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La inoportuna adolescencia de la Unión Europea

Los refugiados empiezan a llegar a Eslovenia tras el cierre de la frontera húngara

Gema Montagud

Partiendo de la base de que la Unión Europea se encuentra indudablemente en una crisis existencial desde hace ya varios años, procederemos a articular el porqué de ello, y según nuestro criterio tras el debido estudio y reflexión sobre esta cuestión, cuáles pueden ser sus causas originarias y cuáles sus consecuencias (que a su vez se traducen en más causas, resultando en un círculo vicioso). A su vez aportaremos argumentos y motivos suficientes como para entender que la UE se encuentra efectivamente en una crisis de identidad o existencial. Ahora bien, a nuestro entender se debería también indagar en ciertas cuestiones a la hora de completar este análisis, como pueden ser: ¿cómo se podría solucionar esta situación? ¿sería mejor que la UE dejara de existir? ¿cuáles serían las consecuencias? Es pues un momento en el que la situación apremia y el estancamiento que está sufriendo dicha entidad geopolítica está provocando consecuencias con repercusiones que todavía, a día de hoy desconocemos, pero que sin duda alguna están cambiando el orden internacional. No es demasiado tarde, pues, para que Europa se mire al espejo y con madurez, afronte sus problemas.

Las causas originarias y sus consecuencias (convertidas en “causas secundarias”)

Estudiando de esta manera las posibles causas originarias, entendidas en este caso como problemas de raíz de este estancamiento, nos encontramos con tres grandes causas, que inmediatamente procederemos a desarrollar: la Primavera Árabe, la Gran Recesión económica de 2008 y la ausencia de liderazgo en Bruselas en relación a la UE.

En cuanto a la Primavera Árabe surgida en 2011 en Túnez y que supuso un alzamiento del pueblo frente a sus gobernantes, se ha de decir que en algunos casos como en Túnez tuvo como resultado un cambio, más o menos importante, respecto de los derechos y del gobierno, y en algunos casos, como en Egipto o en Siria, empeoró la situación. En el caso de Siria abrió una sangrienta guerra. Una de sus muchas consecuencias (civiles y geopolíticas) fue las repetidas oleadas de inmigrantes buscando refugio en otros países. El problema para la Unión Europea vino cuando estas oleadas de miles y miles de inmigrantes pidieron asilo a países europeos, amparándose en el Estatuto de los Refugiados, establecido en la Convención de Ginebra de 1951 (Eacnur.org, n.d.), y mostrando pues, la incapacidad y poca o ninguna resolución que tuvo Europa para satisfacer estas demandas.

Es más, se puede hablar de que hubo y sigue habiendo una mala gestión del problema (una “des-gestión” de la crisis), ya que no se han desarrollado, por ejemplo, políticas de inmigración y de asilo común realistas y factibles en Europa. Lo que ha faltado, en último término, ha sido voluntad política por parte de los gobernantes de los países de la UE. (Pinyol, 2016).

De ahí se desencadenaron numerosas consecuencias que consideraremos como causas secundarias a la hora de estudiar esta crisis existencial. Las consecuencias fueron las tensiones entre los diferentes países de la Unión Europea en relación a la acogida de estos inmigrantes (Pinyol, 2016), poniéndose en tela de juicio los derechos humanos, los diferentes tratados que dichos países habían firmado tiempo atrás (como se ha citado anteriormente, la Convención del Estatuto de los Refugiados de 1951 – Eacnur.org, n.d.), y el valor que tiene la UE como corazón de Occidente (entendido como la Tríada de Sami Nair: EEUU + UE + Japón – Poch, 2018). Esto estaría relacionado con los valores que encarna Occidente: aquellos que representan Naciones Unidas y la protección de los derechos humanos. Al no poder afrontar esta cuestión, por éstas y otras causas que a continuación estudiaremos, la UE se encuentra en una situación de crisis de valores o de identidad, ya que se han mostrado totalmente sus vergüenzas al no saber cómo reaccionar.

Otra de las mencionadas consecuencias de esta crisis de los refugiados fue el auge de los populismos derechistas, que emergieron también como detonante de la Gran Recesión económica de 2008, considerada como otra de las causas originarias, ya que supuso un empujón, al mismo tiempo, de las tensiones y brechas económicas entre los diferentes países europeos (Rama Caamaño, 2017). Estos populismos derechistas preocupan cada vez más a Europa, ya que han emergido prácticamente en todos los países, incluso en España con Vox, según la revista francesa sobre política internacional, Courrier International (Vox, l’extrême droite trouve sa voix, 2018), y cada vez tienen más votos y mayor importancia.

