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La comunidad rusa, entre el rechazo a la guerra de Ucrania y las quejas por rusofobia

Gulnur Zamanova trabaja de auxiliar de geriatría y reside en Mataró

Pau Rodríguez

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A sus 22 años, Genadi Linkov, que lleva ocho viviendo en Barcelona, se siente estos días más ruso que nunca. No porque esté a favor de la guerra en Ucrania, sino precisamente por todo lo contrario. “Rusia no es Putin, es nuestra gran cultura y nuestra gran literatura, y ahora necesito defenderlo más que nunca”, explica. 

Desde hace dos semanas, la comunidad rusa en España vive en general en shock. Ninguno de los consultados –estudiantes, comerciantes, representantes de asociaciones culturales o activistas– se esperaba una guerra a gran escala en Ucrania y la mayoría la rechazan, aunque con matices según a quién se pregunte. A esta inquietud se le suma además que algunos temen que aumente el rechazo y los casos de discriminación hacia ellos solo por su nacionalidad. 

La mayor parte de los casi 80.000 rusos que hay en España, en torno al 30%, vive en Catalunya. Son unos 25.000. La otra comunidad que más residentes rusos tiene, 22.000, es la Comunitat Valenciana. Es la que lidera el ranking en cuanto a población rusa por habitante. Además, según los datos del INE, resalta el hecho de que una gran mayoría son mujeres, cerca del 66% del total.



Genadi llegó con su madre y su expadrastro a Barcelona desde San Petersburgo cuando todavía era un adolescente, en 2014. Su familia dejó el país por miedo al gobierno de Vladímir Putin y a lo que veían como una deriva cada vez más autoritaria. “Tengo amigos que están marchando del país, algunos en familia y otros solos, por la nueva ley que impone 15 años de cárcel si dices que estás en contra de la guerra”, manifiesta este joven estudiante de Filosofía en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). 

Estos días, Genadi insiste en que hay que distinguir entre los rusos y el gobierno y explica que con algunos conocidos rusos se está organizando para ofrecer apoyo a quienes están abandonando su país. “El pueblo ruso siempre ha tenido su población progresista, gente vanguardista en el mundo de la cultura y que se ha opuesto a las políticas más totalitarias”, defiende.

Aun así, no esconde cierta preocupación por si la oleada de sanciones y de vetos a deportistas o artistas rusos en Europa a raíz de la guerra en Ucrania acaba comportando un aumento de la discriminación hacia todo lo ruso. “Como dinámica es problemático. Yo conozco músicos que tocan en bares y que tendrán problemas porque habrá clubs que no les querrán contratar. Pero sí veo normal que haya que poner sanciones”, recalca.

Las quejas por rusofobia

En las últimas horas, la Unión de Organizaciones de Compatriotas Rusos en España y Andorra ha emitido un comunicado en el que alerta de la creciente rusofobia que están percibiendo algunos de los miembros de su comunidad. “La campaña mediática de rusofobia está teniendo un impacto extremadamente negativo en la opinión pública”, aseguran, y denuncian que algunos menores de edad están recibiendo “trato vejatorio por sentirse rusos o hablar ruso” en las escuelas, donde creen que se usan “en su contra los acontecimientos de los últimos días”, en referencia a la guerra.

En su comunicado, la organización recuerda que la legislación española castiga “duramente” la incitación al odio contra grupos y colectivos por razón de origen nacional. Y concluyen con un llamamiento a políticos, funcionarios y periodistas “a que sean tolerantes en sus declaraciones para evitar crear un peligroso fondo de información negativa en torno a la comunidad de habla rusa”. 

Además de algunos hosteleros rusos, que han denunciado cancelaciones o comentarios negativos contra sus negocios estos días, uno de los casos que ha trascendido, publicado inicialmente por la agencia ACN, es el que denunció un colectivo de trabajadoras del hogar migrantes. Según el grupo Micaela, de la provincia de Barcelona, una mujer rusa fue despedida el fin de semana solamente por su origen. 

Gulnur Zamanova es miembro de ese colectivo. Es rusa y trabaja como auxiliar de geriatría en Catalunya desde hace casi dos décadas. Según relata, una compañera suya, de origen ruso, trabajaba en un domicilio los fines de semana mientras que otra mujer, de origen ucraniano, lo hacía de lunes a viernes. Ambas se conocían, pero al empezar las tensiones y la invasión de Ucrania, el empleador optó por despedir a la trabajadora rusa. “Ahora ella casi no se puede levantar de la cama; está muy afectada y todo el día llora”, lamenta Zamanova.

