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OPINIÓN

Espacios y políticas para construir fraternidad

Edificios del barrio de Ciutat Meridiana

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Desigualdades sociales y esferas de segregación

Hacia finales de los años 70 del siglo XX se produce una inflexión, a escala global, en la dinámica de distribución social de la renta: se abre un ciclo de crecimiento intenso de las desigualdades en buena parte del mundo. Al entrecruzarse con variables de género, edad, origen y residenciales, el incremento de la desigualdad da lugar a unas estructuras socioespaciales más complejas y fragmentadas. En la última década se han acelerado este tipo de procesos: primero como consecuencia de la gran recesión de 2008 y sus políticas de austeridad; de forma más reciente, como consecuencia de la crisis sanitaria, social y económica provocada por la pandemia.

El crecimiento reciente de las desigualdades se produce en un marco de fuertes interacciones con las dinámicas de segregación social, es decir, con la tendencia de distintos grupos a separarse en su cotidianidad, de manera que las vidas de unos y otros transcurren en espacios no compartidos, con interacciones escasas entre ellos. La segregación resulta por tanto en la práctica inexistencia de mixtura; expresa la fragilidad o ausencia de escenarios de mezcla, de comunidades con vinculaciones cruzadas. Sucede que cuando la construcción de igualdad se debilita, las segregaciones tienden a ensancharse; la cristalización progresiva de esferas segregadas genera entonces nuevas condiciones de ampliación de desigualdades. En sentido opuesto, la existencia y la calidad de espacios de mixtura, de comunidades diversas con alta densidad relacional, opera como factor promotor de horizontes de equidad. Es el núcleo de la tesis de Klinenberg en Palacios del pueblo’: la construcción de valores compartidos requiere espacios compartidos. Una sociedad más igualitaria exige una infraestructura social que la sustente en términos de cotidianidad. 

¿Transitan nuestras vidas por esferas de segregación, con mayor o menor intensidad según en qué ámbitos? ¿Operan estas fragmentaciones como motor de crecimiento de la desigualdad?. En ¿Vidas segregadas?. Reconstruir fraternidad’, libro colectivo de próxima aparición, se exploran elementos de respuesta. Emergen los rasgos que caracterizan esas esferas de vida donde las desigualdades cristalizan en segregaciones, allí donde la cotidianidad se fractura. Son procesos de fragmentación socioresidencial, junto a lógicas de desvinculación relacional y fragilidad comunitaria, así como segregaciones con sesgos de clase y género en las dinámicas cotidianas de movilidad. Son escuelas y redes de escolarización segregadas, junto a espacios educativos extraescolares fuertemente excluyentes, así como lógicas fragmentadas de acceso y práctica cultural. Son esferas segregadas de atención sanitaria según niveles de renta, y ‘desiertos de alimentación saludable’ en barrios de alta vulnerabilidad. Son finalmente capacidades institucionales y cívicas en barrios de rentas medias, junto a áreas de alta vulnerabilidad privadas del capital relacional necesario para revertir sus múltiples desventajas. 

La acumulación de este conjunto de dimensiones ofrece el mosaico de la segregación cotidiana. Para superar esta lógica, e impulsar transiciones hacia escenarios de mixtura igualitaria se hacen necesarias políticas públicas de nuevo tipo y prácticas de innovación social, así como pautas de interacción entre ellas: espacios de construcción de lo común, ‘palacios del pueblo’.

Hacia un nuevo contrato social: políticas para construir fraternidad

El contrato social posbélico implicó en la Europa democrática un amplio ejercicio colectivo de solidaridad. Las instituciones de bienestar, sobre todo las de carácter universal, impulsaron el encuentro entre grupos sociales con independencia de sus niveles de renta y mantuvieron por tanto activas las condiciones cotidianas de la igualdad. Pero el estado de bienestar no sólo ha actuado como palanca de igualdad y de mezcla. En ciertas circunstancias ha operado también como factor de segregación. Cuando las políticas sociales no son universales (por ejemplo, programas selectivos por niveles de renta), ni se incardinan en procesos de construcción de comunidad (por ejemplo, equipamientos públicos ajenos al tejido social del territorio) pueden contribuir a reforzar dinámicas de fragmentación. Un ejemplo histórico de este fenómeno, de nítidas características socioespaciales, fue la construcción masiva de vivienda pública en las periferias de las grandes ciudades europeas: el derecho a la vivienda se hizo tangible en términos de segregación urbana.

