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La victoria de Donald Trump ha vuelto a sorprender a los analistas, formadores de opinión, a la propia clase política y, en definitiva, al sistema en su conjunto tal cual está gestionado por esas y otras élites. Esta incapacidad para dar cuenta de lo que está ocurriendo y la consiguiente proliferación de objetos políticos no identificados se inició con la primavera árabe del 2010, justo después de que los cables de la diplomacia norteamericana filtrados por Wikileaks revelaran que para los expertos el norte de África estaba en una situación social y política perfecta. Un año después, las élites volvieron a quedar en evidencia con la irrupción del 15M y este año ha ocurrido algo parecido con el Brexit y las elecciones presidenciales norteamericanas. Que en estos casos los estudios demoscópicos hayan sido incapaces de prever algo tan simple como la elección entre dos opciones, debe obligar a cuestionar seriamente la capacidad de las ciencias sociales para dar sentido al mundo que tenemos. Pero no nos engañemos, nuestra desorientación es similar a la de las élites políticas.
Hace unos días trasladé esta opinión a un colega de la Universidad de Huangshan. Me respondió, como es habitual en él, con una enigmática leyenda. Me contó que hace más de 5000 años el Emperador Amarillo dijo a otro ilustre jerarca lo siguiente: “No-Hagas-Nada-Ni-Digas-Nada es el único que tiene razón porque no sabe. Salvaje-y-Tonto parece tener razón porque olvida lo que sabe. Tú y yo no tenemos razón porque sabemos”. La leyenda añade que “Salvaje-y-Tonto oyó hablar de este episodio y llegó a la conclusión de que el Emperador Amarillo sabía de qué hablaba”. El profesor Li se quedó un largo rato observando mi estupor a través de la pantalla de Skype y, al final, se animó a ofrecerme una aclaración. Más o menos es como sigue.
En una cumbre de Jefes, el Emperador Amarillo aseguró a su homólogo político el Rey Azul que si ellos, los que mandan, saben y pueden hablar tanto y de todo, es porque no tienen razón ninguna. Le dijo también que la gente (“No-Hagas-Nada-Ni-Digas-Nada”) siempre tiene toda la razón porque no sabe nada. Y culminó su especulación asegurando que cierto científico social (“Salvaje-y-Tonto”) está en una posición intermedia porque tiene algo de razón gracias a que ha olvidado lo que sabía. A través de la Prensa, un prestigioso científico tuvo noticia de esta conversación y publicó un artículo glosando la hazaña intelectual de su Jefe. Después de varios años este científico se convirtió en un clásico y sus escritos fueron de lectura obligatoria. Inspirándose en ellos varios discípulos crearon el Centro Amarillo de Investigaciones Sociológicas. Allí se hacían encuestas relativas a los asuntos que interesaban al Emperador utilizando cuestionarios que reproducían casi literalmente los términos y expresiones que solía utilizar. Por su parte, las gentes, se fueron acostumbrando a ese lenguaje y, poco a poco, aprendieron a responder. Para ello resultó muy útil la Televisión Amarilla. En ella veían lo que a su Emperador le interesaba, oían a los presentadores hablar como él y aprendieron a pensar como había que hacerlo. Luego, cuando los sociólogos recogían la información y trasladaban los resultados, primero al Emperador para que los conociera y luego a la televisión para que los divulgara, el ciclo se cerraba y todo era como debía de ser.
Lo que no apareció en la prensa ni glosó sociólogo alguno es la conversación que tuvo lugar más tarde, ya en privado, entre el Emperador Amarillo y el Rey Azul. Dijo el primero: “¡Tenemos suerte con nuestros sociólogos! Como su saber es tan primario y su anhelo de prestigio no tiene límite, no han logrado saber, o al menos no lo han reconocido públicamente, que no tienen razón”. Entonces el Emperador Azul le dijo que en la Asociación Azul de Sociología de su país ya había un grupo de sociólogos de gran prestigio y revista propia que reconocía saber que no tenía razón. El Emperador Amarillo dijo sonriendo: “No te preocupes. Si están escribiendo sobre eso seguro que no se lo han tomado en serio”.
Pero el Emperador Amarillo no siempre sonreía ni era tan optimista. Sabía que había bastante más mundo y tenía la sospecha de que algún día irrumpiría desbaratando el juego de espejos que tan laboriosamente había construido. Ese peligro ya había comenzado a hacerse real de la mano de Salvaje-y-Tonto. En lugar de pensar como lo hacían sus compañeros creyó necesario tomarse en serio el saber y hacer que las gentes utilizaban en sus largos y anodinos periodos de letargo político. Este atípico experto llegó a la conclusión de que esa razón común que facilitaba a la gente su supervivencia por más hostil que fuera el entorno, cuando se intentaba investigar con encuestas o se trataba de canalizar con elecciones, terminaba por deshacerse entre las manos y desaparecía. Siempre había sucedido así. Por eso Salvaje-y-Tonto decidió llamar a la gente “No-Hagas-Ni-Digas-Nada”.
A su casa en las montañas de Huainan solía acercársele algún experto crítico para pedirle opinión. En una ocasión, tras un largo viaje, se presentó un joven que contó al Maestro lo que el Emperador Amarillo le había dicho al Rey Azul. Salvaje-y-Tonto dijo al joven que si el Emperador Amarillo había dicho aquello sabía de qué hablaba. Cuando el joven llegó a la Universidad Amarilla y contó lo que Salvaje-y-Tonto opinaba de las palabras del Emperador Amarillo sus colegas no le entendieron.
José Ángel Bergua, participante de GAO
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