Esta gerocultora es de Baskortostán, una república que pertenece a la Federación de Rusia cerca ya del continente asiático, y explica que no es partidaria del gobierno de Vladímir Putin. De hecho, denuncia que en su región ha habido mucha represión política. “Hay gente que se manifiesta y el gobierno no lo permite, te cogen y no pueden entrar a verte ni los abogados”, lamenta. Pero aun así, y a pesar de su rechazo a la guerra, resalta el “sufrimiento” de la población rusa en las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk. “Lo han pasado fatal durante ocho años”, expresa.

Tensiones entre rusos y ucranianos

Desde el restaurante Kalinka, en Terrassa, Rozanna Arostamyan asegura que ella no ha sentido por ahora el rechazo de su clientela, a excepción de una única reserva. “Por teléfono me preguntó si éramos prorrusos o proucranianos por nuestra ideología. Yo le dije que no la entendía. Entonces me preguntó de dónde éramos, y cuando le dije que de Rusia, decidió anular la reserva y no me dejó hablar más”, lamenta. Y le quita hierro al episodio: “Gracias a dios, mis clientes habituales nos apoyan y saben que una cosa no tiene que ver con la otra. Una cosa es lo que hace un presidente y otra la ciudadanía”.

Ni ella ni sus hijos, que ya son mayores de edad, han tenido por ahora ningún problema por el hecho de ser rusos. Lo que a ella le preocupa ahora es la convivencia entre rusos, ucranianos e incluso armenios en ciudades como la suya, y en espacios que hasta ahora compartían constantemente. “Ahora hay tensión, claro. Recibimos mucha información y en función del canal te venden una cosa o la contraria”, opina, para acabar concluyendo que todos sufren. 

Una de las impulsoras del comunicado sobre la rusofobia es Natalia Loskutova, de la asociación Raduga, que se dedica a la difusión de la cultura rusa sobre todo entre los hijos e hijas de los expatriados rusos y ucranianos. Esta mujer asegura que les han llegado casos de niños y niñas rusohablantes que han padecido insultos y acoso en clase en las dos últimas semanas, y pide especial atención a los profesores y a directores de los centros educativos para evitarlo. “Tienen que saber que esos niños también sufren”. 

Lokustova asegura que en su asociación trabajan con todo tipo de familias y que no han entrado nunca en cuestiones políticas. “Yo llevo 20 años aquí y mi atención se ha centrado en mi vida aquí, en los años de integración. Realmente he estado fuera del tema político en Rusia. No conozco bien la realidad y con tantas noticias falsas es complicado”, comenta. Y añade que su asociación sigue abierta los fines de semana y tratando de acoger a todos los niños, como siempre, incluso –precisa– recientemente un caso de una familia ucraniana refugiada de la guerra.

Russia Tomorrow, a favor de sanciones y vetos

Mucho menos comedida en sus opiniones, más bien alarmada por lo que se pueda desatar tras la guerra en Ucrania, Yulia Taran, activista rusa de Russia Tomorrow, carga contra Putin por haber “alimentado el discurso del odio” en su país, “creando una realidad tergiversada durante décadas con fake news”. “Me culpo a mí y a todos por no haberlo visto y estar tan ciegos”, clama. 

Taran asegura que se manifiesta codo con codo con miembros de la diáspora ucraniana estos días en contra de la guerra. El pasado lunes, su colectivo participó en un acto en el CCCB junto a la Asociación Ucraniana DJERELO y a la Asociación RAZAM Bielorrusos en Catalunya. “Yo viví durante años en Ucrania, me casé con un chico ucraniano y tengo dos hijos con él. Conozco su tierra, su situación, y tengo muchos amigos allí, ahora mismo escondidos en los sótanos”, relata.

En el grupo de Telegram de su colectivo activista, asegura que comentaron entre sus 500 integrantes si habían sufrido episodios de rusofobia y solamente cinco respondieron afirmativamente, aunque casi todos eran por parte de residentes ucranianos. Para esta mujer, las sanciones y los vetos a artistas y deportistas rusos son necesarios. “No podemos estar con el agresor, se trata de salvar vidas”, subraya.

En su caso, además, añade que ella está siendo víctima de las sanciones por parte de los países occidentales a Rusia. En primer lugar, porque ella es traductora e intérprete del ruso. “Tengo clientes en Rusia, facturaba allí… Mi negocio se irá al garete”, reconoce. Pero poco le importa, añade. Lo mismo con la pensión de jubilación que cobraba su madre, que ahora vive con ella en Barcelona. “Ella recibía el dinero en su cuenta bancaria de allí y yo le hacía la transferencia a su tarjeta de aquí. Ahora ya no puedo hacerlo”, constata.

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