Hoy, en un contexto de cambio de época, la reconstrucción de ciudadanía y sus coordenadas de debate deberían situarse en el tipo de valores y políticas necesarias para tejer igualdades y mezclas, para hacerlo respetando diferencias y autonomías. ¿Cómo erigir una dimensión de fraternidad potente en el núcleo de una ciudadanía social posible para el siglo XXI? ¿Puede dibujarse una agenda de transición hacia escenarios cotidianos de mixtura igualitaria? Emerge el reto de explorar políticas y prácticas orientadas a rearticular espacios compartidos y vínculos, a generar lugares y redes de mezcla e hibridación de grupos y funciones. Parece evidente, además, que la vertiente de fraternidad debería tejerse desde políticas de proximidad y por tanto desde poderes locales más fuertes; así como desde la profundización democrática y por tanto desde la cocreación ciudadana de esas políticas. Podemos considerar cinco ejes vertebradores. Ámbitos donde tejer el entramado político y comunitario de la mixtura: ese nuevo contrato social que, ahora sí, articule igualdad con fraternidad.        

- Regeneración urbana. El conjunto de vulnerabilidades vinculadas a la segregación y la exclusión habitacional ganan centralidad en la estructura emergente de riesgos sociales. Frente a hábitats fragmentados y desiguales, surge la necesidad de una bateria de políticas urbanas por el derecho a la ciudad, como componente clave de la agenda de fraternidad: el acceso a la vivienda en todos los entornos urbanos; la seguridad residencial ante dinámicas de gentrificación; la mejora de barrios vulnerables ante dinámicas de degradación; y la configuración de espacios urbanos para la movilidad saludable. Una agenda contrasegregadora orientada a crear cotidianidades compartidas en lugares de mixtura social y funcional.    

- Inclusión social e interculturalidad. Los escenarios de fragmentación desigual cristalizan en el espacio urbano, y lo hacen también en su geografía humana: interaccionan vulnerabilidad residencial y exclusión social. Las estrategias de inclusión deberían desarrollarse en dos campos principales. a) La pobreza severa remite al fortalecimiento de las redes de servicios sociales. Frente a las fracturas en el tejido de la cohesión, resulta fundamental la existencia de unos servicios sociales universales, promotores de la autonomía personal y los lazos comunitarios, con capacidad de impulsar lógicas de empoderamiento que situen a personas y colectivos vulnerables como sujetos activos de sus propios itinerarios de inclusión. b) Las ciudades han ido transitando hacia la heterogeneidad de orígenes. La agenda de fraternidad remite al modelo intercultural, definido por la voluntad de generar simultáneamente condiciones de igualdad política, inclusión social y reconocimiento cultural. Y tanto más importante: sin coexistencias cotidianas en paralelo. Con reglas de juego acordadas que hagan posible la interacción, barrio a barrio. 

- Acción comunitaria. La segregación comunitaria implica múltiples fragilidades en la esfera relacional: interacciones débiles y lazos solidarios escasos; soledades forzadas y dinámicas de aislamiento; vidas desvinculadas de sus entornos. La acción comunitaria como gramática de respuesta se orienta al empoderamiento personal y colectivo basado en la centralidad de los vínculos y la densidad relacional. En sociedades complejas, la ciudadanía -junto a componentes de justicia espacial e inclusión social- debe aportar anclajes comunitarios de vida cotidiana. En clave de políticas públicas, la acción comunitaria puede desplegarse a través de: a) la lógica territorial: planes y marcos de gobernanza a escala de barrio como espacios de cooperación público-vecinal de carácter integral; b) la lógica del commoning: consolidación del tejido de lo común por medio de articulaciones estables entre la acción colectiva y las instituciones de proximidad (cocreación de políticas, gestión comunitaria de servicios…); c) la lógica infraestructural: acciones impulsadas desde las redes de servicios públicos (educación, cultura, salud, cuidados…) para dotar de dimensión comunitaria al bienestar; lógica que remite a los equipamientos de proximidad y a la necesidad de convertirlos en bienes comunes, como aportación a la agenda de la fraternidad.

