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Villacañas, el pueblo que albergó más de mil casas subterráneas que comenzaron a desaparecer tras la Guerra Civil

Acceso a una vivienda subterránea de Villacañas, Toledo

Francisca Bravo Miranda

19 de junio de 2022 19:10 h

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Ya no existe más que un par de ellos, pero llegaron a contarse por centenares. Hablamos de los silos subterráneos de Villacañas, en Toledo, un Bien de Interés Cultural que ahora sólo pueden visitarse como museo etnográfico pero que marcaron la forma de vida de la población jornalera de la localidad toledana desde el siglo XVIII. Estas construcciones únicas en España funcionaban como hogares gracias al terreno arcilloso que permite que “por más que llueva” no presenten ni goteras ni humedades.

“Es la historia del pueblo hasta la guerra, cuando comenzaron a perderse. Se remontan a alrededor de 1750, cuando en la localidad había unas 300 casas y 20 silos, que superaron los 200 en 1780”, explica Fernando Urbina, guía turístico del Museo Etnográfico de Villacañas. Pero el avance no acabó ahí ya que en 1890 ya había unos 300 silos, y para 1920 ya eran unos 1.400. El número aumentó tras la crisis de Cuba. Fue ya tras la Guerra Civil cuando dejaron de construirse y comenzaron a desaparecer de forma paulatina, hasta ahora que sólo existen tres o cuatro, más bien con motivo divulgativo y de conservación.

¿Por qué comenzaron a construir bajo tierra los villacañeros? Una de las teorías que se manejan, explica Urbina fue que las personas trabajadoras del campo tardaban demasiado en ir al campo para trabajar, por lo que empezaron a decidir dormir “a pie de huerta”. De este modo, comenzaron a construir estas viviendas, cuyo carácter más destacable es que se realizaban de forma horizontal en relación al suelo. En estas instalaciones podían dormir ellos y los animales. “Lo bonito y lo interesante del tema es que se comenzaron a construir porque a todas las familias contaban con el mismo terreno para que construyesen su silo, un celemín de terreno”. Se trata de una medida de superficie que puede ser de unos 530 metros cuadrados a unos 700, dependiendo de la zona.

Eran jornaleros los que comenzaron a vivir en estas viviendas, personas que “apenas sabían leer o escribir”. “Cuando se hacían novios, las parejas compraban su celemín para construir su vivienda, que les costaba unos reales. Las familias ayudaban a comprar la vivienda”, explica Urbina. La construcción de la vivienda comenzaba con el pozo y cuando llegaban a los 5,5 metros de profundidad, aproximadamente, se hacía una “cruz” y se comenzaba la construcción de la vivienda.

Incluso los animales, como la mula, vivían dentro de estas casas. “La mula para ellos es un integrante más de la familia, mucho más que es para nosotros un perro, porque ella hacía el trabajo y llegaba la carga”, explica. La distribución de la vivienda comenzaba con un ramal para la entrada, la caña, y luego a un lado se construía la cocina, la despensa, la cuadra y el pajar. El primer dormitorio que se construía era el del matrimonio, y se hacía también otro al frente de la entrada, un lugar que llamaban cuarto “majo” o de respeto que era para los invitados.

Las habitaciones para las hijas se construían a partir del dormitorio de los padres, mientras que el de los hijos se saca del cuarto majo. “Esto era para que las hijas pasasen por el dormitorio de los padres para entrar y salir”. Las viviendas estaban hechas de tierra y de cal, no tenían “ni puerta” hasta principios del siglo XIX. A partir de entonces, las personas comenzaron a hacer las reformas de las viviendas. “Empezaron dándole yeso a las paredes, y algo de cemento en el suelo aunque se demostró que el cemento de tierra absorbe mejor la humedad”, recalca Urbina.

En Villacañas viven todavía “muchas” personas que llegaron a vivir en los silos y también los hijos que llegaron a nacer en ellos, aunque comenzaron a desaparecer del todo a partir de 1960. “Se comenzaron a construir en una época en la que no había ni una carretilla para llevar tierra. Usaban sólo el pico, el azadón, la pala”, explica el docente turístico. Como podían llevaban la tierra e iban haciendo una suerte de colinas alrededor de los celemines. Esto se llamaban 'perreros' en los que se planta cambronera. Esta planta, traída de Jerusalén, muy espinosa y tupida que servía para protegerse de los animales, el viento y las inclemencias del tiempo. También servían para dar intimidad a la hora de hacer sus necesidades.

El secreto de las viviendas

Urbina revela que el “secreto” de estas viviendas eran los orificios que iban al exterior, llamados lumbreras. Orificios gracias a los cuales había movimiento constante en la vivienda, algo que realmente no se advertía, pero que mantenía la vivienda libre de humedades. “Silo viene de la palabra silus, oquedades subterráneas que servían para conservar el trigo y evitar criar humedades u hongos”. Las casas tenían su propio pozo dentro, con agua freática “buenísima”, aunque según comenzó a llegar el agua corriente y la electricidad, comenzaron a taparse mediante un 'murito' con piedras y barro para sujetar la puerta del pozo.

“Estas viviendas eran muchísimo mejor que el aire acondicionado y nuestra calefacción. En invierno, cuando entrabas hacía calor, mejorado por el hogar también”, recalca. En 1953, el propio Boletín Oficial del Estado comunicó la prohibición de seguir construyendo estas viviendas por peligro de inundaciones o incendio. “Ya en 1960 tenemos fotos aéreas en las que se ve que han desaparecido, porque llega el alumbrado, las calles y el alcantarillado”, señala el docente. “Viviendas construidas a la horizontal sólo hay en China y en Marruecos, pero nunca llegaron a las más de 1.400 que se vieron aquí”.

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