El escritor peruano Ciro Alegría describía el mundo como un espacio tan vasto que en él se perderían las normalidades cotidianas, los pequeños sueños; un lugar en el que, sin remedio, irían a extraviarse las palabras que surgen de las necesidades elementales de la vida común, tan diminutas ellas, tan mal vestidas, tan vulgares.
Algo de esta imagen nos golpea al contemplar el imponente edificio de Bruselas que alberga la sede del Parlamento Europeo. Como si contemplara con lejanía y frialdad las modestas proporciones humanas de la gente sencilla. Como si en él no pudieran entrar las necesidades de la gente ni aunque se limpiaran los pies y se vistieran ropa de domingo.
No es extraño entonces el desafecto de la ciudadanía. Porque las instituciones europeas se nos aparecen como ajenas a nuestras necesidades y preocupaciones cuando no, directamente, manipuladoras de nuestros derechos.
En este contexto muy poco alentador se acercan las elecciones, el momento en el que se nos va a pedir el voto para quienes habrán de ser nuestros representantes en el Parlamento Europeo.
Asistimos a esta convocatoria con poca convicción, como si no nos importase demasiado lo que van a hacer, como si sus debates y decisiones no tuvieran efecto sobre nuestras vidas. Y sin embargo, lo que se decide en Europa nos afecta cada vez más. Esa institución ancha y ajena está construida sobre nuestras vidas. Sus decisiones afectan a nuestras vidas cotidianas, a cómo, cuándo y en qué condiciones trabajamos, incide en los derechos que podemos mantener o perder, en quiénes tendrán derechos y a qué tendremos derecho.
Las instituciones políticas internacionales, y la composición del Parlamento Europeo en particular, tienen mucho que ver con la pérdida de poder de decisión de las personas frente al creciente poder de las instituciones económicas y financieras que, cada vez más, deciden sobre nuestras vidas sin control democrático que les pare los pies.
Con este convencimiento las organizaciones que componemos la Asociación Europea de Derechos Humanos (AEDH), de la que forma parte la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA), hemos lanzado la campaña “Una Europa de los derechos aquí y ahora, para todos y todas”. Con ella pretendemos recordar a los políticos que si están ahí es para defender los derechos de las personas. Que no pueden seguir construyendo un mundo en el que las personas estemos al servicio del poder, de las ganancias y los beneficios, en una economía de casino.
Queremos recordarles que la economía de las personas consiste en tener un techo, un trabajo digno, acceso a la educación en igualdad, sanidad universal; que ya basta de destruir derechos económicos y sociales de las personas para utilizarlos como abono para beneficios escandalosos de unos pocos; que ya basta de destruir derechos civiles y políticos para evitar la protesta y la movilización ciudadana; que ya está bien de convertir Europa en una fortaleza frente a quienes piden acogida y refugio.
Exigimos a los políticos que representen los intereses de la sociedad y no se conviertan automáticamente en ejecutores de las decisiones de las instituciones financieras y gestores del conflicto social, porque la pátina de democracia que representan es cada vez más débil y menos fiable.
Queremos que cambien el paso, que aclaren su lealtad, que nos rindan cuentas, que no desprecien nuestras necesidades, que no insulten nuestra inteligencia con excusas absurdas, que no desprecien la ética con comportamientos insultantes, que humanicen la vida, que no sigan abriendo las puertas a los experimentos políticos autoritarios, que no sigan cerrando las puertas a los derechos de las personas.
Quizá de esa manera empecemos a ver que Europa sigue siendo ancha pero deja de ser ajena.
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