- Territorios de educación y cultura. La escuela pública constituyó un eje central de igualdad en el contrato social del siglo XX; la articulación de educación, cultura y comunidad podría construir una dimensión clave de la agenda de fraternidad en el contrato social del siglo XXI. Transitar hacia un escenario de educación fraternal implica, en primer lugar, revertir el conjunto de factores que generan segregación escolar: poner fin a esquemas duales (pública/concertada) que allanan los caminos de huida de las clases medias Pero la desegregación educativa debe ir más allá de las escuelas. Ello conduce a dos ideas-fuerza. a) La ampliación educativa hacia el conjunto de los ciclos de vida (universalizar los servicios educativos y de cuidados de 0 a 3 años). b) La ampliación educativa hacia el conjunto de entornos de vida cotidiana (revertir la segregación en actividades extraescolares; conectar escuelas y barrios). La vinculación cultura-educación, finalmente, emerge como el marco básico donde ubicar la superación de las segregaciones culturales. Los escenarios de fragmentación se expresan hoy en circuitos de consumo, más que de participación cultural; y de mercado, más que de derechos culturales. La transición debería articular un entramado de actividades culturales inclusivas y de proximidad, así como dotar de centralidad a los espacios comunitarios y reconocer los activos culturales ciudadanos no formalizados.

- Barrios y vidas saludables. La conexión salud-alimentación-ecología aparece como pieza clave en la transición hacia nuevos escenarios cotidianos de mixtura. En el terreno de la salud puede plantearse por un lado un giro hacia la proximidad, fortaleciendo la red de centros de atención primaria en los barrios. Y por otro lado un giro comunitario que permita forjar procesos de construcción colectiva de la salud entre recursos públicos y tejido vecinal-asociativo. En la dimensión alimentaria, priorizar la acción contrasegregadora implica reforzar de forma articulada el eje social: cobertura de necesidades alimentarias de personas y colectivos en riesgo de exclusión; el eje territorial: mejora de los entornos alimentarios locales en barrios de rentas bajas; y el eje comunitario: apoyo a iniciativas ciudadanas de solidaridad alimentaria y de consumo agroecológico. No podemos olvidar, por último, las segregaciones vinculadas a los determinantes ambientales de la salud. Los barrios frágiles sufren de forma más intensa las consecuencias del cambio climático y de la contaminanción. Es por ello que las políticas urbanas de transición energética y movilidad sostenible son relevantes en tanto que políticas de salud y resultan además fundamentales en su contribución a la justicia socioespacial.

En síntesis, construir ciudadanía social en el siglo XXI es tarea compleja y necesaria. Las dimensiones del cambio de época nos ubican en transiciones vitales inéditas. Tejer un contrato social conectado a las nuevas realidades supone redibujar muchas coordenadas del viejo modelo de bienestar. Implica, en todo caso, superar las relaciones contradictorias entre los regímenes de bienestar clásicos y las esferas cotidianas de segregación. Explorar caminos que hagan posible forjar una agenda de fraternidad como dimensión central de los procesos de innovación y cambio; trazar geografías compartidas como infraestructuras cotidianas de emancipación; diseñar políticas públicas de generación de mixturas, y prácticas colectivas donde producir los vínculos cotidianos de esas mixturas. Tal vez así pueda reescribirse la gramática de la igualdad. Tal vez así pueda tomar un nuevo sentido la pulsión humanista del viejo estado de bienestar. 

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