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“El bambú es la caña”: sombra, ecología, gastronomía y mucho más en una planta a la que toca podar de tópicos

Antonio Vega y Manu Trillo

Alejandro Luque

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Durante mucho tiempo, lo único que el común de los mortales sabía del bambú era que se trataba del bocado preferido de los osos panda, el título de un poemario de Juan José Téllez o de una canción de Miguel Bosé. Poco a poco, se han ido conociendo nuevas e insospechadas aplicaciones de esta gramínea de origen asiático, al tiempo que proliferaba su leyenda negra, sobre todo, la que lo estigmatizaba como especie invasora, debido fundamentalmente al Phyllostachys aurea o caña india.

Tras la sacudida a todos los niveles que ha supuesto la irrupción de la Covid-19, son muchos los que creen que es el momento de replantear todos nuestros presupuestos ecológicos y urbanísticos para apostar por un mundo sostenible, y parece que el bambú tiene mucho que decir al respecto.  

Dos biólogos sevillanos, Manu Trillo y Antonio Vega-Rioja, llevan varios años estudiando a fondo el bambú, y dedicando no pocos esfuerzos a montar una empresa, La Bambusería, dedicada exclusivamente a este vegetal. De las aproximadamente 1.400 especies y variedades conocidas, han testado unas 300, para comprobar cuáles podían prosperar en el sur de España. Finalmente, se han quedado con dos centenares de ellas, las mismas que poseen en la primera plantación de bambú de la comunidad andaluza. Superados los elementos, ahora toca luchar contra otro enemigo: el desconocimiento, aseguran.

“Lo primero que se desconoce es que el bambú es una gramínea, es decir, una hierba gigante”, explican. “Conocemos dos tipos de bambú, los llamados coloquialmente corredores o runners , que se extienden sobre el terreno, y los cespitosos o clumpers, que crecen concéntricamente, sobre una superficie muy bien delimitada. La idea generalizada de que se trata de una especie invasora viene de que los que más se han comercializado han sido los runners, que pueden ser interesantes en según qué sitios, pero que, si los plantas en el jardín de tu casa, se extienden en él. Nosotros, en cambio, nos hemos especializado en los clumpers”. Para los que critican que sea una especie invasora, los biólogos también argumentan que “en la Edad Media se trajo el naranjo de Asia, y los cítricos suplieron la carencia de Vitamina C en la dieta medieval. Ahora, traemos el bambú no invasivo, supliendo la falta de sombra en las ciudades dentro de la actual situación de emergencia climática”, no para sustituir al arbolado que ya hay.

Una lenta floración

Sin embargo, los biólogos niegan que el bambú pueda ser considerado especie invasora, por una sencilla razón: es una hierba que florece de media cada 80 a 150 años, hasta el punto de que hay especies de las que todavía no se conoce la floración, y los expertos están pendientes de que lo hagan para identificarlas. “Una planta con esos tiempos difícilmente puede ser invasora”, reflexiona Trillo. “Incluso un runner podría invadir el jardín de tu casa, pero no un ecosistema”.

Resuelta esta cuestión, toca atender a otras peculiaridades que hacen del bambú un vegetal extraordinario. Su vertiginoso crecimiento, por ejemplo: de medio metro a un metro diario, hasta alcanzar los 20 metros que tienen testados en nuestras latitudes, hasta la fecha, sabiendo que hay bambúes que alcanzan los 40 metros en sus sitios de origen. Ello, sumado al hecho de que los clumpers maduran a los tres años –tiempo que puede tardar en alcanzar unos 20 metros–, lo hace competitivo frente a árboles de nuestras calles como la jacaranda o la dama del paraíso, que tardan unos 20 años en alcanzar tallas menores.

O su valor ecológico que, dependiendo de las especies, le permite fijar hasta tres veces más CO2 y produce dos veces más oxígeno que las especies maderables más comunes como el pino o el eucalipto. “Si hablamos de economía del espacio urbano, un jardín de una hectárea de bambú haría la misma función de pulmón urbano que unas tres hectáreas de cualquiera de esos árboles”, apuntan estos biólogos. Trillo y Vega-Rioja afirman que, además, no destroza el pavimento: por increíble que parezca, el bambú posee unas raíces muy superficiales, con lo que se evita la fractura de aceras y muros, y resulta menos peligroso en cuanto a caída de ramas.

