónde están los niños? Es lógico que no se vean por la calle porque no se puede salir, pero es que tampoco se oyen. Ni un grito, ni un lloro, ni una risa. Tiene que pasar algo como lo de estos días para que se les eche de menos.
Ya sé que habrá padres que no piensen lo mismo, pero es que yo vivo con tres adolescentes que además de estar encerrados en casa, se enclaustran en sus habitaciones. A veces, sólo se nota su presencia por lo rápido que se vacía el frigorífico. Y lo confieso, he tenido que salir más de una vez a comprar porque al parecer fui de las pocas que no acumuló alimentos y al segundo día ya me faltaba de casi todo.
Igual que llevo varios días sin ver a niños, me pasa con los vecinos. En mi calle, todo casas de pueblo, la mitad están vacías y la otra mitad habitadas por ancianos que ni siquiera se asoman a las ventanas para aplaudir a las ocho. Se oyen palmas a lo lejos, algunas flamencas con redoble. (La ventana de Ana desde un pueblo de Jaén)
Ni estaciones ni fiestas de guardar
Creo que ya lo he contado. Pablo y Manuel son nuestros vecinos favoritos. Solo tienen cuatro añitos y te partes de risa con ellos. Descubrí que eran mellizos una madrugada. Recién nacidos y en plena sonata nocturna, comprendí que era imposible que un ser humano berreara a dos voces. De manera preventiva me cambié de habitación. Mano de santo.
Mi momento favorito del día es el del baño. El de ellos, no el mío. A Manuel lo oigo desde mi habitación. Es un tipo con carácter que, cuando está de buen humor, canta ‘Con mi burrito sabanero, voy camino de Belén’ durante su baño vespertino. A los niños, cuando les gusta algo, no entienden de estaciones ni de fiestas de guardar.
Es hora de dormir. El séptimo de caballería trota ya sobre mi cabeza. Ríen. Oigo la enérgica voz de Pablo llamando a su mamá. Llevan varios días confinados, pero encuentran su oasis en su amplia terraza. Por la noche caen rendidos. Por ahora, no echan de menos la calle, lloran poco.
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