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Russafa se reivindica como barrio para la creación literaria

Lola Mascarell, Bárbara Blasco y Elisa Ferrer presentan sus trabajos en el primer ciclo Russafa Crea. / Sala Russafa

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Temporada de avispas, Dicen los síntomas y Nosotras ya no estaremos son parte del último fenómeno editorial de Tusquets. Sus autoras, Elisa Ferrer (L'Alcudia de Crespins, 1983), Bárbara Blasco (Valencia, 1972), y Lola Mascarell (Valencia, 1979) son parte de los nuevos cimientos creativos que quieren reconstruir el barrio valenciano de Russafa. Dos periodistas y una licenciada en comunicación audiovisual han coincidido en publicar tres trabajos seguidos con la editorial catalana, que apuesta por la autoficción narrativa y ha encontrado en la capital varios nombres que completan su catálogo.

La coincidencia de firmas en las mismas calles ha sido el motor para Russafa Crea, una acción impulsada por la Sala Russafa que quiere reivindicar el carácter del barrio como corazón cultural. Parte del céntrico barrio, inmerso en un proceso de gentrificación sin retorno, quiere mostrar que hay vida más allá del tardeo, que no es incompatible el ocio nocturno con acudir a un encuentro literario. La propuesta, que se extenderá a las artes plásticas y al diseño en encuentros abiertos al público, arrancó este jueves con las tres autoras.

La conversación, guiada por el periodista Joan Carles Martí, que las ha bautizado como 'Las tres Tusquets de Russafa' versó en torno a tres sospechosos habituales en las entrevistas a autoras: qué hay de uno en la autoficción, si es posible la disociación autor-obra, y si existe o no una voz femenina en la literatura. Pese a que las tres -junto al moderador- coinciden en rechazar los términos literatura femenina o voz femenina en la escritura, defienden al unísono sus posturas: es una “etiqueta” que, consideran, menosprecia su trabajo, lo cuestiona. En un mundo en el que lo masculino se construye como universal y lo femenino en particular, aspiran a que las preguntas sobre sus singularidades como mujeres en la escritura se vayan diluyendo con los años, a que no exista esa doble vara de medir, a que la literatura femenina no se aparte de la literatura universal.

Las tres obras comparten rasgos de la llamada autoficción, aunque las autoras sostienen que toda literatura parte de lo conocido. “La literatura siempre es una autometáfora, siempre es ficción y siempre realidad”, apunta Blasco, que defiende la creación literaria como “un lugar para cuestionarse”, para expresar en una historia aquello que no verbalizaría. Mascarell acude a una cita de Luis Landero para explicar que “¿dónde vas a buscar si no es en tu pasado?”, recalcando que en toda familia se cuentan distintas versiones de un mismo relato. Ferrer, también profesora de escritura, recuerda como hace a sus alumnos que “hasta haciendo autoficción hay que elaborar el personaje”, distanciando a sus protagonistas de sus propias historias.

Mascarell, Blasco y Ferrer comparten barrio, editorial, narrativas y precariedad. Las tres combinan la creación literaria con otros trabajos de docencia, escriben en sus ratos libres y han hecho de la vocación su trabajo. Mascarell escribe por la mañana, antes de dar clases en un instituto, Ferrer aprovecha los trayectos en el tren de cercanías -destino: profesora de secundaria- para completar su segunda novela y Blasco saca tiempo entre sus columnas, clases y colaboraciones. También las tres adaptan esa condición precaria a la ficción. Temporada de avispas arranca con el despido de Nuria, viñetista que hace las veces de redactora en una revista joven; la protagonista de Nosotras ya no estaremos se atrinchera en la casa de su infancia mientras acumula negativas al préstamo hipotecario con el que pretende conservarla, un espacio íntimo desde el que comienza a tomar notas sobre su vida; Virginia, epicentro de Dicen los síntomas, trabaja como camarera “en un bar de mierda” y anota en sus libretas reflexiones sobre la enfermedad y las metáforas que rodean a su familia.

Dentro y fuera de la obra, las tres autoras abogan por romper con la romantización del trabajo creativo, que en el imaginario colectivo al margen del mercado editorial se interpreta como un privilegio. Es el lema “escoge un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar en tu vida”, que, como analizan diversos autores (Byung-Chul Han, Anne Pettersen o Remedios Zafra), se convierte en una trampa de autoexplotación. “Es lo que pasa con todo lo que te gusta: ya tienes un pago directo en placer”, ironiza Mascarell, definiendo el llamado salario emocional, un concepto conflictivo que planea sobre las obras y el discurso de las autoras; cómo una sociedad ha devorado la vocación para convertirla en una pieza más del sistema de producción y consumo. En el mercado editorial viven todos menos el autor, ironiza Blasco, mientras que Ferrer, que ha optado por desmarcarse de la inmediatez y la sobreproducción, reivindica la literatura como un proceso lento, que necesita atención. Es la quietud por la que aboga Mascarell en Nosotras ya no estaremos, un estado que, coinciden, conviene recuperar.

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