Este auge de la extrema derecha en los países se traduciría en políticas cada vez más nacionales y en una intromisión de cada país dentro de sí, apartándose e incluso rechazando el proyecto de la UE. Ahora sí, ¿cuál sería el argumento principal por el que se articularía este nacionalismo de extrema derecha de cada país? ¿A qué demandas o temores ciudadanas estaría dando respuesta estos partidos ultra-derechistas? Sin duda alguna, la xenofobia. Se puede incluso afirmar que, en Europa, los partidos xenófobos cada vez son más frecuentes y populares, sobre todo en Suecia, Finlandia, Reino Unido, Hungría, y en países como Francia, Italia, Países Bajos y Dinamarca se han consolidado en los últimos años (Torreblanca, 2011). Además, más recientemente se puede incluir a Austria en esta lista (Rama Caamaño, 2017). Parece, siguiendo el hilo de esta idea, que nos acercamos a la política llevada a cabo por Donald Trump, es decir, a la reclusión política dentro del propio país.

¿Sin embargo, a qué lleva esto? A que Europa se encuentra en una situación interna de crisis de identidad en la que no sabe cómo actuar, cómo afrontar sus propios problemas y miedos frente a una situación que sólo hace que agravarse. Pero esto no se acaba aquí, esto conlleva también otros problemas como el nacimiento del Euroescepticismo (Pinyol, 2016), (que podría entenderse como el rechazo en mayor o menor medida de la UE, que abarcaría desde posiciones en contra de la permanencia en la Unión Europea hasta el simple rechazo de las políticas comunitarias – Aragó y Villalonga, 2018) y el Brexit (2016). De hecho, en 2018, el Euroescepticismo tiene representantes parlamentarios en 25 de 28 países de la UE (Aragó y Villalonga, 2018).

Además, Europa, y más concretamente, la UE ya no es un modelo a seguir para los demás países, en la que los derechos humanos y la democracia son los que garantizan el bienestar del ciudadano. La Unión Europea ya no suscita admiración frente a otras potencias como EEUU, Rusia o China (Torreblanca, 2011). En vez de ello, el proyecto de la UE empequeñece (Pinyol, 2016) y los demás países se aprovechan de esta coyuntura intentando crecer y expandir su influencia a nivel geopolítico. Algunos ejemplos de ello son Rusia o, ante todo (o al menos de forma aún más visible), China. (L’Occident est-il fichu ?, 2018).

Volviendo a la cuestión de las causas originarias, otra de ellas, y es aquí dónde entraría en juego, sería la ausencia de liderazgo desde Bruselas respecto a la UE (Torreblanca, 2011). Al ser la UE una comunidad más bien económica y no tanto política, se podría decir que Juncker no tiene la suficiente legitimidad política respecto de los estados, como para tomar las decisiones que convengan. Es decir, este estancamiento también podría producirse por esa falta de apoyo mutuo y de liderazgo que pueda poner las cartas sobre la mesa, claro está, con el mutuo consenso de los estados. Parece que no hay ni consenso ni suficiente legitimidad para ello. Esto es, los ciudadanos de la Unión Europea no aceptan que Juncker tenga más poder, o que la UE tenga más poder del asignado por los estados pertenecientes (Djurica, 2016).

Actores que se aprovechan de esta coyuntura

Podríamos desglosar este epígrafe en dos partes: por una parte, los actores que se aprovechan de esta coyuntura simplemente (y que incluso resultan favorables para la UE), como por ejemplo Macron a la hora de realzar la UE con Francia como pilar fundamental frente a otros pilares que en ese momento no eran tan fuertes, ya sea Gran Bretaña (con el Brexit) y Alemania (con las elecciones); y por otra, los actores que se aprovechan de esta coyuntura, pero que además, con sus acciones incrementan esta crisis de identidad de la UE. Estos últimos actores, que son los que primero estudiaremos, resultarían ser China, Rusia (Poch, 2018) o, salvando las distancias respecto a sus pretensiones más o menos legítimas, el Daesch.

