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Enrique Vargas: “El teatro está lleno de 'vaticanos'”

El colombiano Enrique Vargas, fundador de Teatro de los Sentidos.

Toni Polo

El Teatro de los Sentido es una compañía de teatro internacional que fue nómada en sus inicios y que, desde 1994, tiene sede en El Polvorí, en una zona, hasta hace demasiado poco, marginal de Barcelona. Ello no quiere decir que hayan abandonado un cierto carácter nómada, porque siguen actuando por todo el mundo. El espectáculo, la experiencia, más bien, que proponen, Pequeños ejercicios para el buen morir, se estrenó en Amberes (Bélgica) y ahora llega a Barcelona con aromas, sabores, músicas mediterráneas. El colombiano Enrique Vargas, venerable y veterano fundador y director de esta familia, ya tiene la cabeza en el siguiente reto, que se basa en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. El grupo ya está trabajando en ello en Copenague, a la vez que mantiene en cartel la obra de Barcelona. Cosas de mantener esa alma nómada…

El teatro de Teatro de los Sentidos es un concepto bien particular. Es el sello que le ha dado Enrique Vargas y que se basa en la experiencia. “La experiencia de cada uno de nosotros, no sólo de los artistas, también de los espectadores, que no son espectadores… son imaginantes”, cuenta Vargas, a la puerta de El Polvorí. “Es un concepto que se debería aplicar más allá del teatro, ¡imagínate a un político que en lugar de dirigirse a sus compatriotas se dirigiera a sus imaginantes…!”

Cuenta Vargas que hace 20 años que ya no le preguntan si lo que hace es teatro. ¿Qué es? Alguien en Colombia escribió que “no es teatro ni artes plásticas ni performance, es construir cada día el camino del buen vivir, porque es muy probable que el del buen morir esté a la vuelta de la esquina”. Desde luego, no es que haya derribado la famosa cuarta pared, simplemente no ha existido nunca. Vuelve a los orígenes del teatro, cuando público, artistas y la propia obra se confundían.

Primero fue el juego

El resultado (o el origen) de este concepto teatral no es otro que el juego. Enrique Vargas siempre se ha considerado un “constructor de juegos”, título “mucho más honorífico que el de dramaturgo”, dice. Su vida está en sus juegos prohibidos infantiles. Se crió en plantación cafetera en los Andes colombianos. Allí se escapaba para jugar a lo que no le dejaban, y se escabullía por laberintos, jugando a perderse. “Y eso es lo que he hecho toda la vida con el teatro: perderme”. Son conceptos que vemos en la producción del teatro de los Sentidos: Oráculo, esos recorridos por la oscuridad, afilando todos los sentidos, o El hilo de Ariadna… Hoy en día parece que convertirse en fabricante de juegos es algo imposible, una bonita utopía… No para él: “Todo consiste en arriesgarse a no poder pagar la hipoteca.”

Su concepto de teatro es, pues, el del juego. Y se basa en la experiencia, a la que contrapone el término información. Estos Pequeños ejercicios para el buen morir se basan en la naturaleza de la experiencia. Y una experiencia es algo que nos transforma un poco, por mínimo que sea. La información pura y dura, en cambio, puede ser pasiva, no llevar a ninguna experiencia. Por eso la información buena es la que nos lleva a la experiencia (la que nos marca), y eso ocurre gracias a la curiosidad. “Tenemos que ser una curiosidad con patas y no solo un cerebro con patas”, proclama, con toda la tranquilidad que transmite, Vargas. “No debemos siempre tratar de ser un simple intérprete intelectual. Hay teatro que es simplemente información, pero ese, sin que sea malo (no hay teatro malo)… no me interesa. Los artistas del teatro de los Sentidos difícilmente se convertirán en carne de cañón para cámaras, micrófonos o telenovelas…” El papel del espectador, del imaginante, por lo tanto, es crucial.

El dogma y el misterio

El Teatro de los Sentidos es poco dogmático. Antidogmático, diría. Pero Enrique Vargas considera que el teatro, en general, es un arte mucho más conservador que la poesía, la literatura, el arte plástico… “El mundo del teatro está lleno de vaticanos. A veces pienso que más que dramaturgias lo que se escribe son liturgias…” A pesar de todo, tiene sus reglas. Reglas, que no dogmas. “El juego lo dicta la imaginación, y la imaginación no admite límites ni tabúes, es descarada, invasiva, lúdica, libre. Se cuela por las rendijas de cada uno y lo transforma. Es decir, cada uno, guiado por su imaginación, vive su experiencia, que va mucho más allá de la transmisión de una información”.

