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Mercedes Gallizo: “En el sistema penitenciario, el humanitarismo es más eficaz que la crueldad”

Mercedes Gallizo, en Sevilla.

Jorge Garret

-¿Recuerda la primera vez que visitó una prisión?

Mercedes Gallizo (Zaragoza, 1952), que ha apartado hasta una esquina de la mesa el café y una tarta de chocolate que le han servido por cortesía en esta cafetería cultural moderna de Sevilla, responde que sí con un sí inapelable. Fue en su ciudad natal. Ella era diputada en las Cortes de Aragón y presidenta de la Comisión de Derechos Humanos, así que una de sus primeras iniciativas fue visitar con otros diputados la cárcel de Torrero. Era una tarde de invierno que proyectaba una luz lúgubre sobre las instalaciones, estancias frías, inhóspitas, “como las de la mayor parte de los centros penitenciarios del país a finales de los noventa”. Los políticos conversaron de forma breve con algunos internos que les transmitieron lo injusta que la vida había sido con ellos y cuán abandonados se sentían. Gallizo recuerda, agria, que sintió “desolación, una desolación total”, y explica que desde ese momento las prisiones se quedaron “en su cabeza y en su corazón”.

“También pensé: aquí hay que hacer algo”. Desde 2004, cuando el PSOE ganó las elecciones, Gallizo pudo hacerlo, porque el Gobierno la situó al frente del sistema penitenciario español durante los siguientes ocho años. Ahora no quiere hacer balance, sí “cerrar un círculo” con la publicación de Penas y personas: 2.810 días en las prisiones españolas (Debate), un libro que nace de las cerca de 10.000 cartas que recibió de los internos mientras estaba en el cargo. Son cartas desesperadas, emotivas, dramáticas; cartas sencillas, o simpáticas, o crudas, que en conjunto retratan un sistema lastrado por el desarraigo, los prejuicios y la desigualdad a ambos lados de los muros.

Gallizo es una de las voces más destacadas del país en la defensa de la privación de libertad como medio hacia la reinserción. No reivindica nada extraordinario, sino el cumplimiento de la Constitución y la Ley Penitenciaria. Se explica así: “Ni la venganza, ni los castigos duros y crueles han resultado nunca nada. Eso está más que comprobado en la historia. Los países que han tenido penas más inhumanas, degradantes y extendidas en el tiempo son los países que tienen y siguen teniendo un nivel de delincuencia más alto. Eso no disuade de cometer delitos, lo que lo hace es ayudar a la persona que tiene un problema a tratar de superarlo. Y a convivir con los demás fuera de las distorsiones que les provoca la drogodependencia, o los problemas de salud mental, o tantos factores. Es un esfuerzo, digamos, no solo de luchar por unas ideas en las que yo creo, sino de hacer pedagogía de lo útil. Defiendo que el humanitarismo es más eficaz que la crueldad”.

Sabe que rema “a contracorriente” pero añade que precisamente por eso su mensaje “es más necesario”. Casi en paralelo a la promoción de su libro, las imágenes de presos excarcelados por la anulación de la Doctrina Parot han avivado los instintos primarios de la sociedad, entre ellos, la venganza, y también los legislativos del Gobierno, plasmados en el Código Penal más duro de la democracia. Gallizo cree que el ojo por ojo “nos retrotrae a otro siglo, ni siquiera al XX, sino al XIX, al XVIII, al XVII, cuando se entendía por justicia el reproducir en la persona que ha cometido un hecho el castigo más cruel que se pueda imaginar”. Y agrega: “La historia de la democracia y de los derechos humanos se ha hecho para romper esa dinámica instintiva, que es además comprensible en la persona que es víctima de un hecho grave pero no lo es como sentimiento de una sociedad que reflexiona y que lo que quiere es avanzar hacia una forma mejor de convivencia. Prevenir es la responsabilidad mayor que tenemos que trabajar para construir una seguridad real. Explicar lo importante que es que haya centros de atención a drogodependientes, que haya políticas para ayudar a las personas que tienen problemas de salud mental, aprender a convivir de otra forma, a construir una escala de valores distinta”.

-Ha retratado las prisiones desde dentro, a través de las personas. ¿Sabemos algo de las cárceles?

“Poco. Durante mucho tiempo se ha tendido a construir las cárceles muy lejos de las ciudades, perdidas en tierra de nadie, como una manera de decir: Eso es algo que está allí, no lo vemos ni sabemos lo que ahí ocurre. La imagen que tenemos de las prisiones es una imagen cinematográfica, o de los noticiarios de sucesos, que siempre destacan a las personas que han cometido delitos graves y han provocado alarma social, y con los que se acaba identificando a toda la población reclusa. Sin embargo, en España la enorme mayoría de las personas que están en la cárcel lo está porque han cometido delitos pequeños: robos, hurtos, pequeño tráfico de drogas… Son más del 70%, la mayoría hijos de la pobreza, del consumo de drogas, de la desestructuración familiar, de la marginalidad. Eso es lo que hay detrás de la mayor parte de los delitos, mucha desigualdad social y mucha falta de oportunidades”.

En muchas de las cartas, los reclusos describen cómo se torcieron sus caminos hasta acabar en una celda, y cómo aspiran a recuperar su vida en un sistema “que calca las desigualdades de la calle”, reflexiona Gallizo. Desigualdades entre quien comete un hurto y no tiene asistencia jurídica porque la justicia gratuita carece de recursos, como ocurre en Andalucía, y quien ha defraudado millones de euros sin mirar a la cara a los afectados pero dispone no ya de un abogado, sino de todo un bufete ocupándose de su causa. “O como el problema de la droga. No le pasa lo mismo al que es drogodependiente y tiene sus recursos económicos para tener su dosis, que al que no tiene esos recursos y recurre a robos, a hurtos y trapicheos para tener su dosis. Las dos conductas son iguales, el nivel de dependencia está ahí, pero uno no se enfrenta de la misma manera a él. Al final depende de sus recursos”.

Gallizo asegura que conoce los sistemas penitenciarios europeos y que España “está por delante” de casi todos en materia penitenciaria, “tanto en instalaciones como en humanización de los centros, trato a los internos, o posibilidades de estudiar y trabajar”. Sin embargo, el país sufre una tasa de encarcelamiento muy alta (153 reclusos por 100.000 habitantes en 2011, el doble de la media europea) y eso impide que se pueda hacer un trabajo “mucho más intensivo” con los internos, en un sistema en el que la atención personalizada, el estudio de cada caso concreto, es crucial.

La zaragozana hila su discurso para volver al principio. “Si pensamos que toda persona que comete una infracción tiene que acabar en prisión, sea cual sea la gravedad de sus actos o la posibilidad de reincidencia, también estamos convirtiendo las prisiones en lugares sobreocupados. Eso no implica condiciones de indignidad como ocurre en otros países, pero sí va en detrimento de un tratamiento individualizado y de las posibilidades de afianzar la reinserción. Cada interno tiene su historia, quiere que le conozcas y que le ayudes a enfocar su tiempo de cumplimiento para que sea positivo para él y positivo para la sociedad”.

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