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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Incansable holocausto

Ángela Labordeta

Desde el pasado 20 de diciembre hemos vivido el despropósito de la política y de lo político. Ahora, tras meses de justificada decepción, ya tenemos un Gobierno del Partido Popular liderado por la corrupción y la inmundicia y todo ello gracias a la abstención técnica de un partido socialista roto y la semántica cristiana y ordenada de los de Rivera. Mientras, los chicos de Podemos buscan ocupar esa foto que se mueve entre la rebeldía, el desorden y una preocupante necesidad de sorprender en lo verbal, olvidando la esencia misma de la política.

Hace no mucho leía al brillante Steiner: “Leonardo da Vinci, proclama Valéry, es el tipo supremo de esos individuos superiores”. Puede que sea así, pero la máquina voladora, el submarino, la prensa hidráulica, o el entendimiento de los vórtices habrían existido incluso si Leonardo no hubiera dibujado y codificado su pragmática claridad en aquellos cuadernos, hoy perdidos, y eso sería así porque la ciencia se descubre a sí misma, de la misma forma que la historia del arte nos enseña que muchas son las manos anónimas que han construido algunas de las piezas más brillantes e inmortales.

Es doloroso ver de qué forma la política cada vez se aleja más de la ciencia: es incapaz de descubrirse a sí misma y mientras la visión del científico es a largo plazo, el cortoplacismo se ha instalado de tal forma entre muchos de nuestros políticos, que poco es lo que podemos esperar de esos señores que han hecho empresa de sus siglas y de ellas la más triste de las políticas posibles. Un científico, al igual que un escritor, trabaja en silencio, avanza y deja que los años acaricien y maduren esa obra que salvará o consolará vidas. No tiene prisa, sabe mirar el amanecer y llorar con el anochecer, sabe que su vida de alguna forma llega solo para completar acaso la felicidad de otras muchas vidas desconocidas, pero sí sentidas y aulladas.

De niña me gustaba cobijarme en el parte trasera del coche familiar y escuchar cómo mis padres nos cantaban a mis hermanas y a mí: “Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos, había también una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había, cuando yo soñaba un mundo al revés”. Y me acurrucaba sobre el hombro de mi hermana y la noche era día porque la vida era eso: bañarnos en los tibios sueños de mamá y en nuestras primeras olas galopar hasta llegar a tu orilla que era roja, ardía de pasión y de verdad mientras en lo alto del faro, lejos de nuestro amable cotidiano, incansable holocausto de mentiras, errores, violencias, cinismos y vanidades que nos hicieron mayores.

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