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Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.

Argentina, cuestión de tiempo

Estudiantes ocupan escuelas de Buenos Aires para pedir la legalización del aborto

Barbijaputa

La despenalización del aborto en Argentina tuvo ayer 129 votos a favor y 125 en contra en el Congreso. Una vez pase por el Senado, esta ley será por fin una realidad para las mujeres argentinas.

Las voces a favor y en contra, que pudimos escuchar a través de Internet durante las casi 22 horas que duró la sesión en el Parlamento argentino, usaron los mismos argumentos que se escuchan siempre. Ninguno nuevo. El feminismo se enfrentó al conservadurismo con la misma razón y humanidad que se viene enfrentando toda su historia, con la paciencia y la pedagogía de quienes asumen que tienen que explicar una y otra vez que nuestro cuerpo es nuestro, y no del Estado, no de hombres encorbatados que se llenan la boca de moral y ética mientras pretenden condenar a cientos de miles de argentinas a una muerte segura. Durante los últimos 30 años, el aborto clandestino ha sido la principal de causa de muerte en Argentina. Los diputados en contra del aborto, aún así, tienen la desvergüenza de llamarse a sí mismos “pro-vida”. Y esto vale para los mal llamados “pro-vida” de cualquier país.

La derecha, ya sea conservadora o liberal (Ciudadanos, liberales en lo económico y conservadores en lo de nuestro útero) lleva impresa la misoginia allí donde estén, y allí donde tenga voz, la alzarán para recordarlo. Siempre la disfrazarán de que lo que les importa es el neonato, pero en realidad no es así. Podemos verlo en las miles de frases que les hemos escuchado toda la vida. En ese mismo enlace, más arriba, pueden ver un vídeo donde sale esta frase dicha en TV -aunque seguro que ya la han oído antes-: “cuando una mujer se acuesta con un señor, tiene que asumir su responsabilidad”. Ella. Ella, fornicadora y pecadora, que asuma su responsabilidad. Porque el hombre que la fecundó ni aparece en escena. O dicho de otro modo: “Si tanto de gusta follar, ahora apechuga, libertina”.

No hace falta decir que si el hombre fuera el que gesta, estos debates jamás habrían tenido lugar: el aborto sería libre, gratuito y universal. ¿O acaso se imaginan a cámaras, congresos y parlamentos, históricamente llenas de hombres, debatiendo sobre si están haciendo bien o mal decidiendo sobre sus propios cuerpos? Ya saben la respuesta.

Votar no al aborto es votar para castigar a las mujeres, que de igual forma van a abortar. Votar no al aborto es también una cuestión de clase: las ricas viajarán a países donde el aborto es seguro y las pobres morirán en mesas clandestinas. Votar no al aborto es desoír a la Organización Mundial de la Salud repetir hasta la saciedad que “casi cada una de las muertes y discapacidades producidas por un aborto inseguro podría haberse evitado a través de la educación sexual, la planificación familiar y el acceso al aborto inducido en forma legal y sin riesgos”. Votar no al aborto es misoginia interiorizada, es no importarte realmente la vida, porque de ser así, nadie ignoraría que decir NO al aborto es sinónimo de incontables muertes de mujeres. Y ahí radica el problema: muertes de mujeres.

Lo que esta señora dice en voz alta, es lo que piensa cada uno de los que se oponen a que decidamos sobre nuestro cuerpo:

La deshumanización de la mujer, como dijo la diputada Sofía Brambilla (Propuesta Republicana) en el Congreso argentino, hace que sea percibida como un ente extraño y ajeno que aniquila vidas alegremente.

Y así es. La mujer, así en singular, aún vista por millones de personas en todo el mundo como un sujeto malo, egoísta, sibilino, que le gusta practicar el sexo para luego “matar bebés” sin ningún tipo de reparo. No creen ni por un momento que un aborto pueda ser el momento más duro de sus vidas. O no quieren creerlo.

Pero el conservadurismo nunca va a frenar ni al feminismo ni al progreso que éste conlleva. Porque esto lo ha conseguido el feminismo, las feministas, las argentinas en la calle, las riadas de mujeres gritando que su cuerpo es suyo. Los conservadores son el lastre que hacen que vayamos más lentas, porque son pesados, porque llevan a Dios en la boca y el látigo en la mano, pero no pueden frenarnos. Ayer España, hoy Argentina, y mañana el resto de las mujeres que esperan tras otras fronteras. También aquellas fronteras presididas por hombres que se dicen de izquierdas (los menos, pero los hay) pero que arguyen como la derecha.

Es cuestión de tiempo, sólo hay que mirar cómo las mujeres arrasamos las calles para saber que esta guerra está ganada desde antes de empezar.

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