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No morir de Covid pero sí de pena, el drama diario en las residencias: “Hija, pero ¿tú me quieres?”

Una persona en silla de ruedas se desplaza por los pasillos de una residencia de mayores.

Javier Ramajo

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¿Qué habríamos pensado si hace un año alguien nos hubiera hablado de esos abrazos de plástico en las residencias de personas mayores? No podríamos haber imaginado nada igual, pero seguro que la protagonista de esta historia hubiera pagado por ello. Eli ha podido ir a ver a su madre de 92 años, cuando se ha podido y cuando le han dejado, pero sin intimidad, sin roce. “Ven a verme, que yo te perdono, me decía”. La “sensación de abandono” por parte de su familia es real en su mente, tanto como la pandemia, algo dañada también por los años. No lo asimila, no se lo cree, no lo entiende, explica Eli. “Hija, pero ¿tú me quieres?”, le preguntó el otro día. Para Antonio, que nació pocos meses antes de que acabara la Guerra Civil, viudo desde hace seis años, como sanitario jubilado considera que la situación económica será terrible. Desde la libertad de su vida en casa, entre amigos cuando se puede y con su hija como vecina, opina que las administraciones podían haber hecho más ante la pandemia. Son dos caras de una misma moneda, la de las personas mayores que tanto están pagando por esta crisis, incluso con su vida, con miles de vidas. Dos formas de afrontar una pandemia que no es la misma para todos.

La madre en una punta de la mesa. La hija en otra. Un cristal que las separa y que impide tocarse. “Eso es para ella la muerte”, lamenta Eli, que ya ha preparado el papeleo para volver a visitar a su madre tras el nuevo permiso otorgado por la Junta de Andalucía y cuyos problemas de salud mental no le impiden poder comprenderla “entre líneas”. “Sé que está bien físicamente, pero anímicamente no puedo saberlo bien porque no podemos comunicarnos abiertamente. Ella está encerrada, no salen y lo han pasado muy, muy, muy mal. Piensa que no queremos ir a verla”, explica Eli.

“Hija, tú me quieres? Cómo no te voy a querer, mamá, pero no puedo venir a verte”. Esa fue una de sus difíciles conversaciones, porque “cuando no era el confinamiento era el cierre perimetral u otra cosa. Ella se cree que yo no quiero ir a verla o me pide que la llame más tarde. Tiene la sensación de que la hemos abandonado y nosotros tenemos también la sensación de que la hemos abandonado, pero no puedo hacer otra cosa y tengo que vivir con eso”.

“Ella necesita besos, que la acaricie”

Su madre también ha pasado por la Covid, “pero es muy fuerte y lo ha pasado casi sin síntomas”. “Lo pasé muy mal pero lo ha superado, y ahora está ya vacunada además”. Las visitas se reanudan ahora, pero Eli no podrá, no sabe hasta cuándo, volver a sentir a su madre, en una residencia de Sevilla y con un “sentimiento de abandono” que golpea el ánimo de su hija. “Ella necesita besos, que la acaricie. Me pide que me arrime, que le coja las manos, pero no puedo”, lamenta.

Antonio también vive en Sevilla, aunque está pudiendo pasar la pandemia de otro modo. Enviudó hace seis años y, a sus 82, como sanitario jubilado, considera que “los mayores que nos hemos cuidado a nosotros mismos, pues de momento nos hemos salvado”. Su principal preocupación está no tanto en la salud o en la libertad que se les impide a residentes en centros de personas mayores sino en la vertiente económica que afronta el país. “Estamos volviendo a aquella época de después de la Guerra Civil”. El vivía en Triana y, a su alrededor, aunque muy pequeño, vio el hambre y las necesidades que se padecieron en aquella época. “La gente se comía hasta las mondas de las patatas, que se dice muy pronto, y no había pan”, recuerda. Desde su experiencia, ve “difícil” superar la actual situación.

“El que haya salido a la calle no creyendo en esta pandemia pues está cayendo, y también los que están en residencias, porque desde el Gobierno no han hecho lo posible para que esto se haya evitado”, opina. A su juicio, hay que cumplir “unas reglas muy sencillas”. “Y no es por los virus, porque virus hay muchísimos”, apunta. Deportista “de toda la vida”, hace dos horas de gimnasia al día, “como el rey emérito”, bromea. Recuerda cómo, durante el confinamiento estricto de los meses de marzo, abril o mayo, salió un día a tirar la basura con un EPI con el que “parecía un astronauta”. El encierro lo pasó lo mejor que pudo, como todos, con ayuda de las nuevas tecnologías o con la televisión como compañía. “No dejen de tomar vitamina D”, aconseja, y alude a un estudio del Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba que le está “dando la razón”. A todo al que se lo he recomendado “no ha tenido un resfriado en todo el año”, señala este ex médico.

Tomando precauciones

Cuando ha salido a la calle, “he salido protegido, pero no por miedo -aclara- sino para no contagiar a los demás si lo hubiera cogido”. Porque, a su edad, dice que ya no le importa morirse, aunque entre comillas. Sale con sus amigos de vez en cuando, “tomando precauciones y mantiendo las distancias”, las mismas que les hacen guardar en la residencia a Eli y a su madre, tan similares y tan diferentes al tiempo. “Si hubiera una pandemia muy seria, los primeros que caerían serían los de la hostelería. El problema es cuando se junta mucha gente, y eso ha pasado con todos los virus, no solo con este, en los autobuses o en los metros, aunque este afecta a órganos muy vitales”, comenta.

“¿Se podía haber hecho más ante esta pandemia? Por supuesto”, señala Antonio, que afirma haber estado “en un foco de virus en Madrid a mediados de febrero del pasado año, en un musical”, donde pudieron contagiarse unos compañeros según le trasladaron por mensaje. “Si se sabía que había una pandemia, eso no se tenía que haber permitido. Y desde el 31 de enero se sabía perfectamente que esto era una pandemia y no se sabía por donde atajarla. Ha sido una dejación del Estado, porque tenía que conmemorar el 8M. La propaganda, para el color que sea, es más importante que la salud de los administrados”, opina.

En cuanto a la situación de las personas mayores en residencias, “se tenían que haber cortado totalmente las visitas desde que se sabía que era una pandemia”. Andalucía las suspendió casi en coincidencia temporal con el decreto del estado de alarma en España. Él tiene un conocido en un centro residencial en la que no ha habido “ni un caso porque no se admitió gente de fuera, aunque incluso una familia los denunciaron”. “Muchas personas mayores tiene ya unas patologías que se agravan con este virus. Las residencias no están medicalizadas y eso es otro fallo de España”. “La economía va de cabeza y a ver cómo terminamos”, concluye.

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