“En Europa hemos perdido la empatía y es un problema muy grave, porque el día de mañana nos tocará a nosotros”
Antonio Pampliega es mucho más que el periodista que fue secuestrado durante 299 días en Siria. Este corresponsal de guerra lleva diez años recorriendo las zonas donde nadie quiere estar y dando voz a los que no la tienen en este Occidente egocéntrico. Ha contado las historias de los migrantes en el Mediterráneo, las niñas en Afganistán o las mujeres en Ucrania. También, la suya propia en 'En la oscuridad'.
Es un ejemplo de periodismo internacional comprometido y este sábado estará en el centro cívico Juan Carlos Calderón, en Santander, para hablar sobre las crisis humanitarias y las migraciones, consecuencias de la guerra.
En su nuevo libro, 'Las trincheras de la esperanza', ya no es el protagonista, ¿tenía ganas de pasar página y volver a contar las historias de la gente?
Sí. Lo que más me alegra es que he dado un paso hacia atrás y el protagonista ya no soy yo. Entiendo que yo tenía una historia muy potente que contar, pero ya está contada y tengo que seguir haciendo lo que he hecho durante tanto tiempo, que es dar voz a otras historias. Qué mejor que estrenarme de nuevo en la literatura que con una historia como la de Alberto Cairo, el médico italiano que lleva 28 años trabajando en Afganistán, ayudando a casi 300.000 afganos discapacitados. Era una historia que tenía ganas de contar ampliamente, porque necesita mucho tiempo y cuidado.
¿Cómo conoció esta historia?
Todos los que hemos ido a Afganistán a trabajar tenemos que pasar por el centro de Cruz Roja porque, tras los talibanes, era el único sitio donde había algo de esperanza e historias bonitas que contar. En 2010 llegué e hice un reportaje sobre el hospital que fue mi primera toma de contacto, pero Alberto no estaba porque había salido. Siempre me quedó la espina y volví en 2011, le conocí y me maravilló. Él es el hilo conductor y la excusa para llegar a lo que es Afganistán. Nosotros empatizamos con Alberto, el occidental, no con un afgano.
Él estuvo en contra desde un primer momento de que el libro fuese sobre su historia, me decía que tenía que entrevistar y conocer a gente como la capitana de la selección nacional de baloncesto en silla de ruedas. Por ejemplo, casi el 90% de los afganos tiene problemas mentales tras 40 años de guerra y en el único hospital para enfermos mentales del país los tienen encadenados por la falta de medicinas. Este libro es la oportunidad perfecta para enseñar que Afganistán es mucho más que el burka y los talibanes, hay que ir mucho más allá.
Otro hilo conductor de su libro es la esperanza
Quiero mostrar que en Occidente tenemos problemas de gente sin problemas. Comparado con otros sitios, nuestros problemas son banales. Si en un sitio como Afganistán, un hombre que pasó cinco años sentado en una silla de madera viendo pasar el tiempo y la vida, acabó estudiando y a día de hoy es la mano derecha de Alberto Cairo en Afganistán como fisioterapeuta en Cruz Roja, nosotros podemos con todo. No tenemos sus dificultades.
¿La falta de empatía nos ha llevado a esta ola de racismo?
Mi visión es triste, desesperanzadora y descorazonadora. Te das cuenta de que llegas a Occidente, donde lo tenemos todo, vivimos en nuestra burbuja y nos da igual lo que les pase a los demás. La gente se lleva las manos a la cabeza porque vienen migrantes que cruzan el Estrecho de Gibraltar o el Mediterráneo Central en patera. Al no haber prensa sobre el terreno, no podemos contar de dónde vienen y la realidad que viven en esos países. Si pudiéramos estar allí, la gente, quizá, les entendería. Y, sobre todo, les entenderían si se sentasen a hablar con ellos y se diesen cuenta de que ellos no quieren venir aquí, que vienen porque es su única necesidad y esperanza. Cualquier persona se querría quedar en su casa y no huir. En Europa hemos perdido la empatía y es un problema muy grave, porque el día de mañana nos tocará a nosotros. No son migrantes económicos, vienen del infierno. Nos falta cultura y que la gente exija calidad a sus medios de comunicación, porque si no les van a vender la moto como están haciendo, y eso es un problema.
¿La prensa no puede estar, entre otras cosas, por las condiciones de trabajo a las que se enfrenta?
Esta profesión se va a extinguir. En cinco o seis años no habrá corresponsales de guerra porque es muy caro y los medios de comunicación prefieren tener a su reportero detrás de un escritorio hablando de los sitios sin poner un pie en el país. Todo eso va a repercutir en nosotros y nos vamos a cerrar en nuestra burbuja, lo que conlleva que partidos de extrema derecha vendan su mensaje y sus fake news y la gente lo compre, como ocurrió, por ejemplo, en el caso del Aquarius.
¿Cómo lleva los ataques y que se le ponga en entredicho en las redes sociales?
Tengo redes sociales porque es mi porfolio y donde puedo exponer mi trabajo. Yo antes entraba más cuando sufría ataques y hay contestaciones de las que uno se arrepiente, ahora bloqueo más. Es complicado cuando te dicen que te has inventado el secuestro o que la pena es que no te hayan cortado la cabeza, te van picando para que saltes y es complicado. Las redes sociales se están cargando esta profesión y también son lugar para que campen a sus anchas todos los 'trolls' y carguen contra los que tenemos nombre y una posición pública, porque saben que nosotros no podemos entrar. Ellos sí, son anónimos y no va a pasar nada.
Ahora, con 'Pasaporte Pampliega', está cambiando de escenarios y de formato, ¿está empezando de nuevo?
Nunca había trabajado en televisión y, desde enero, he descubierto un mundo que no conocía y que me gusta muchísimo. Estoy muy feliz con los programas que estamos haciendo y espero que tengamos audiencia, que la gente vea lo que han sido estos diez años de trabajo y se sorprenda, encuentren otra persona al margen del secuestro y decidan si valgo o no, pero que lo juzgue la gente. Estoy muy ilusionado.