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Quince relatos de violencias racistas y resistencias migrantes en València

María Genoveva, madre de Claudia, llegó a España con 83 años para volver a vivir con su hija exiliada.

Laura Julián

València —

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María Genoveva, de Colombia y oxígeno dependiente desde hace 30 años, pisó España por primera vez con 83 años. Su hija, Claudia, lo hacía tres años antes, el 23 de marzo de 2012. “Me vine a España diciéndole a mi madre que en un año regresaría a casa, que aquí venía a trabajar temporalmente”, cuenta esta exiliada política colombiana. De eso hace ya más de ocho años y medio. La muerte de su hermano, un 30 de mayo de 2011, fue el “detonante final” para que Claudia supiera que tenía que abandonar su país y desde entonces reside en València.

“Traer a mi madre de Colombia era uno de mis grandes retos como mujer y defensora de derechos humanos”, explica la activista. Claudia llegó a España dentro del programa de protección a líderes y lideresas de Amnistía Internacional para escapar de la persecución política de grupos paramilitares en Colombia. En su casa de València ya cuentan cuatro generaciones de refugiadas.

La vida de Claudia y la de su madre es una de las quince historias de la exposición ‘No Somos Un Caso Aislado’ coordinada por la ONG Alianza por la Solidaridad. A través de textos y fotografías quince mujeres que actualmente residen en València plasman sus historias de vida y las diferentes violencias que sufren como migrantes. Denuncian con anécdotas personales el racismo cotidiano, la precariedad laboral, las trabas burocráticas para regularizar su situación administrativa o la invisibilidad que sufren como sujetos políticos en España.

Sus relatos se exponen del 26 de octubre al 13 de noviembre en la Biblioteca de Arrancapins Eduard Escalante, en València. El jueves 29 de octubre sus protagonistas realizarán una visita guiada a partir de las 18:00 horas.

“Cuando llegué España era muy consciente de que podía sufrir discriminación”, apunta la lideresa colombiana, quien señala la Ley de Extranjería o los CIE como ejemplos de violencia institucional. El caso de Marcela fue diferente: “Yo elegí viajar a España con mi familia, pero antes de venir no sabía que mis hijos sufrirían racismo”.

Marcela es activista en la Asociación Intercultural de Profesionales del Hogar y los Cuidados (AIPHYC) y en su historia personal denuncia la invisibilidad que padece como trabajadora del hogar y la ausencia de derechos laborales. “Estoy aquí como mujer migrante, migrada por el neoliberalismo, y mi situación es resultado indirecto de un sistema económico precario”, resalta Marcela.

Al contrario que Claudia, Marcela empezó a implicarse en el activismo en España al comenzar a vivir agresiones racistas en la calle o al sentir miedo cada vez que se cruzaba con un policía por no tener la documentación en regla. Recuerda una ocasión en la que caminaba con su hija de seis años: “La niña se asustó al cruzarnos con un perro y el dueño nos dijo: ‘Tranquila, el perro no come panchitos’. Me quedé desconcertada”.

Otra de las historias de la exposición es la de Luz, de 22 años. Llegó a España en 2005 con su familia y en su texto denuncia “el peligro de ser agredidas por los mensajes de odio de partidos fascistas” y reivindica “la herencia común” y “la resistencia histórica” de las mujeres migrantes. 

La exposición se expuso el 16 de octubre en el centro de servicios sociales de Benimaclet, donde permaneció una semana. Previamente, el 12 de octubre, esas mismas calles asistían a una marcha fascista con antorchas y símbolos franquistas convocada por España 2000 y Falange. “Es curioso porque celebran que nos han colonizado y al mismo tiempo nos quieren echar de aquí cuando es resultado de lo mucho que han empobrecido a nuestros países de origen”, cuenta Luz.

De su experiencia como joven migrante destaca la crisis de identidad que sienten los jóvenes migrantes o hijos e hijas de migrantes al crecer en un país en el que constantemente “te preguntan de dónde eres, o te identifican por tus rasgos, tu acento, tu pelo o tu piel, independientemente de haber nacido o no en España”. Y recuerda: “Somos mujeres racializadas porque la sociedad nos racializa, pero las razas no existen”.

Paola, de 30 años, tampoco es un caso aislado. Nació en Quito, Ecuador, y llegó a España en el año 2016 con una beca para estudiar un máster en la Universitat de València. Al acabar sus estudios quiso quedarse en València a vivir y es doctoranda en estudios de género y políticas de igualdad. En su texto denuncia que estos tres años viviendo en España han sido también tres años “de solicitudes, de permisos, de seguros, de tasas, de negaciones...” que han limitado directamente su libertad.

Las historias de Maria Dolores, de México, Rima, de Palestina, o Vanesa, de Argentina, entre otros nombres, también denuncian las trabas para conseguir una vivienda digna o una documentación en regla, el camino “agotador” de quien “busca un futuro mejor”, y a su vez reivindican su identidad y celebran la diversidad de rasgos, acentos y culturas que conviven en España.

Quince historias diversas, con orígenes y situaciones únicas, pero con dos características comunes: la identidad migrante y su lucha y resistencia como sujetos políticos frente al racismo estructural e institucional.

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