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Moreno Bonilla apura el mandato para ensanchar su mayoría en Andalucía pese al riesgo de un rearme en la izquierda

El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, se hace un selfie con enfermeras en la inauguración del centro de salud Casa del Mar, en Almería.

Daniel Cela

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Juan Manuel Moreno Bonilla quiere agotar una legislatura de cuatro años en Andalucía porque sus estrategas, sus asesores y sus análisis demoscópicos le aseguran que se está aproximando, lenta pero inexorablemente, a la mayoría absoluta. Y eso es un salto sin precedentes para un PP situado en su suelo electoral -26 diputados (20,7% de votos)- que aspira a los 55 escaños necesarios para gobernar en solitario. Isabel Díaz Ayuso casi lo logra en Madrid, fagocitando a Ciudadanos, taponando la vía de votos huidos a Vox e incluso atrayendo un porcentaje nada desdeñable de electores del PSOE.

Pero el espejo de Moreno no es la presidenta madrileña, sino el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, con quien comparte perfil moderado y cordial en las formas. Feijoo sigue siendo el único barón del PP con mayoría absoluta, con un 48% de los votos, y no ha necesitado endurecer su discurso y agitar el tablero nacional, como hizo Ayuso, para cerrar el paso a la extrema derecha. Vox no existe en el Parlamento gallego, se ha quedado fuera en las dos últimas elecciones.

Andalucía no es Madrid y tampoco es Galicia. No es un fuero histórico del PP, que lleva tres décadas votando mayoritariamente a la derecha. Andalucía ha sido un granero de votos socialistas durante casi 37 años, y muchos sociólogos todavía sitúan su epicentro político en el centro izquierda. “Cada uno conoce las peculiaridades de su territorio”, dice Moreno, que se ve incapaz de arengar a los andaluces al grito de “libertad, libertad”, o confrontando ideologías absolutas como “comunismo, fascismo y democracia”. Al contrario.

El gran acierto político de este PP andaluz ha sido declarar proscrita la palabra “ideología”. El PP no la tiene, o dice no tenerla, o no la exhibe. En su lugar ha colocado las tres ideas fuerza que sustentan su mandato: “gestión”, “lógica” y “sentido común”. Bajamos los impuestos autonómicos porque es “de lógica y sentido común” hacerlo cuando la sociedad lo está pasando mal, cierran empresas, la gente se va al paro. El Gobierno de Pedro Sánchez los sube “por ideología”. Éste es el marco mental de Moreno Bonilla, y a él se han apuntado, sin apenas matices, sus compañeros de Ciudadanos y sus socios de Vox. El presidente andaluz lleva la iniciativa. La ideología no es buena, y eso vale tanto para desmontar las críticas de la izquierda, como para acotar la influencia de Vox en su Gobierno.

La línea de ataque del PSOE de Susana Díaz, casi en exclusiva, es señalar a su gobierno “rehén de la extrema derecha”. No está funcionando. En diciembre de 2018, Díaz le pidió un vaticinio electoral a Narciso Michavila, presidente de GAD-3, que fue de los pocos en pronosticar la irrupción de Vox en el Parlamento andaluz (les dio nueve y obtuvieron 12). Ahora es Moreno quien consulta los números de Michavila y éste, tras acertar el resultado de Madrid, le dibuja una mayoría absoluta en el horizonte. “Todavía no”, advierten en San Telmo.

El presidente de la Junta tampoco aspira a fagocitar a Ciudadanos, ni tiene claro que le resulte aritméticamente positivo. Ahora mismo, no. El partido naranja en Andalucía se alimentó de votos desencantados del PP, pero también muchos del PSOE. Ese trasvase del socialismo roto al centro derecha -cuando el centro derecha era más socioliberal- no está todavía del todo claro que fluya hacia el PP, si Ciudadanos desaparece. Madrid es una comunidad uniprovincial con un listón del 5% del escrutinio para lograr representación parlamentaria. Los naranjas, que tenían 26 diputados (19,4%), se han quedado fuera con el 3,8%. Hace dos años, al PP andaluz le amenazaba el sorpasso de los de Albert Rivera, y hoy son ellos quienes hacen ejercicios de reanimación optimista a sus socios para que no desfallezcan. “Todavía no”.

