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Neus Català, la voz de las mujeres represaliadas por los nazis ya tiene calle en París (pero todavía no en Barcelona)

Neus Català, con su traje de prisionera.

Oriol Solé Altimira

Neus Català falleció el pasado mes de abril en su pueblo, Els Guiamets, el mismo que la vio nacer en 1915. Con su muerte se apagó la voz de la resistencia de las mujeres al infierno nazi. Català era una de las últimas supervivientes españolas del Holocausto y una de las que con más conciencia trabajó durante toda su vida para honrar y conservar la memoria histórica de las víctimas, en especial de las mujeres. La ciudad de París inaugura este viernes una calle en su honor y le entregará, a título póstumo, la medalla Grand Vermeil, la distinción más importante que otorga el consistorio parisino.

Mientras, en Barcelona, los trámites para consagrar un espacio público a Català se han visto frenados por las elecciones municipales del pasado mes de mayo y los ritmos propios del consistorio. Todos los grupos municipales acordaron en abril elevar la propuesta a la ponencia de nomenclátor, el órgano formado por una decena de concejales y directivos municipales que decide los cambios de nombre de calles y plazas. La ponencia del actual mandato, sin embargo, todavía no se ha constituido, y tampoco hay una fecha prevista para ello.

Desde la Amical Mathausen, Juan M. Calvo lamenta la “contradicción” que supone el reconocimiento parisino para Català que en España todavía está por llegar. “En Francia, los republicanos españoles son héroes a nivel oficial, en cambio aquí, debido al retraso en las políticas de memoria histórica, las víctimas son demasiado desconocidas”, sostiene Calvo, que reclama un “mayor reconocimiento” por parte del Estado a los represaliados y exiliados por la dictadura franquista que terminaron sufriendo el horror nazi.

“La figura de Neus Català fue tan importante que tuvo cierto reconocimiento en vida, pero tras su desaparición han ido más rápido en recordarla oficialmente fuera de nuestras fronteras que dentro”, valora Calvo. La Generalitat, por ejemplo, dedicó el año 2015 a Neus Català, coincidiendo con los 100 años de su nacimiento, y le entregó la medalla de oro de la institución. Un año antes, Català recibió la medalla al mérito cívico del Ayuntamiento de Barcelona. De cara a los homenajes póstumos, Calvo pide a las instituciones no limitar la memoria de Català a su vida personal, sino que su reconocimiento sirva para “honrar de forma global a todas las víctimas, y en especial a las mujeres”.

Y es que si el gran público pudo conocer la historia de las mujeres republicanas a manos de los nazis fue en buena medida gracias a Neus Català. En 1975, durante un congreso de represaliados en París, a la periodista y escritora Montserrat Roig le llamó la atención el acento de Català. Al acabar su discurso, Roig le preguntó si había estado en Ravensbrück y si conocía a más republicanas deportadas. Hasta entonces, ninguno de los represaliados que había entrevistado para escribir Los catalanes en los campos nazis –obra que 40 años después de su publicación sigue siendo clave para aproximarse a la experiencia de los republicanos bajo el nazismo– le había explicado que también hubo mujeres españolas en los campos.

“De no ser por este encuentro con Montserrat Roig, las mujeres republicanas que sufrieron el horror nazi seguramente seguirían siendo, como le dijo Neus en 1975, las olvidadas entre los olvidados”, recuerda la la escritora Carme Martí, autora de La paloma de Ravensbrück (Roca Editorial), la obra que acaba e publicar y que recoge la vida de Català en forma de novela.

Martí conoció a Català en 2010. La entrevistó para un libro sobre mujeres en entornos rurales (ella fue hija de campesinos), se entendieron bien y le propuso escribir una novela en la que contara su experiencia como testigo excepcional de la Guerra Civil y el Holocausto: Català, enfermera y militante del PSUC, huyó de España en 1939 con 180 niños a su cargo de una de las colonias de Negrín. En Francia se enroló en la Resistencia, pero la detuvieron y torturaron en prisión de Limoges y en 1944 fue deportada al campo de concentración de Ravensbrück. Fue la prisionera 27.534 en Ravensbrück y la 50.446 en Holleischen.

“Al llegar al campo, a Neus le dieron unos zapatos que le iban grandes y se puso a mover los pies para animar al resto de presas. Neus decía que los nazis le hicieron sufrir hambre, sed, y miedo y que le robaron el sueño, pero no la alegría”, rememora Martí de sus tardes con Català. “Creo que su actitud en los campos se explica por su profunda conciencia antifascista, solidaria y feminista”, reflexiona la escritora.

Pese a la vigilancia de las SS, Català y sus compañeras del Comando de las Gandulas inutilizaron casi 10 millones de balas nazis. Fue precisamente cuando más armamento necesitaba el ejército alemán. Primero redujeron la producción y después lanzaron moscas, aceite e incluso escupitajos a la maquinaria que producía el armamento en la fábrica de Holleischen. Así hasta su liberación en 1945.

La icónica fotografía de Català con el traje del campo de Ravensbrück, cuenta Martí –que fue la primera en preguntarle por la fecha de la imagen–, no fue tomada el mismo día de su liberación, sino semanas después en el pueblo francés de Sarlat. “Neus decidió conservar el traje de prisionera. No lo tiró. Desde el primer momento tuvo consciencia de que el horror que vivieron todas esas mujeres no podía quedar en el olvido”, asevera Martí.

A ello dedicó el resto de su vida. Incluso en sus últimos años, cuando aceptó la idea de Martí de contar su historia mediante una novela. “Dijo que el libro no tenía que ser para que la conocieran a ella, sino para que se supiera el sufrimiento de todas las mujeres”, rememora la escritora.

Antes había presidido la Amical de Ravensbrück y había concedido entrevistas, pronunciado conferencias y participado en libros sobre el Holocausto, como el que ella misma escribió: De la resistencia y la deportación: 50 testimonios de mujeres españolas. Uno de sus mayores logros fue, en centenares de visitas a colegios, dar a conocer a los más jóvenes el horror nazi. Tras una de esas charlas, una niña se despidió de ella pronunciando una frase que la define: la mujer que venció a Hitler.

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