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Juan Ignacio Ramos-Clemente, médico del Hospital Infante Elena de Huelva: “La angustia que provoca la Covid no la iguala ninguna enfermedad”

El doctor Ramos-Clemente, jefe del servicio de Medicina Interna del hospital Infanta Elena de Huelva.

Fermín Cabanillas

Huelva —

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Todavía no ha amanecido del todo cuando Juan Ignacio Ramos-Clemente (Bollullos Par del Condado - Huelva, 1977), aparca su coche frente a la escalera de acceso al hospital Infanta Elena de Huelva capital. Es el “hospital de los pueblos”, como se le conoce popularmente en la provincia, o “el Infanta” simplemente.

Es cierto que todos los hospitales de la provincia atienden a determinados municipios, pero este centro hospitalario abierto en 1985 se ha quedado para los onubenses como el que cuida de la gente que no es de la capital. 

En realidad, atiende a los sectores Sureste y Suroeste de Huelva, que comprenden los municipios de la Costa y del Condado. El volumen poblacional de referencia del Hospital es de 182.000 ciudadanos, repartidos en 17 municipios.

Juan Ignacio es jefe del servicio de Medicina Interna, y su vida transcurre en la quinta planta, donde están parte de las 210 camas de este inmenso edificio a las afueras de la ciudad en dirección a Sevilla. 

Las escaleras presentan un paisaje que prácticamente no ha cambiado desde hace años: gente que toma el aire tras pasar la noche cuidando a un familiar, un vendedor de cupones que comienza su jornada o médicos que se despiden de los que entran de turno tras pasar la noche cuidando a los demás.

“Entras y sabes que algo ha cambiado”

“Desde que entras por la puerta, ya sabes que algo ha cambiado, que todo es distinto desde que empezó la pandemia”, explica, mientras saluda a la gente que está en la recepción del centro y se encamina a su vestuario. Allí pasa los primeros diez minutos de su jornada laboral, quitándose toda la ropa que trae de la calle y equipándose para atender la planta en la que solo hay pacientes con Covid.

Antes de eso, le han tomado la temperatura, se ha echado en las manos gel hidroalcohólico, y su mente comienza a pensar que durante las siete siguientes horas su vida es por y para los enfermos a los que atiende.

Primer repaso a la situación de los enfermos, y ascensor a la planta quinta, para visitar a los pacientes que están aún en planta, y que espera que no pasen a UCI aunque la Covid les haya provocado, en algunos casos, una neumonía bilateral que les condiciona bastante sus movimientos.

“En la primera ola íbamos a oscuras”

Juan Ignacio ha revisado las habitaciones de la 510 a la 520. Las pruebas de un paciente le dan la primera alegría del día, porque, seguramente, mientras estas líneas se están terminando de subir a internet, esa persona habrá sido dada de alta. Y todo, además, dentro del enorme proceso de aprendizaje que la segunda ola de la pandemia está suponiendo para las batas blancas.

“Hay una enorme diferencia entre los pacientes de la primera y la segunda ola, sobre todo por la fiabilidad de los tratamientos. En la primera parte de la infección íbamos a oscuras, pero ahora vamos optimizando mejor los recursos que tenemos. Es verdad que siguen estando igual de enfermos, pero ahora protocolizamos las pautas, y los atendemos en el momento preciso con la pastilla precisa, de modo que se recuperan mejor que en la primera fase probablemente por esta situación”. El doctor sentencia: “El virus no es menos contagioso, sino que ya no vamos a ciegas”.

Con todo, ya sea en marzo, abril o noviembre, se repite un patrón: “El paciente llega al hospital con la incertidumbre, y cuando se le dice que tiene Covid y neumonía el primer instinto es pensar en la gente de alrededor. Te habla de los padres, los hijos, los hermanos… Tiene miedo a ser fuente de contacto de la gente cercana, explica.

La Covid que acobarda

A la vez, la Covid 19 provoca más miedo que cualquier enfermedad. Ya sea por la carga mediática que conlleva o por el temor a lo desconocido, se producen situaciones que concuerdan en muchos pacientes. “Las personas en reposo se encuentran bien, pero cuando hacen un pequeño esfuerzo como ir al baño caminando, es muy dificultoso”. Eso las acobarda. “Ni preguntan cuándo se van a casa; el nivel de angustia con la enfermedad es superior a todo”.

A media mañana se ha producido el ritual de que el médico pase por las habitaciones a ver en persona al enfermo. La Covid le ha quitado al paciente la sonrisa del médico al entrar en la habitación. La ropa de astronauta que los médicos llevan ahora les impide dar esa sonrisa de bienvenida, por lo que hay que buscar opciones: “Lo primero, le digo mi nombre al enfermo y quién soy (enfermero, médico…). Se le explica cómo va el tratamiento, se le habla todo lo posible, aunque es cierto que el confesionario es para los enfermeros”. Al estar más tiempo en la habitación, ellos y ellas escuchan más información de boca de la persona enferma. El día no ha ido mal. Una posible alta siempre es un aliciente para un médico.

A las tres de la tarde, ducha antes de ponerse la ropa de calle, que en ningún momento toca la del hospital, igual que los médicos de plantas Covid no tienen contacto alguno con el resto. 

Juan Ignacio llega a su casa, pero no puede besar ni abrazar a su mujer y su hija de diez años. Primero, deja toda la ropa en un kit que se ha preparado en la entrada, los zapatos, todo. Es el momento de la ropa de casa y entrar ya con normalidad en su hogar.

Antes de eso, este médico formado en la Facultad de Medicina de Málaga se ha hecho una PCR, como la que los sanitarios se realizan de vez en cuando para comprobar que todo va bien en el cuerpo de los que nos cuidan. Cada 15 días más o menos se repite el proceso, aunque puede pasar algo, nunca se sabe y a pesar de las precauciones, para que antes vuelva a tener que hacerse la prueba. Es uno de los sacrificios de haber elegido estar en primera línea de la batalla.

Hoy han sido siete horas. Hay días que son bastantes más, si toca guardia. La Covid ha cambiado tanto su vida que su hija celebró esta semana su décimo cumpleaños con vídeollamadas a amigos, primos y abuelos. “Esta guerra es de todos”, dice el médico, dispuesto a colocarse otra vez una bata blanca que un día decidió llevar para ayudar a quien lo necesitase, por encima de coronavirus o cualquier batalla que hubiese que librar en la planta de su hospital.

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