Con un 3,8%, en Andalucía, pueden lograr diputados en las provincias más pobladas: Sevilla, Málaga y Cádiz. Lejos de los 21 escaños que tienen ahora, pero quizá seis o siete para preservar el bloque conservador, y que el auge de Vox no ocupe todo el espacio de los naranjas. Moreno Bonilla empezó la legislatura sin mayoría parlamentaria bajo el signo de la inestabilidad, y lleva tres presupuestos autonómicos pactados y aprobados con Cs y Vox, un súperdecreto de simplificación administrativa, una rebaja de impuestos y otra reforma fiscal en ciernes, una nueva ley urbanística -llamada de sostenibilidad- y un primer esbozo de las cuentas de 2022, las últimas del mandato. La acción legislativa ha sido exigua, pero por el Parlamento ya han pasado 22 decretos aprobados por las tres derechas, y la próxima semana entran otros dos. “Mientras no me tumben las medidas que envío a la Cámara, hay legislatura para rato”, insiste.

Pero acto seguido, se echa a la calle a hacer campaña. Así lleva desde hace meses: inaugurando centros de salud, inaugurando un paseo fluvial, visitando colegios, cogiendo a niños en brazos, abrazando a abuelos... Selfie con el móvil. Con un casco de obra, con un chaleco reflectante de una empresa agroalimentaria, visita a la fábrica de pastas Gallo, con bata blanca y gorrito, visita a Covirán. Selfie con trabajadores. Firma con empresarios, firma con sindicatos, con enfermeros y médicos, muchos médicos, con profesores y alumnos. Selfie.

Hoy en Sevilla, mañana en Granada, pasado en Málaga, luego en Huelva... El cierre perimetral entre provincias se cruza con un justificante de trabajo. “Yo lo único que hago es trabajar, trabajar y trabajar”, repite, ufano, cuando le preguntan por el adelanto electoral. Un sábado por la tarde va a comer con su mujer y sus hijos, al restaurante Huracán, en Sevilla, y sale aplaudido y vitoreado por los comensales cuando les indica, con un gesto de manos, que en unos días abre la movilidad entre provincias tras cuatro meses cerrada: “¡A la playa, a la playa!”, le corean. El vídeo se hace viral. San Telmo manda aviso a la prensa para ponerlo en contexto.

Crisis latente en la izquierda

De todas las variables que influyen en la tentación de disolver el Parlamento y adelantar los comicios, la que más preocupa en San Telmo es que la izquierda rota aproveche este año y medio por delante para recomponerse, rearmarse y pulir un líder ilusionante y sólido que ahora no tienen. El PSOE andaluz no ha superado el negro capítulo de sanchistas contra susanistas. La líder regional y ex presidenta de la Junta, Susana Díaz, es discutida desde dentro por la mitad de los secretarios provinciales, ex dirigentes, alcaldes y agrupaciones locales que presionan para adelantar las primarias para elegir la candidatura a la Junta, un atajo al relevo orgánico, que no toca hasta el congreso regional de diciembre.

La dirección federal empuja en esa dirección y Juan Espadas, alcalde de Sevilla, es el elegido para disputarle el poder del partido, aunque formalmente no ha dado el paso. La dirección federal del PSOE activará este jueves el adelanto al mes de junio de las primarias para elegir al candidato a la Junta de Andalucía [siete meses antes del congreso regional parra elegir al secretario general], con idea de precipitar la salida de Díaz. Este es el panorama roto y desordenado que observa desde fuera Moreno Bonilla, confiando en que venza Susana Díaz, y mínimamente preocupado por que se imponga Espadas. El regidor sevillano no es un agitador de masas, no tiene el empuje emocional de su rival, pero se le reconoce como un hombre moderado, capaz de pactar a derecha e izquierda -lo ha hecho en el Ayuntamiento hispalense- y, sobre todo, concentra en él las expectativas de todos los críticos del PSOE andaluz que no es otra que apartar a Díaz e iniciar un proceso largo de renovación del proyecto.

