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La trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual: una urgencia en la agenda feminista

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Míriam Vázquez Santiago

Fundació Surt —

La trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual (TSH-FES) es una grave vulneración de los derechos humanos y una de las formas más desgarradoras de violencia de género ─la que reciben las mujeres por el mero hecho de serlo. Porque, aunque existe el tráfico de personas con otros fines y también algunos hombres y niños víctimas de trata con fines de explotación sexual (VTSH-FES), el porcentaje de mujeres nos indica que la TSH-FES tiene género. Cada año entre 600.000 y 800.000 personas cruzan las fronteras internacionales como victimas de trata y el 80% son mujeres. Y si hablamos de trata con fines de explotación sexual, encontramos un aplastante 98% de mujeres y niñas.

 Esto es debido, principalmente, a la feminización de la pobreza y las diferentes violencias de género que sufrimos las mujeres desde niñas y que nos sitúan en situaciones de mayor vulnerabilidad. Además del hecho que la demanda de prostitución en los países de destino es, por supuesto, de mujeres.

 La lucha contra la trata, ciega a las necesidades de las sobrevivientes

Como psicóloga feminista y experta en violencia de género, al empezar a tomar contacto con este ámbito, me impactó lo lejos que está la mirada de las víctimas de TSH-FES. Las energías y, por ende, los recursos económicos, están puestos mayoritariamente en la persecución del delito y las intervenciones que ponen en el centro a las mujeres y niñas son minoritarias. Todo gira alrededor del delito y su persecución por lo que en la mayoría de espacios la presencia policial es abrumadora y el discurso jurídico imperante. Espacios que acaban siendo ocupados por hombres que, a pesar de las buenas intenciones y de estar sensibilizados, tienen la urgencia de obtener datos por lo que las víctimas acaban siendo instrumentalizadas con el objetivo de desarticular redes. En relación a esto, Women´s link advierte de que algunas mujeres deciden colaborar pero acaban perdiendo la protección después de que las autoridades consideren que su información no es relevante.

 Las profesionales de los servicios de identificación y atención acabamos dejándonos arrastrar por esa maquinaria y, sin darnos cuenta, dejamos que una vez mas se acabe reproduciendo el esquema clásico de “el salvador” y “la salvada” de las garras del hombre malvado. Unos héroes que tienen el poder, la sabiduría y la fuerza, y unas mujeres desvalidas y sin agencia.

 Con esto no quiero menospreciar el trabajo de las personas que se encargan de nuestra seguridad y persiguen el delito aunque sí evidenciar que ocupan demasiado espacio y hay otras actrices, como las profesionales de las diferentes ONG y servicios sociales y, sobre todo las mujeres y niñas víctimas de trata con fines de explotación. Son supervivientes. Han sido violentadas sistemáticamente y demuestran ser mucho más fuertes que quienes son reconocidos como héroes.

 Otro de los elementos que desplazan nuestra mirada es el encarnizado debate en el que estamos inmersas muchas feministas sobre la prostitución. Aquí no voy a hablar de prostitución sí o no,  voy a céntrame en la trata. Aquí no hay debate.

 Víctimas de primera y de segunda

Como ocurre en otras formas de violencia de género, hay víctimas de trata de primera y de segunda. La ‘buena’ víctima de trata, la que todo el mundo reconoce y para la cual es relativamente fácil activar todos los dispositivos de protección y atención integral, es aquella que, además de autoidentificarse (reconocerse a si misma como víctima de trata), está dispuesta a denunciar y, además, su historia le sirve a la policía para sus investigaciones. Hay que tener en cuenta que suelen ser mujeres inmigrantes en el país de destino sin otra red de “apoyo” que la red de tratantes, por lo que podemos imaginarnos lo difícil que es para ellas dar este paso.

 Las víctimas de segunda son las malas mujeres. Aquellas que no se identifican como víctimas de trata porque para atraparlas en esas redes les hicieron creer que decidían algo. Aquellas que no se pueden ver a ellas mismas como esa víctima de trata encadenada, porque las cadenas son invisibles. Aquellas que toman drogas, una de las cadenas, pues borrachas y drogadas son más vulnerables y menos creíbles. Aquellas que son mujeres trans, mujeres de segunda. Aquellas enamoradas de su tratante: Otra de las cadenas. Aquellas que no romperán nunca del todo con la red que las trajo porque, a pesar de todo, ahora están mejor que antes o, simplemente, porque son las únicas personas a las que pueden recurrir cuando tienen un problema y las entienden mucho mejor que las profesionales de turno a las que se nos escapan muchos códigos culturales. Esta es una de las cosas que más atrapa, pues muchas veces no hay posibilidad de distinción entre red de apoyo y red opresora. Así como el haber vivido previamente situaciones de violencia. En palabras de Amelia Tiganus, activista feminista superviviente de trata, “te lo venden como una liberación. Y lo es si te han quebrado antes”.

 La trampa del patriarcado

Una de las dificultades principales de la lucha contra la trata es que la mayoría de las víctimas no son identificadas y, por tanto, no tienen acceso a asistencia o protección. Esto tiene mucho que ver con la falta de perspectiva de género en el análisis de las historias de vida y con la polaridad a la que está sometido el debate sobre la prostitución y que pretende que las prostitutas encajen en la casilla de “prostitución voluntaria” o “trata con fines sexuales”. ¿Dónde está el límite entre lo elegido y lo no elegido? Nos encontramos en el trabajo diario un gran número de casos que están en ese “limbo” por definir y con los que vamos a contracorriente. Porque, entre otras cosas, cuando las profesionales las identificamos y la mujer no se autoidentifica, restamos agencia a la mujer.

 En este sentido, deberíamos fijarnos más en el trabajo que llevamos realizando durante años con las mujeres que han vivido violencia de género en la pareja. El feminismo ha estado siempre muy presente en la lucha contra este tipo de violencia. También en el diseño de los servicios y en el modelo de intervención. Ahora, al menos en Cataluña, no es necesaria la denuncia para acceder a los diferentes recursos. Es habitual que una profesional detecte una situación de violencia de género en la pareja y que la mujer no identifique como tal lo que le está pasando, pero no por ello decimos que su situación es “voluntaria”. Como en el caso de las mujeres víctimas de trata, muchas veces no tienen  forma de enunciar lo que les ocurre y la naturalización interiorizada de las distintas violencias vividas juega un papel de invisibilidad para ellas, lo cual bloquea el proceso de identificación.

Cuando esto ocurre, las personas que trabajamos en este ámbito, en general coincidiremos en la necesidad de que esta mujer tenga un espacio para trabajar la conciencia de estar en situación de violencia y esto será un proceso más o menos largo, en función de la sofisticación del engaño y la manipulación a la que esté sometida. Y, por supuesto, en función de las posibilidades que pueda  percibir como alternativas a la situación actual, en función del nivel de bloqueo emocional, de los riesgos, de las renuncias que tenga que hacer, del miedo, de su daño en la identidad y autoestima, entre otros elementos. Todo esto es lo que las mujeres sobrevivientes de la trata tendrían que tener la oportunidad de abordar, a su ritmo y estén en el momento que estén. Sean conscientes o no. Simplemente, dando lugar al malestar que ellas expresen y teniendo la oportunidad de resignificar su historia.

 En la trata con fines sexuales, como violencia de género que es, lo que opera en la base tiene que ver con la trampa del patriarcado y sólo puede desarticularse con perspectiva feminista.

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