Drogas, placer y provocación: tres mujeres icónicas y transgresoras que escandalizaron en su época
Fueron iconos de su tiempo, vivieron más allá de las normas, exhibieron una sexualidad libre y sin tapujos y a lo largo de sus vidas dejaron pocos estupefacientes sin probar. El sello editorial santanderino El Desvelo acaba de volver a sacar a la luz la vida y la obra, que en sus casos se confunden, de tres iconos de entresiglos que marcaron época en España: la marquesa italiana Luisa Casati (1881-1957), la bailarina española Carmen Tórtola Valencia (1882-1955) y la poeta chilena Teresa Wilms (1893-1921), también conocida como Teresa de la Cruz.
Sofía Barrón es la autora del libro ‘Divas, transgresoras e intoxicadas’ que estos días acaba de ver la luz, una obra que, profusamente ilustrada con imágenes de las protagonistas, arroja una interpretación de la forma libérrima de concebir la vida de unas mujeres que no fueron en absoluto representativas de su época, pero que marcaron caminos que otras siguieron.
Barrón es doctora en Historia del Arte por la Universitat de València. Actualmente ejerce como docente en la Universidad Internacional de Valencia (VIU). Su labor investigadora está centrada en la pintura española del entresiglos XIX-XX y del siglo XX, con especial atención a la construcción visual en torno a las drogas y al análisis de la producción artística de mujeres. En este contexto se enmarca la semblanza interpretativa de Casati, Valencia y Wilms, a las cuales, siendo completamente distintas en carácter y trayectoria, las une una pasión común: vivir su libertad, a contrapelo de las normas burguesas establecidas. “Anarquismo, abulia, spleen, ocultismo o hiperestesia” son otros términos que, según la autora del libro, muy bien pudieran ser aplicados a las tres, si no a todas en su conjunto de forma plena, sí en algún grado.
También tuvieron otra cosa en común: acapararon la atención de los artistas coetáneos, sobre todo pintores, que no pudieron escapar al magnetismo que desprendían. Su belleza fue captada por retratistas europeos e hispanoamericanos al igual que su manera de entender el arte fue recogida en textos redactados por los principales literatos del momento. Desde Man Ray a Romero de Torres, desde Antonio de Hoyos y Vinent a Valle Inclán.
“Luisa Casati, Tórtola Valencia y Teresa Wilms Montt compartieron devoción por los efectos de sustancias tóxicas. Ellas encarnaron el ideal de mujer cosmopolita y elegante, a caballo entre la respetabilidad y el vértigo por el placer desconocido, una dualidad en parte marcada por el uso constante de psicotrópicos y la exhibición sin tapujos de su libertad sexual. Las tres, completamente distintas en sus vidas, quedaron unidas por la transgresión y por la mezcla de fascinación y repudio que cosecharon a su paso”, ha comentado el editor santanderino Javier Fernández Rubio sobre las protagonistas de este libro.
Performance, danza y poesía
La extravagante marquesa Luisa Casati —mujer de fácil identificación por el pelo rojo, los ojos ennegrecidos con kohl, el rostro blanco y el barroquismo de un vestuario inspirado en los Ballets Rusos— fue la heredera de la mayor fortuna italiana de principios de siglo XX. Amante del escritor D’Annunzio, el esmero que empleó en cultivar una imagen ambigua, entre culta y frívola, llevó a recorrer a la marquesa el amplio abanico de afecciones finiseculares; entre ellas las drogas se dibujan como el triunfo de lo artificial sobre lo natural.
La marquesa Casati hizo de su propia vida una obra performática continua que epató a todos los que la rodearon y que la llevó a la ruina, consumida su fortuna en mansiones, fiestas alucinatorias y todo tipo de lujos, entre los cuales los estupefacientes tenían una presencia continua. Con el tiempo, su figura no se extinguió y ha sido inspiración de iconos de la moda, como Jean Paul Gaultier, o de la música, como Lady Gaga.
Pulcra y extravagante, la figura de Tórtola Valencia posee el encanto de lo dual: la bailarina fue adicta a la morfina, poseyó múltiples amantes para disfrazar su latente homosexualidad y se convirtió en asidua de tugurios, rememora la autora de la obra, Sofía Barrón.
“Tórtola hacía gala de una educación cosmopolita europea y de una contundente impronta feminista -señala la autora-; además de coreógrafa, fue coleccionista de antigüedades y actriz. Gracias a la reinterpretación de danzas orientales —a partir de su interés en culturas africanas y precolombinas— logró en 1912 la Cátedra de Coreografía y Estética en la Universidad de Múnich. Entre 1910 y 1930, también obtuvo el aplauso de los intelectuales europeos e hispanoamericanos: Ramón María del Valle-Inclán, Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Jacinto Benavente, Rubén Darío, Emilia Pardo Bazán, Vaslav Nijinsky o Maurice Maeterlinck, le dedicaron alabanzas. Asimismo, sus retratos se sucedieron. A Tórtola la efigiaron un sinfín de pintores, entre ellos Anselmo Miguel Nieto, Eduardo Chicharro, Ignacio Zuloaga, Rafael de Penagos y, como se ha descubierto recientemente, Julio Romero de Torres”.
Otro hecho no menos significativo de su vida es que tuvo que ocultar su relación de pareja con otra mujer, a la que adoptó legalmente como hija para poder convivir juntas bajo el mismo techo. “Siempre coreada por renombrados personajes masculinos, desde 1928 convivió con la mujer que, en 1942, adoptó como hija, Ángeles Magret-Vilá”, rememora la autora.
De extracción burguesa y de vida trágica, Teresa Wilms Montt, poeta y narradora chilena, fue conocida en los ambientes intelectuales españoles como Teresa de la Cruz. Arte, belleza, independencia, libertad y rebeldía fueron pilares básicos en la escritora que acabó con su vida de propia mano con 28 años de edad, tras años de vivir separada de sus hijos y pasar tiempo enclaustrada por culpa de un marido que no consintió que viviera la vida que quiso vivir. Vivió así el desarraigo y al margen de la sociedad, trabó relación con Vicente Huidobro y, ya en Madrid, con autores como Ramón Gómez de la Serna y Valle-Inclán, fue el centro de cenáculos literarios en donde la masculinidad imperante la veía con fascinación y condescendencia. Fue una «verdadera bohemia» hasta las últimas consecuencias.
“En 1915, su marido la acusó de adulterio y la separó definitivamente de sus hijas. La poeta terminó enclaustrada en el santiagueño Convento de la Preciosa Sangre. Un año más tarde, consiguió huir a Buenos Aires junto al poeta Vicente Huidobro. En la capital bonaerense se publicaron sus dos primeros escritos. En 1917, se trasladó a Nueva York y, en febrero de 1918, se paseó por los cafés de Madrid junto a Valle-Inclán, con el sobrenombre de Teresa de la Cruz”, explica Barrón.
Fueron singulares, y distintas, hasta en el momento de eclipsarse. Luisa Casati, tras una reunión ocultista celebrada el 1 de junio de 1957, sufrió un derrame cerebral en Londres que no superó. La sevillana Carmen Tórtola Valencia, con su impresionante cultura a cuestas, obsesionada con su independencia y el halo ‘imaginario’ que creó sobre sus orígenes, bien hija de Goya, bien hija de un aristócrata español, falleció en Barcelona, completamente retirada, en 1955, dedicando sus últimos años al coleccionismo. Wilms, frecuentadora de sustancias como el alcohol, tabaco, hachís, éter, láudano y la cocaína, se suicidó en París, el día de Nochebuena de 1921, a los veintiocho años, con Veronal, el primer barbitúrico comercializado.
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