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Zenet: “Ahora vendo más discos en mis conciertos que en El Corte Inglés”

Zenet en Sevilla, junto a la estatua de Machín /foto: Luis Serrano

Alejandro Luque

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Recién aterrizado en Sevilla para su concierto de este jueves en el Cartuja Center, Zenet ensaya gestos junto a la estatua dedicada a Antonio Machín que preside una plaza de la ciudad. Entre pose y pose ante la cámara, vuelve la cabeza hacia la figura de bronce del maestro. “Él no está en mi disco, pero bueno, a Machín lo lleva uno dentro”, afirma en tono de disculpa. Su disco es ese último trabajo, La Guapería, que rinde homenaje a la música cubana: en concreto, a esa edad de oro del bolero y el filin, encarnada en figuras como Bola de Nieve, Celeste Mendoza, Olga Guillot, Rolando Laserie, Nelson Pinedo o Marta Valdés.

El título alude a una expresión castizamente antillana que posee dos acepciones: “Una se refiere a esa figura parecida al chulapo madrileño, ese guapo que tiene fama de cuidarse y ser coqueto, y que tiene una dignidad interior aunque no lleve un duro encima”, comenta el cantante. “La otra, más negativa, es la del chulo, el tipo duro, el malevo que dirían los argentinos. Ese, el caracortada, es otro tipo de guapo”.

La Guapería de Zenet es, en todo caso, una parada “de obligado cumplimiento” para un artista que ha pasado los últimos años rodeado de músicos cubanos. “Forman parte de este proyecto, y me apetecía aunarme a su mundo sonoro. Había tres proyectos sobre la mesa, y este se fue abriendo camino hasta apartar los otros”.

Buscando el sabor vintage

Claro que meterse en según que territorios, dice Zenet mirando de reojo a Machín, no deja de entrañar sus riesgos. “Cuidado, cuando entras en una música que no es tuya, puedes terminar cantando una salsa de hotel, o de casino. Siempre hay que trabajar desde la autenticidad y el respeto, y pasarlo todo por nuestro terreno”. El siguiente paso fue escoger entre muchísimo material: “Tenía tres libretillas llenas de apuntes, y tres playlists que eran cada vez más grandes, ¡y todavía me siguen llegando más canciones! ¡Escucha esto, escucha esto otro! Hasta que se impuso el criterio de la letra y la sonoridad”.

“Me interesaba ese momento en que la lírica pasó del ‘tus dientes son como perlas’ a ‘Devuélveme mis besos, o préstame la vida, para poder vivir’, un realismo mucho más bestia. Ahí me voy encontrando, en la década de los 40 y 50, gente que me interesa muchísimo”, prosigue el crooner. De hecho, mientras otros tratan de poner esos sonidos al día, Zenet busca precisamente lo contrario: el sabor vintage, o como él dice, “esa sonoridad de la radio de la abuela. El bolero y el filin se han hecho de formas muy distintas, casi hasta los años 80, de modo que su sonido ha progresado muchísimo. Pero a mí me interesaban esos arreglos que casi siempre son una sección de metales acompañada de cuerdas. Ahí encontramos maravillas”.

¿Cómo evitar que lo acusaran de intrusismo?

Sin embargo, Zenet era consciente de que no existe la vacuna para protegerse de los ataques de los puristas. ¿Cómo evitar que lo acusaran de intrusismo? “Solo tenía que mirar atrás, y ver las caritas morenas de mis músicos cubanos, Manuel Machado, Pepe Rivera, y respiraba. Si estoy con los catedráticos, voy bien. Como todos los discos, todo empieza como un juego mental, siempre tengo una sinestesia, los veo todo como colores, ideas fotográficas, texturas, sonidos… hasta que te das cuenta de que te has metido en un jardín que no veas”, ríe.

Otro peligro que conlleva siempre entrar en el mundo cubano, siquiera musicalmente, es el de tropezar con la cuestión política, que tanto y desde hace tanto divide a los naturales de la isla. Sin embargo, Zenet descubrió una vez más que la música va más allá de los extremos ideológicos. “Quien ha estado en Cuba sabe que está tan llena de contradicciones como aquí, donde puedes encontrar a alguien que sea ateo y salga de costalero. La buena música le gusta a cualquiera, no hay quien la pare. Entre dos adoquines nace una florecilla cuando menos lo esperas: esa es la imagen que yo tengo del arte. Intenta pisarlo, pon adoquines encima, pero en algún momento te relajarás, y de ahí saldrá la flor”.

El sol del mediodía brilla sobre Don Antonio y lanza destellos sobre sus maracas de bronce. A su sombra, Zenet habla de las series en las que está embarcado como actor, de las listas de Spotify que lleva en su teléfono, donde el rythm’n’ blues comparte espacio con la canción de autor de vieja escuela –Serrat, Sabina, Silvio–, “tengo otra de música francesa, otra de música barroca, y una de clásica que cuando vengo en el AVE, como me ocurrió hoy, con un equipo de fútbol en el vagón y una serie de señoritas gritando a mi lado: me aísla de todo”, comenta.

Cerca del fan

Consciente de que los tiempos no están para tirar cohetes, pero decidido a coger la ola de las nuevas tecnologías, el malagueño cree que aún hay vida en el mundo de la música. “Están ocurriendo cosas. Puedes estar, como nosotros, en una compañía independiente, y servirte de los nuevos instrumentos: para nosotros las redes se han vuelto fundamentales a la hora de publicitarnos, las trabajamos muchísimo, como la interacción con el público… Y luego es verdad que depende del perfil que tengas. Tenemos un público transversal: la gente más joven se baja una canción nuestra gratis, pero vendemos en cada actuación de 80 a 100 discos, más que El Corte Inglés, sin duda. Él lo tiene en una repisa, mientras que yo estoy ahí, lo firmo, me hago una foto. Así es como el formato físico coexiste con el digital”, asevera.

“También tenemos una tienda on line, donde ayer mismo a una chavala de Chile le mandamos un disco firmado. Tienes una relación directa con el fan, no tiene que pasar por los grandes almacenes. Es una relación muy interesante, no tenemos que envidiarle nada a estos, todo lo contrario: le damos en la boca con las ventas”, apostilla.

Antes de despedirse de Eldiario.es Andalucía y de Machín, una duda: ¿cómo entró a formar parte de La Guapería ese genio de la improvisación que es Alexis Díaz Pimienta, autor de las décimas que integran el álbum? “Ah, muy sencillo: teníamos amigos comunes, El Chipi de la Canalla y El Kanka, un día pasó por Madrid y me llamó para preguntarme si podía quedarse en casa. Por supuesto, tío. Y a la mañana siguiente, por supuesto, me lo llevé al estudio. Así pagó”, ríe.

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