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Vivir a 300 metros de basura química: el barrio de Huelva del “si puedo, me voy”

La calle Guadiana de Huelva, una de las principales de la barriada de Pérez Cubillas, con las balsas de fosfoyesos al fondo.

Fermín Cabanillas

Huelva —

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“Mira qué vistas tan bonitas tengo”. Reyes lleva diez años viviendo en la tercera planta de un edificio en la calle Guadalete de Huelva capital. Es una zona humilde, de trabajadores que se dedican a distintas labores, con “casas bajas”, como llaman a las viviendas de promoción pública que el franquismo levantó en los 60, mezcladas con edificios relativamente nuevos, como el de Reyes.

Es un barrio sin clase alta alguna, donde los pocos coches de alta gama que se ven tienen matrículas antiguas y el tubo de escape trucado, con personas migrantes de varios países viviendo en pisos o garajes para madrugar y marcharse a la recogida de la fresa o la naranja a pueblos cercanos. No dejaría de ser un barrio más de una ciudad cualquiera si no fuera porque a poco más de 300 metros de sus casas, en paralelo al barrio, hay toneladas y toneladas de basura química: las balsas de fosfoyesos.

En este barrio saben muy bien qué es convivir con la basura química. Y también saben que, sobre todo los más jóvenes, se irán a la mínima oportunidad. Las vistas desde la terraza a las que se refiere Reyes son, precisamente, las de las balsas. Hasta donde se pierde la vista, solo se ve una mancha blanquecina, que tiene hasta 20 metros de altura en algunas zonas y ocupa 720 hectáreas (cinco veces la extensión de Huelva).

A Reyes no le convence el plan a otros diez años que plantea la empresa Fertiberia y que proyecta un “pulmón verde para la ciudad” (para dos de las cuatro balsas). Sabe que Fertiberia (condenada por delitos de gestión ilegal de vertidos) quiere enterrar las balsas para olvidar el problema, pero ella pone el propio edificio como ejemplo del error que se va a cometer. Señala el suelo de la terraza, con el suelo un poco agrietado, “porque estamos en una marisma, en un suelo inestable”. Si las balsas se tapan, se filtrarán en el subsuelo y será peor, asegura.

“Antes era un tema tabú”

Entre los motivos que han provocado que las toneladas de basura química hayan seguido creciendo sin que nadie lo impidiese (y que incluso ahora se apoye que la responsable de la mayoría de los vertidos, Fertiberia, los quiera enterrar bajo un metro de tierra en lugar de retirarlos) está la ambigüedad política con el que el tema se ha tratado, sobre todo porque ningún alcalde ha querido jugarse, no solo los votos del barrio, sino la globalidad de los puestos de trabajo que una de las fábricas del Polo Químico dan a la ciudad y su entorno.

En 2003, el entonces candidato del PSOE a la alcaldía de Huelva y luego consejero de Medio Ambiente, José Juan Díaz Trillo, defendió abiertamente las fábricas del Polo y criticó al alcalde, Pedro Rodríguez, del PP, por su ambigüedad a la hora de definirse sobre el futuro de esas factorías. En las elecciones municipales de 1999, Díaz Trillo pronunció una frase que define el problema y sigue más que vigente: “En esta ciudad vivimos con una esquizofrenia permanente. Un día amamos la industria y al otro la odiamos porque crea puestos de trabajo, pero también contamina”.

Años después, Pedro Rodríguez protagonizó un llamativo desplante ante un equipo de televisión cuando, en una entrevista sobre su gestión, le preguntaron por las balsas de vertidos. El exalcalde de Huelva se quitó el micrófono airadamente mientras reprochaba a su jefe de prensa que le hubiese metido en el lío de tener que responder sobre un problema del que nadie quería hablar, y mucho menos significarse en público teniendo un cargo político.

Izquierda Unida, por su parte, sostuvo al propio Rodríguez con un pacto en sus primeros años de gobierno (1995-1999), y los sindicatos ni quieren oír hablar de nada que pueda suponer la pérdida de un solo puesto de trabajo.