El clima a favor

Otro de los peros que tradicionalmente se han puesto al bambú ha girado en torno a su fama de planta tropical, de difícil implantación en Europa. Otro dato que Trillo y Vega-Rioja han podido desmentir en sus investigaciones. “Algunas de las especies con las que hemos trabajado en los últimos cinco años llegan a resistir los -12 grados centígrados”, aseguran. De hecho, creen que esta circunstancia, más que un inconveniente, es una ventaja. “Nosotros vivimos en un ambiente subtropical seco, y nuestros políticos deberían ver que el clima podría ser un factor que jugara a nuestro favor. Hay un montón de plantas que ‘tiran’ maravillosamente aquí, pero no les prestamos atención”.

¿Y el agua? ¿No es cierto que el bambú necesita de agua en abundancia? Solo en parte. “El primer y segundo año necesita algo más para establecerse, pero una vez que lo logra es muy equilibrada”, comentan los expertos. “Pensemos que algunas de esas especies vienen de zonas monzónicas, donde reciben seis meses de lluvia y seis de sequía extrema, de modo que pueden pasar sin mucho riego”.

Con todo este arsenal de argumentos a favor, toca pronunciar las palabras tabú: cambio climático, calentamiento global. ¿Tiene algo que decir el bambú al respecto? “Sí, pero antes una matización: una cosa es el cambio climático, y otra la negligencia urbanística, o la arquitectura de sartén”, asevera Trillo. “Una plaza de losas sin sombra, como lo que vemos por Delicias o Torre del Oro, es una barbaridad. Como confiar el microclima de algunos rincones a los difusores de agua, que solo pueden ser rentables para las terrazas que cobran un café a tres euros, pero que para un Ayuntamiento es insostenible”.

Humedad y sombra

“La respuesta a la situación actual es humedad y sombra. Pero los árboles de crecimiento rápido, tarde o temprano, producen problemas de pudrición en raíces y ramas, mientras que el bambú no: no da problemas de materia muerta”, prosigue Vega-Rioja. “Lo mismo puede decirse de las escuelas de calor. Resolver por medios técnicos y constructivos este problema es insostenible, mientras que nosotros proponemos picar, crear alcorques y plantar bambú: en menos de tres años tienes sombra en los colegios sevillanos”, apuesta.

Todo ello repercutiría positivamente, según Trillo y Vega-Rioja, en ese turismo que tanto padece las temperaturas estivales hispalenses. Además, aseguran, el único jardín de bambú que existe en Europa, concretamente en Francia, es un reclamo para los visitantes, con el aliciente añadido de que en tres años podrían crear uno similar, aunque de momento no han encontrado ayuntamientos interesados en ello. 

Estos promotores del bambú afirman que además de funcionar como “eficaz barrera de viento, aislante de ruido y creador de un ambiente de intimidad, así como su indudable encanto estético, algunos tipos de caña poseen una dureza y flexibilidad que les ha valido el sobrenombre de ”hierro vegetal“, hasta el punto de servir a la fabricación de bicicletas, construcciones, andamios, muebles”. “De una sola vara podemos obtener dos o tres bicis, con el valor añadido del diseño que puede tener”, dice Vega-Rioja. “Con una hectárea de Vega del Guadalquivir, puedes hacer bicicletas de forma sostenible a partir del tercer año”. Eso sin contar con sus propiedades alimenticias: los brotes de bambú, como otros vegetales, son un plato muy apreciado en las mesas asiáticas, especialmente por su riqueza en sílice orgánico, benéfico para el cabello y las uñas.

Ni pesticidas, ni herbicidas

Una visita a la plantación de La Bambusería deja ver el vigor y la diversidad de estas plantas. Algunas crecen como setos y otras se alzan enormes, todas regadas por goteo, y la humedad del suelo es tal que entre sus tallos deambulan en abundancia las ranas, las serpientes y eslizones, presencias extraordinarias en un cultivo sevillano.

“Es una planta que padece muy pocas plagas, y es muy resistente”, concluyen. “Aquí no usamos ningún pesticida, ni herbicidas. Muchos ayuntamientos están usando glifosatos en parques y jardines contra las malas hierbas, con el consiguiente peligro para el vecindario. Ese riesgo desaparece con el bambú”.

Solo un obstáculo parece resistírsele a esta planta asombrosa: los despachos de los gobiernos municipales. Hasta ahora, todas las reuniones mantenidas por Trillo y Vega-Rioja con responsables políticos y técnicos han sido infructuosas, pero están muy lejos de rendirse: el boom de esta gramínea, vaticinan, está por llegar a nuestro país.

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