Si desarrollamos la posición de los dos primeros, diríamos que estarían realizando tácticas estratégicas, para que con la crisis de valores europea y la poca fiabilidad que representa Trump al frente del gobierno estadounidense (ahora ahondaremos más en esta cuestión), llegar a un mayor nivel de poder global desarrollando sus intereses geopolíticos, el primero dejando clara su postura militar y defensiva, y el segundo más bien utilizando un cierto “soft power”, manifiestamente visible con la intención de Xi Jinping de expandir su influencia a nivel mundial mediante su gran proyecto comercial: La Nueva Ruta de la Seda, la cual se opone al monopolio económico occidental (La troisième Guerre de Trente Ans a comencé, 2018).

En cuanto a la cuestión de Donald Trump, sus acciones y su política incrementarían esta situación tan delicada y de un equilibrio sumamente precario. La Unión Europea ya no puede confiar en su aliado más preciado, Estados Unidos, con lo que no existe una unidad real respecto al corazón de Occidente, sobre todo tras la declaración de Trump a principios de 2018, de querer abandonar el pacto nuclear con Irán (Pérez, 2018). Esto también podría representar otro tema de análisis porque supone asimismo una crisis de Occidente, un desplome de sus valores y creencias democráticas. Esto muestra, además, la poca credibilidad que se tiene en esta región del mundo, que antes podríamos considerar la más avanzada.

Otro actor que se aprovecharía de ello pero que además empeoraría esta situación sería el Daesch o Estado Islámico (Djurica, 2016), quién aprovecha además para realizar terrorismo internacional, poniendo en jaque a las potencias europeas y dividiéndolas, sembrar al mismo tiempo el temor y aumentando las medidas de seguridad (frente, posiblemente, a las de libertad).

Finalmente, el actor que querría ensalzar a la UE moviendo sus fichas estratégicamente para situar a su país como corazón de la misma Unión sería Emmanuel Macron. Quién, según la revista política Courrier International, quisiera conquistar Europa (Vu de l’Allemagne: Emmanuel Macron à la conquête de Bruxelles, 2018), volviendo a una figura clave en la Quinta República francesa como fue Charles de Gaulle, pero desde una política más centrista (o de centro-derecha). No obstante, y como hemos ido observando en los últimos meses, esa pretensión de Macron se ha ido deshinchando y perdiendo empuje y fuerza mediante determinados hechos que se han ido dando y que han sido un obstáculo para su gobierno, como: la dimisión de algunos de sus ministros, como Gérard Collomb, Nicolas Hulot y Laura Flessel, que representan una apariencia de confusión alrededor de un presidente que había hecho funcionar su gobierno de forma piramidal (Macron: le “président-manager” a perdu le contrôle, 2018), o la poca credibilidad que representa su figura, ante todo tras los revolucionarios episodios de Movimiento de los Chalecos Amarillos. Por ello, podemos augurar que su proyecto ha fracasado, fracasando pues, una propuesta a la que se podía agarrar la UE para salvarse.

Con todo lo visto hasta el momento, es decir, con las causas originarias que a su vez derivaron en causas secundarias, y más consecuencias que han agravado la situación, además del contexto internacional que no se lo pone fácil a la UE, tenemos que, la situación que afronta no es para nada simple ni sencilla. Con todo este entramado tan complejo de causas y consecuencias, la UE ha de hacer quizás el ejercicio más difícil de su vida, ha de mostrar su madurez para tomar las decisiones convenientes, ya que conforme pase el tiempo será más difícil tomar las decisiones correctas. Una de las posibles soluciones, podría ser la de reforzar la comunidad política y no amilanarse, sino más bien crecerse ante la adversidad. Quizás para ello debería existir un liderazgo más claro, que, teniendo en cuenta todas las opciones e intereses de los países incumbentes, resultara un guía neutral y visible que diera respuesta uniendo las voces de todos los países de la Unión, en una sola voz.

Aunque pueda parecer una cuestión utópica, solo queda el intentarlo, o al menos intentar una alternativa. Sobre todo, salir de ese estancamiento, puesto que la desaparición de la UE supondría la peor de las opciones, constituiría una muestra de que han ganado los populismos ultra-derechistas y nacionalistas, ya que, como dice el dicho, la unión hace la fuerza, y esta Unión está más débil que nunca.

En definitiva, lo que de verdad haría falta para encontrar la solución a esta crisis existencial sería, como suele ser necesario siempre, una mayor cooperación entre los países pertenecientes a la UE, y, sobre todo, una mayor voluntad política por parte de cada uno de ellos.

*Gema Montagud, estudiante de 4º de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universitat de València.

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