A día de hoy, el único partido que ha mantenido la misma postura en torno al Polo Químico y las balsas es el llamado Mesa de la Ría que nació como movimiento ciudadano contra los vertidos. Su concejal Rafael Gavilán recuerda que el asunto de los puestos de trabajo ya no es cortapisa para pelear contra la contaminación, porque calcula que ya son poco más de 500 los onubenses que trabajan en el Polo. Hace 20 años eran unos 6.900.

Gavilán sentencia que su partido “con este tema, ni tiene doble discurso ni lo va a tener, porque un vertedero de recursos industriales a 200 metros de las viviendas de mucha gente tiene que tener una solución”. “Técnicamente, la solución tiene que pasar por la retirada de los residuos, porque no es factible que eso permanezca donde está, porque tiene una incidencia en la población, y eso se nota en el barrio”. 

Sin embargo, Fertiberia acaba de recibir el respaldo a su proyecto que ha defendido, en su día, presentando un vídeo en el que mostraba cómo se atascarían las carreteras de la provincia si tuvieran que usar camiones para trasladar los residuos a un vertedero. Todo ello enmarcado en un plan supuestamente ideado para eliminar el problema ambiental entre 2020 y 2030, que a mediados de 2022 todavía no ha empezado.

Rafael Gavilán recuerda que hace años, por los puestos de trabajo que daban, “hablar de las fábricas era tabú, no se podía criticar al poder empresarial de las industrias, te tachaban de loco, pero ahora la gente abiertamente puede hablar y cuestionar este modelo”.

“Si me toca una Bonoloto, me voy mañana”

En ese ambiente, no es raro que los más jóvenes del barrio no quieran echar raíces en sus calles. Mercedes Dioni es una de las personas de la barriada que ha sufrido o sufre algún tipo de cáncer. A su edad, ella no habla de irse de su casa, pero junto a ella, su hija Mercedes afirma que si esta noche le tocase una Bonoloto, haría las maletas rápidamente.

En Huelva hay tantos estudios que afirman que Pérez Cubillas sufre más casos de cáncer que ningún otro barrio, como otros tantos que lo niegan, pero el comentario no estadístico de Mercedes da que pensar: “En todos los portales que llames encontrarás a alguien con cáncer”. Además, su último comentario habla a las claras del asunto laboral, que tapa y mucho aún el debate en la ciudad: “Mi hermano trabaja en la fábrica y me dice que no es malo nada”.

Solo hacen falta unas pocas indicaciones para llegar a la casa de Joaquín Gómez, al que todos en el barrio llaman ‘Quini’. Hace 30 años que se mudó con su esposa a una “casa baja” del barrio, y hoy es el único hombre que conoce que ha tenido cáncer de mama. De hecho, deja sin problemas que se le fotografíe mostrando la cicatriz en su torso. 

“Si algún político de Huelva viviera aquí, ya verás lo rápido que lo quitaba”, dice Quini. Quini niega la mayor, que las balsas no contaminen. Afirma que cuando el viento sopla en dirección sur, el olor es más que palpable, y los vecinos ya están más que acostumbrados a barrer el polvo blanco que se acumula en los tejados de las casas. No son pocos los que cuentan que, cuando el viento sopla en dirección al barrio “el aire pesa”.

“Huelen y mucho”

No obstante, el actual alcalde, Gabriel Cruz, conoce y bien el barrio, porque cada jueves acude a la peña del Recreativo de Huelva que tiene su sede en la calle Guadalete. Cada jueves, cuando aparca su coche, lo hace a 200 metros de las balsas, aunque Javier Salmerón, encargado de una pequeña tienda en el barrio, le disculpa, “porque es nuevo…”. Javier dice, entre líneas, que han sido muchos los políticos que han podido solucionar el problema y se han puesto de perfil, y, a sus 51 años, es uno de los que ya ha hecho las maletas, y cuando acabe el verano se marchará del barrio, concretamente a la vecina playa de Punta Umbría.

Entre otras cosas, porque “he visto crecer las balsas, metro a metro, y ya está bien. Huelen, y mucho, a algo fuerte que no sé definir. No sabemos si será verdad o no lo del cáncer, pero en cada portal hay alguien enfermo”.

Javier no culpa a nadie en concreto, pero sí recuerda que, los candidatos a la alcaldía, “vienen cada cuatro años, dan un mitin y no vuelven más”, de modo que ha decidido hacer las maletas en busca de un ambiente más respirable en todos los sentidos.

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