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La cara B de la traca final de las Fiestas del Pilar: “Se tapa los oídos y pide irnos a un sitio sin ruido”

Fuegos artificiales de Zaragoza

Naiare Rodríguez Pérez

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En Zaragoza, el fin de fiestas del Pilar suele celebrarse con fuegos artificiales y aplausos en las calles. Sin embargo, tras cada estallido, hay quienes no pueden hacer lo mismo. Para Eric Ledesma Liste, de seis años, los fuegos artificiales no son un espectáculo, sino una amenaza. “Se tapa los oídos y pide irnos a un espacio sin ruido y sin aglomeraciones”, explica su madre Ruth, quien confirma que intentan no ir porque “se asusta y se agobia”.

Eric tiene autismo y lo que para la mayoría es una tradición festiva y un cierre perfecto, para él y su familia se convierte en un momento lleno de tensión y malestar. “Cuando no hay más remedio, procuramos estar lo más alejados posible del ruido y en un espacio más despejado”, cuenta su madre.

Del mismo modo, asegura que “todavía hay poca sensibilidad frente al espectro autista y sus múltiples variables”, por lo que no está tan normalizado celebrar unas fiestas sin esa traca final.

Desde Autismo Aragón, el equipo de psicólogas explica que las personas autistas “procesan la información sensorial de forma diferente”, ya que su sistema nervioso puede reaccionar de manera “más intensa o, por el contrario, con menor intensidad ante los estímulos del entorno”.

En quienes presenta hiperreacción auditiva, los petardos o fuegos artificiales generan un impacto “abrumador” porque “no pueden anticipar ni filtrar el sonido”. No se trata solo de una molestia, sino que “muchas personas lo viven como una experiencia dolorosa y desbordante”.

Tal y como explican, el sonido no llega de forma neutra y puede provocar ansiedad, miedo, desorientación o incluso dolor físico. Por lo tanto, ante esa saturación, algunas personas sufren crisis sensoriales y se tapan los oídos, lloran, gritan o buscan refugio.

“No es una reacción voluntaria, sino una respuesta automática del cerebro ante una sobrecarga”, aclaran las profesionales, quienes también reconocen que muchas familias viven estas fechas “con ilusión y estrés a partes iguales”.

Una realidad invisible en las fiestas

En Aragón no existen datos oficiales actualizados, pero, según las estimaciones de Autismo Aragón basadas en referencias nacionales y europeas, una de cada 100 personas está dentro del espectro autista, lo que equivale a unas 13.000 o 14.000 personas en la comunidad, sin contar a sus familias y entornos cercanos.

La organización insiste en que el diagnóstico temprano sigue siendo un reto: “Hay retrasos, sobre todo, en perfiles que no se ajustan al estereotipo clásico del autismo. Muchas veces se confunde con timidez o inmadurez, y el diagnóstico llega tarde, cuando las dificultades ya han tenido un impacto importante”.

A esto se suma la persistencia de estereotipos, ya que, reconocen, “uno de los mayores mitos es pensar que las personas autistas no quieren relacionarse o no tienen empatía”.

“La realidad es que sí desean vincularse, pero las reglas sociales implícitas o los matices emocionales pueden resultar agotadores”, subrayan.

No es una rabieta, sino una crisis sensorial

Ruth recuerda situaciones difíciles: “Durante una crisis sensorial y en otras situaciones calmadas, la gente no entiende que es mejor que Eric lleve un mordedor a que esté mordiendo la ropa o que no responda a otros niños. A veces nos sentimos juzgados”.

Desde Autismo Aragón destacan que comprender el origen de una crisis sensorial cambia por completo la mirada porque “no es una rabieta ni una falta de control, sino la manifestación visible de un sistema nervioso saturado”. “Cuando se entiende esto, las personas dejan de exigir autocontrol y comienzan a ofrecer acompañamiento, espacio y comprensión”, señalan.

Las fiestas sin ruido son posibles

Cada año, más ciudades del mundo sustituyen los fuegos artificiales por espectáculos silenciosos o de luz, como los conseguidos con drones o con farolillos de papel. Esta medida es aplaudida por familias y entidades, quienes consideran que “son una alternativa positiva y de agradecer”. “En Zaragoza se hacen cosas para los niños con necesidades especiales, pero todavía influyen las aglomeraciones o los fuegos artificiales”, admite.

Autismo Aragón coincide en que los espectáculos silenciosos reducen la ansiedad, el malestar y las crisis sensoriales, de tal forma que se permite que “más personas, también mayores, bebés o personas con migrañas, puedan disfrutar de las fiestas al completo”.

Para avanzar hacia una inclusión real, la organización propone reducir estímulos en ciertos espacios, usar pictogramas y apoyos visuales, respetar los tiempos de procesamiento y formar a profesionales en accesibilidad sensorial y cognitiva.

“La inclusión no consiste solo en permitir que participen, sino en adaptar los entornos para que todas las personas puedan hacerlo con bienestar y autonomía”, sostienen.

Al mismo tiempo, Ruth aclara que “no es una enfermedad y hay que respetar las particularidades de cada persona, sea TEA o no”. Porque el ruido, explican desde la organización, “no es el único problema” y es que el fondo está en “la falta de empatía” hacia quienes perciben el mundo de otra forma.

En definitiva, tal y como coinciden Ruth y Autismo Aragón, celebrar el fin de fiestas sin ruido no significaría renunciar a la alegría. De hecho, significaría ampliar el espacio de celebración para que quepan todos los cuerpos, todas las sensibilidades y todas las formas de vivir el mundo.

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