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He estado leyendo estos días El tiempo está cambiando, la antología sobre nueva poesía española que ha preparado el incombustible Juan Marqués. Si tuviera que resumirla en una idea, diría que los jóvenes poetas son excelentes poetas. Si tuviera que resumirla en dos, diría que son mejores que los de las generaciones inmediatamente anteriores.
Cómo detesto a los agoreros que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. A los que piensan, concretamente, que las cosas solo fueron bien cuando eran ellos quienes las hacían. Cómo detesto a los que repiten incansablemente que los jóvenes de hoy no leen. Que los jóvenes de hoy no saben nada. Ellos, por supuesto, sabían mucho. Ellos leían mucho, por supuesto. Qué suerte. Me pasa frecuentemente como profesor: suelo encontrarme a gente que me pregunta qué tal son los estudiantes de ahora, esperando que empiece a narrar una retahíla de catástrofes. Se les ve llegar a la legua. Y confieso que siento un placer secreto cuando les corto con la primera respuesta. Una respuesta que, en realidad, no es nada del otro mundo. Nada. Es más bien una obviedad. No es tampoco una respuesta falsamente complaciente. Consiste tan solo en decir que las cosas –siendo distintas– son hoy más o menos como han sido siempre: que hay estudiantes malos, buenos y regulares. Como hace veinte años. Como hace cincuenta. O que –como nos pasa a casi todos los mortales que no formamos parte del grupo de estos elegidos que todo lo hacen bien– hay cosas que se nos dan rematadamente mal y otras en las que nos defendemos. Existen hoy unas dificultades diferentes, pero nunca dejarán de existir unas u otras. Me pasa también que, cuando veo a algunos de estos quejicas de manual, me percato de que no suelen ser los más trabajadores en lo suyo. Qué cosas.
A mí me pasma lo fácilmente que nos dejamos seducir por la nostalgia. Lo fácilmente que nos inventamos un pasado. Si me pongo a recordar al muchacho que yo era a los dieciocho o veinte años, deberé confesar –con la mano en el corazón– que no sabía por dónde me daba el aire. Eso como poco. Veo hoy a muchos de mis alumnos y he de reconocer que dan mil vueltas a aquel joven de finales de los noventa. Si leo hoy a los poetas antologados por Marqués, he de reconocer que sus versos sólidos dan mil vueltas a aquellos balbuceos despistados.
En realidad, lo que nos pasa a los señores de mi edad es que nos da pavor constatar que nos han movido la silla. Que el brillo no acompaña. Que pronto seremos del todo invisibles, a pesar de nuestras zapatillas de colores.
Se atribuye a Sócrates esa frase famosa sobre lo mal que funcionaba ya la juventud de hace casi dos mil quinientos años. Menos mal que también dicen que dijo: “Solo sé que no sé nada”.
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