El independentismo escenifica en otro 9-N ‘histórico’ su determinación. Y su debilidad. La declaración pactada entre Junts pel Sí y las CUP que vota el Parlament significa la cuenta atrás en la constitución de un Estado propio en Catalunya. No es una sorpresa. Estaba en sus programas electorales. Pero su lectura impresiona. Que las fuerzas políticas que tienen mayoría de escaños en el Parlament proclamen su voluntad de desobediencia a las instituciones españolas, de desconexión con el Estado, de creación de la República catalana… es un acto de soberanía y coraje político excepcional.
Pero el Parlament también exhibirá su debilidad. Una iniciativa tan contundente, tan próxima a una Declaración Unilateral de Independencia (DUI), necesita una mayoría social incontestable detrás. Y necesita cohesión de las fuerzas políticas que la promueven. El independentismo no logró la mayoría de los votos el 27-S y es incapaz de elegir un presidente. Pese a ello, el argumento más utilizado por los portavoces de Junts pel Sí es su determinación a “tirar adelante”. A seguir el guion establecido, sin reconocer que más del 50% de los electores catalanes optaron por candidaturas no independentistas. Sin aceptar que el pulso entre su formación y las CUP bloquea la elección del presidente que debe liderar una acción de gobierno tan trascendental.
En frente, el Gobierno del Estado, también con su guion inamovible. Con la única respuesta del cumplimiento de la ley y las amenazas cada vez menos veladas. Con el apoyo incondicional de Ciudadanos y el desconcierto del PSOE. Y con la sensatez de Podemos e Izquierda Unida en franca minoría. Con la indisimulada satisfacción del Partido Popular que encuentra en Catalunya, de nuevo, su argumento fuerza para presentarse ante los electores españoles como el único garante de la unidad. Acosado por la corrupción y por una economía que no acaba de remontar, Mariano Rajoy ya tiene la campaña hecha de cara al 20-D.
La gran fuerza del independentismo está, no en los escaños, si no en la pulcritud democrática en la que había recorrido el camino hasta ahora. Esta es su verdadera legitimidad. La reivindicación de un derecho democrático, el derecho a decidir, que el Estado niega. Por eso es tan importante que el soberanismo no comenta errores irreparables. En el fondo, este ha sido el juego hasta ahora entre las dos partes, no dar ningún paso en falso, no tomar ninguna decisión que pudiera ser interpretada como antidemocrática por parte la comunidad internacional.
Pero el juego se ha acabado y el escenario para el tan anunciado ‘choque de trenes’ ya está preparado. Es el escenario que necesitaba el PP y que, en buena parte, ha contribuido a crear con su hostilidad hacia Catalunya. Ahora, el Gobierno del Estado cree que, por fin, el independentismo ha cometido el error de “tirar para adelante” sin tener la fuerza suficiente. Porque no tiene la mayoría en votos y porque la estrategia de conservar el poder a toda costa de Artur Mas y CDC ha quedado en evidencia ante la coherencia de las CUP, obsesionados en demostrar que aún existen ideologías más allá del nacionalismo. Y porque, el Partido Popular, intuye que Artur Mas puede cometer el error definitivo, propiciar una nuevas elecciones en marzo antes que renunciar a la presidencia. Sería el desastre final. La gran victoria de la derecha española.
El Parlament, y Catalunya, viven otro ‘día histórico’. Esta vez sí, por el contenido de la declaración independentista. Por su significado. El 9 de noviembre del 2015, seguro, entrará en la historia. Aunque nadie sabe aún si formará parte de la larga y triste historia de las derrotas. O será el punto de partida para volver atrás y recuperar el camino de la legitimidad, el camino del ‘derecho a decidir’. El único camino que puede llevar a la victoria.