“Lo más importante de todo es que esta transformación sea desde dentro hacia fuera, si no, sería otra cosa, sería una imposición”. No. Ellos no hacen un proceso de manipulación.“ La curiosidad de cada uno de vosotros (de nosotros) es la que nos va a llevar a convertirnos en protagonistas de nuestra propia experiencia. Cuando ocurre esto, la obra tiene sentido, porque nadie está ideologizando al espectador”. De ahí, también, que las obras de Teatro de los Sentidos no tengan mensaje.

Lo que busca el juego, la obra, el teatro, es que cada uno intente descubrir su propio misterio. “El misterio, clave en cualquier juego, es lo que nos conduce a lo que no sabemos que sabemos. El misterio nos agita hasta hacer aflorar esa sabiduría pasiva que tenemos dentro. Por eso nuestra mayor riqueza está en nuestra capacidad mistérica, en que somos misterios con patas”.

La tiranía del ojo

El mundo de los sentidos es, por lo tanto, la principal herramienta para dar con la experiencia buena. Y para ello hay que contar con todos los sentidos. Pero hay uno que lo puede estropear todo. La vista. “La vista es simple información, por lo tanto, peligrosa (pongámosle muchas comillas a ”peligrosa“). Evidentemente, nosotros no prescindimos de la vista, pero consideramos que a veces predomina el imperialismo de los ojos y uno piensa que porque vio, ya conoció. Y no. Hay que armonizar los ojos con los demás sentidos. Para los niños es fácil, pero los adultos estamos pervertidos por el totalitarismo del ojo”.

Y en todo este juego, ¿qué papel desarrolla la palabra? “Evidentemente, la palabra siempre es válida”, dice Vargas. “Pero generalmente se usa para ocultar, abstraer, engañar, agredir. Y para informar. Así que, afortunadamente, el lenguaje no se limita a la palabra. La forma de respirar, de oler, de palpar, las huellas, la temperatura… son conceptos fundamentales en la obra de El Teatro de los Sentidos.

Claro, y esto… ¿dónde se coloca? ¿Dónde se desarrolla? ¿En un museo, en un escenario, en la calle? Volvemos a qué es lo que hace el Teatro de los Sentidos. A esa pregunta que dice Vargas que hace dos décadas que nadie le hace ya.

“Cada representación despertará experiencias (emociones) diferentes. Y en cada lugar del mundo, también serán diferentes las sensaciones. Por eso Teatro de los Sentidos se preocupa muchísimo por captar las sensibilidades de cada lugar. La obra que vemos en Barcelona es diferente a la que vieron en Amberes”, explica el director y antropólogo. Han estado estudiando y entendiendo los olores, las características sensoriales de cada lugar. Ahora están con un pie en Copenague para captar las cualidades sensoriales de allí. Cuando lleven ese espectáculo a Brasil, habrá que remarcar otras cualidades. Y en Barcelona, otras…

‘Pequeños ejercicios para el buen morir’

Además de ser un juego, todas las obras del Teatro de los Sentidos responden a una pregunta (o tratan de que cada imaginante responda a esa pregunta: “sin pregunta, no hay misterio y sin misterio difícilmente se activaría el mecanismo de la curiosidad”). Es decir, se empieza con una pregunta que intentamos convertir en juego.

En el caso de esta obra, el juego es el de la celebración. ¿Por qué celebramos? Una oposición, un examen, un encuentro…? Y, de alguna manera, de lo que se trata es de celebrar el buen morir o el buen vivir. La pregunta, que no conviene revelar viene a ser si es mejor una preparación para el buen morir o una preparación para el buen vivir. Ahí, en la entrada, ante esa elección (buen morir o buen vivir) se separará la gente. “Viene a ser como plantearse si es mejor morir viviendo o vivir muriendo, tiene trampa… Y recorrerá en la oscuridad en busca de su propia experiencia”. Vargas nos advierte de que la mejor manera de encontrar algo es perderse. “Y te vas guiando por lo que tocas, lo que hueles, lo que ves (tampoco se trata de negar el ojo… simplemente no dejarle ser tan arrogante)”.

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