Si Espadas vence, al día siguiente la perdedora seguirá siendo la presidenta del grupo parlamentario socialista, líder de la oposición a Moreno Bonilla y secretaria general del PSOE. ¿Cómo conciliar esa bicefalia entre el candidato a las elecciones y la líder del partido hasta el congreso regional de fin de año? Algunos piensan que Díaz se apartará y ocupará el último escaño en la bancada del grupo, incluso cederá el mando de San Vicente. Otros creen que se va a atrincherar hasta que Ferraz le habilite una salida digna, la tercera, tras haber rechazado la presidencia del Senado, un ministerio y un puesto en Bruselas. Todo es incertidumbre, mucho trabajo interno antes de empezar a apelar al electorado de izquierdas para recuperar terreno. Y esto lo observa el presidente andaluz desde su sillón verde.

A la izquierda del PSOE, el escenario no es más prometedor. La antigua coalición Podemos-IU, rebautizada con la marca Adelante Andalucía para las autonómicas de 2018, está apenas saliendo de una profunda crisis de identidad, de proyecto y de liderazgo. La expulsión de Teresa Rodríguez y otros ocho diputados del grupo que presidían, ahora no adscritos y sin apenas margen legislativo, ha dejado yermo un terreno en la izquierda andaluza donde urge construir una expectativa nueva antes de los próximos comicios. Algo, lo que sea. Los dos líderes regionales de IU y Podemos, Toni Valero y Martina Velarde, han empezado a interactuar juntos para impulsar una nueva marca asimilada a la coalición nacional: Unidas Podemos por Andalucía. Pero ninguno de los dos quiere asumir la cabeza de cartel.

Les falta líder y candidato capaz de superponerse al lío de nomenclaturas electorales que dejan sus disputas internas. Su figura más relevante está en el Consejo de Ministros, el coordinador federal de IU, Alberto Garzón, pero la confluencia carece de estudios demoscópicos serios que les clarifique qué tirón tendría entre los andaluces. Mientras se lo piensan, Rodríguez y los Anticapitalistas se han echado a la carretera con el acelerador puesto para montar un partido andalucista con aires pseudonacionalistas, algo que anteponga en el Congreso los intereses de Andalucía por delante de otros territorios. La gaditana y su círculo tienen tres partidos inscritos en el registro del Ministerio de Interior, pero tampoco se descarta una nueva marca (la cuarta), si Rodríguez se anima a repetir como cabeza de cartel por tercera vez [Andalucía no se rinde es el lema que usan ahora].

Por último, del éxito de Más Madrid y su sorpasso al PSOE se busca una proyección similar a la andaluza, pero es complicado. Íñigo Errejón cuenta en estas latitudes con un mini grupo, Más Andalucía, que ya concurrió a las pasadas autonómicas sin lograr representación parlamentaria. Lo lidera la ex diputada de Podemos Esperanza Gómez, una errejonista que fue una escisión de Rodríguez, y luego una escisión de Iglesias, y que ahora aspira a ejercer de puente entre ambas corrientes enfrentadas. Muy difícil. En Andalucía hay errejonistas, pero no hay errejonismo. Teresa Rodríguez siempre afeó a los cofundadores de Podemos haber montado un partido a imagen y semejanza de ellos: madrileños, universitarios, centralistas... “No comprenden Andalucía, no la conocen”. No existe ningún vínculo político entre lo que defiende Rodríguez y lo que abandera Errejón, más allá de su animadversión mutua contra Pablo Iglesias, que laminó a ambos antes de retirarse de la política.

Pero lo cierto es que hay un vacío de poder en la izquierda andaluza y una oportunidad para lanzar algo nuevo que plante cara al bloque de derechas. Señalar a Moreno Bonilla como “rehén de la ultraderecha” o describir Andalucía como una tierra raptada por el fascismo no está funcionando, no cala entre la gente, se necesita una propuesta propositiva que ahora no se percibe con claridad. En el PSOE, en Adelante e incluso en Anticapitalistas lo saben, pero para llegar a ese río, primero tienen que construir un puente entre ellos que ellos mismos han dinamitado. Y esto es lo que observa el presidente andaluz desde su asiento verde.

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