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La insoportable levedad de Albert Rivera

Rivera, sobre el 9N: "Todo este show tiene mucho que ver con tapar los casos de corrupción"

Carmen Lizárraga y Fernando López Castellano

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Albert Rivera ha encontrado sus orígenes ideológicos y quiere compartir el hallazgo con los “ciudadanos”. Hace unos días declaró que “los liberales de Cádiz vuelven para gobernar España”. Tal vez lo que quiso decir fue que vuelven los neoliberales de Chicago para gobernar España. Como es sabido, los diputados liberales que se reunieron en las Cortes en Cádiz en 1810 pretendían liquidar los fundamentos políticos, económicos y jurídicos en los que se asentaban la monarquía absoluta y el orden estamental. El presidente de las Cortes hablaba de abolir “los antiguos restos góticos del régimen feudal”, y todos los diputados liberales coincidían en que los pilares del nuevo sistema hacendístico y del nuevo orden político debían ser la fe pública y la buena administración.

Este proceso reformista se enfrentó a fuertes reacciones y resistencias dentro y fuera del ámbito parlamentario y se truncó a la vuelta de Fernando VII, que disolvió las Cortes; restauró el absolutismo político con su vieja maquinaria y la sociedad estamental. Una sola medida legislativa, el Decreto de 4 de mayo de 1814, bastó para retroceder a las estructuras político-sociales del Antiguo Régimen de 1808. A golpe de Decreto, la Constitución de 1812 y los decretos de las Cortes fueron declarados “nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás… y se quitasen de en medio del tiempo…”. A golpe de decreto, el 21 de julio de 1814, se repuso la Inquisición. Muchos de los diputados liberales sufrieron represión y exilio al término del período constitucional.

Existe el error extendido que considera que el neoliberalismo actual es heredero del liberalismo. Solo los separa un prefijo, pero ambos están muy lejos en el tiempo y en los fundamentos. El liberalismo gaditano intentaba construir una nueva sociedad y un  nuevo estado basado en la separación de poderes y la soberanía del pueblo, era una reacción política y económica ante el ordenamiento feudal; el neoliberalismo se corresponde ideológicamente con el orden político y económico que nace en los años 70 con la ruptura de las bases del “compromiso fordista” y los profundos cambios acaecidos en el sistema capitalista. Su objetivo es sustituir un modelo de derechos sociales por otro basado en la estricta responsabilidad individual ante los riesgos sociales y la protección social de carácter meramente asistencial.

El proceso de erradicación de los derechos sociales y laborales se ha desarrollado a lo largo de tres fases. La primera, de contención del Estado de bienestar (1979-1990); la segunda, de privatización selectiva de los bienes públicos (1991-2012), y la última, de desmantelamiento acelerado mediante políticas de austeridad o consolidación fiscal.

Rivera se pretende continuador de aquel elenco de hombres que, ante el colapso de la monarquía absoluta generado por el conflicto bélico con el ejército napoleónico, llevaron a cabo una ingente labor legislativa, tendente a la creación de un nuevo marco social, económico y político. Nada más lejos de la realidad. El proyecto económico y político que defiende Rivera se corresponde más con lo que autores como Bourdieu han denominado “utopía en vías de realización”, o, como Todorov, “enemigo íntimo de la democracia”. El neoliberalismo, escribe Bourdieu, se ha convertido en programa político, con la ayuda de una teoría económica que se pretende descripción científica de la realidad. En el neoliberalismo de Estado, subraya Todorov, el Estado refuerza su influencia en la vida de los individuos y a la vez se pone al servicio de algunos de ellos.

En definitiva, y como advirtiera hace unos años el profesor Ignacio Sotelo, se podría hablar, y con razón, de “revolución conservadora antiliberal”, dado que esa combinación de utopía y programa, llamada neoliberalismo, parece que estrecha el marco de libertad del individuo más que ensancharlo, como pretendía el liberalismo de los siglos XVIII y XIX. Los pactos por arriba perjudican a la mayoría y benefician a minorías que controlan los recursos económicos y políticos ¿Les suena?

Carmen Lizárraga es presidenta del GP Podemos Andalucía

Fernando López Castellano es profesor de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad de Granada

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