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En T. hoy salió el sol a las 8:36, y se puso a las 18:30. El día duró 9 horas y 36 minutos. En Barcelona, los primeros rayos del sol se detectaron a las 6:30 a lo lejos en el mar de Menorca, la salida real fue a las 8:14 y la puesta a las 17:48; allí el día duró 9h, 33m. En Vic y en Solsona unos segundos después. Los nazis y feixistes catalanes se quejan de tener el mismo sol que España, no lo pueden bajar del cielo y cambiarlo por otro más grande, ese sol español que quema el rostro y hace del pasto estopa blanquecina en verano; preferirían el sol alemán, el amarillo frío que calma los ojos azules del Volk, y de un único poble ensimismado mientras masturban el gran falo del edificio Agbar.
En Berlín hoy amaneció a las 6:07, despuntó por la llanura patatera a las 8:10 y cayó al mar belga a las 16:23. En realidad minucias solares si las comparamos con Nueva York respecto a Juneau en Alaska. Nada. Desencajar el sol y guiarlo como una oveja no es fácil, y menos a un pueblo hacia los acantilados de mármol con mentiras racistas. Desde la ventana de ladrillos un poco antes de que amanezca en T. veo a los primeros piragüistas paleando de espaldas al sol.
Alguno de ellos ha remontado el Hudson desde Albany a Glens Fells, dos ciudades pequeñas muy parecidas a T., otros han bajado el río desde Aranjuez hasta Abrantes el pasado verano. Uno paleó durante una semana en el Mondego remansado de Coimbra, que es una imitación del Sena en París. En realidad casi todos los ríos al atravesar las ciudades son el Sena.
El Oñar en Gerona una especie de Arno seco a su paso por Florencia, y el Guadalquivir en Sevilla el Tíber en Roma. El Tajo en T. fluye como el G. en Mérida. Como ondas después de lanzar una piedra al agua son las primeras palabras del día. La radio estuvo encendida toda la noche echando fuego.
Hoy es 15 de enero, día de San Mauro, el taumaturgo que terminó viviendo en una cueva y orando de cara a la pared como un personaje de la caverna de Platón. Un Curandero que bien podría ser el patrón de los escritores que se retiran a pensar y a escribir libros en la sierra. Desde la ventana de ladrillos rojos el río se ha vuelto invisible. Nadie lo ve, es mejor no verlo.
Un ejercicio de olvido es tenerlo delante de los ojos sin verlo. Los piragüistas cuando palean entre los puentes no saben que van por un río. No lo ven y las estelas de las quillas en el agua brillan como las heridas en la noche. Estos piragüistas nocturnos son mensajeros que van y vienen con cartas negras desde un punto X a un punto Y.
El silencio de las piraguas por el río muerto es el mismo que el de la luz que envuelve a los vivos. A veces uno de estos piragüistas se acerca a la orilla y te entrega un sobre, lo abres y no puedes leer el mensaje, las palabras negras están hundidas en el fango contaminado. Las palabras de nuestro tiempo están humilladas por la mentira.
En T. estos mensajeros en piraguas son los únicos habitantes del río. Extraños y silenciosos llevan las palabras rotas de la vida de un punto a otro por el agua. San Mauro el eremita las cura y nos las pone de nuevo en la boca como abejas. Pero igual que llevan los mensajes de amor de un oferente a otro, llevan las cartas de las desgracias, los sueños, las noticias, y las palabras amarillas que fijan la mentira.
Uno de estos piragüistas me entregó en mano un paquete de color amarillo. Dentro había un libro, “Pensar” del escritor portugués Vergílio Ferreira, un escritor inclasificable al estilo de María Zambrano, cuyos párrafos destellan con la poderosa luz ibérica. Dentro del libro un papel con un poema manuscrito de Miguel de Acha titulado el río, fechado en Santaren el día de Reyes Magos.
(El río cruza el sueño / pasa por la ceguera y las penas / redondea esos guijarros como el amor el sol / Una línea cuyos nudos son palabras / Entra y sale de la noche por ojos rotos y no lo veo / No veo toda esa luz de la muerte en el cristal roto del tiempo). Abro los ojos y no veo el río, sólo trozos de cielo sucio reflejados en las aguas negras y a los piragüistas paleando de un sol a otro, llevando mensajes vacíos, palabras rotas.
Choco con lo invisible, las cosas están demasiado pegadas a los ojos como para poder ver el alma de ellas. Sólo veo cosas amarillas y rojas que me abrasan. Apenas se ve el mundo desde la ventana de ladrillos. Me he acercado demasiado al sol. El río está ahí y no lo veo. La red de nuestros músculos no puede ser echada sobre los astros reflejados; huelo un contenedor lleno de peces muertos que se pudren junto al jardín. (Cuántas palabras fluviales habrán muerto. Jergas, lenguajes que salieron del agua y de la vida que propiciaba la corriente. Catalogarlas ahora es misión de los niños, de esta manera podrán jugar con lo muerto).
No veo el río, delante de mi sólo hay un cuadro del pintor impresionista Franz Plantón. El río negro. Lo pintó cuando ya estaba ciego. Ya en esos días últimos Plantón se comía las hojas de los libros de André Gide con hojas de lechuga. Cuando nos acercamos a un cuadro así, sólo nos interesa el punto exacto desde el que contemplarlo. Un orden lejano basado en el desorden de los trazos.
No existe en verdad ese punto, lo ideal es alejarse siempre un poco más de lo que amamos hasta que ya casi no puedas verlo. Lo único que nos diferencia de los que nos precedieron, además de la ceguera solar que aqueja a cada habitante de este pequeño país del Tajo, y los ojos atómicos como globos llenos de cieno rojo a punto de reventar, es que nosotros somos testigos del final de un río, y el no ver ese llenar los ojos de viento negro, y cosas que chocan en el aire, no es otra cosa que resistirse al mal.
No podemos hacer nada. Nunca se puede hacer algo. No veo el río, pero sí a los piragüistas ir de un puente a otro llevando en una balsa silenciosa la figura de San Mauro hoy 15 de enero de 2018. Así se queman los ojos o chocan con las cosas. No dejas de ir a tientas por lo visible.
Ha desaparecido el alma de las cosas, su inmanencia, el halo protector con el que se iluminaba la conciencia. Sólo palpo paredes de cieno al ir de un sitio a otro. Me guío a través de lo sucio con las manos sucias. Los ojos y la mirada no estaban educados para ver, sino para sentir a través del ver. No sentir es otra forma de ceguera.
Pronto seremos como lombrices ciegas moviéndonos por nuestros propios sueños densos y embarrados, sin miedo a que nos corten un trozo de cuerpo del que saldrán lombrices hacia la luz podrida del mundo. Hoy en Lisboa salió el sol a las 8:53 y se hundió en el mar a las 18:47 hora española. El crepúsculo náutico allí donde el río muere fue a las 18:43. Esa es la hora.