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La Unión Europea y el olvido del pasado

El ministro del Interior italiano Matteo Salvini (C), con Marine Le Pen y Geert Wilders (izda)

Víctor Rapún

Qué doloroso es perder algo por lo que tanto se ha luchado, que tanto esfuerzo ha requerido; un proyecto que salió a la luz cuando muchos dudaban de ello, cuando solo se tenía la concepción de una Europa bélica. Contra todo pronóstico, la Unión Europea vio la luz. 60 años han transcurrido desde aquella primitiva Comisión Económica Europea.

Seis décadas dan para mucho, pero tras un próspero periodo en el que, incluso, recibió el noble galardón del Nobel de la Paz, parece que la Unión Europea se encuentra en un momento muy delicado, una crisis estructural que se tambalea por los diversos pilares en los que se apoya, pilares que parecían que nunca iban a quebrarse, pero el tiempo ha acabado deteriorándolos. Para entender este deterioro, se debe viajar hasta la raíz, hasta lo que, a simple vista, se diría que carece de importancia.

Es un martes, por la noche. Como cada martes por la noche, la familia se sienta en la mesa para cenar, encienden la televisión y ponen el informativo. ‘La Unión Europea proporciona un rescate financiero a las entidades bancarias españolas para evitar su quiebra’, dice el primer titular. “Ya están los de Bruselas dando dinero a los bancos en vez de ayudarnos a nosotros”, exclama la madre. ‘Valencia acogerá a los más de 600 refugiados del barco Aquarius’, indica el siguiente rótulo. “Ale, ya vienen a vivir de subvenciones”, comenta el padre.

Mientras tanto, los pequeños de la casa, que carecen todavía de una capacidad crítica para juzgar los comentarios que están realizando sus padres, interiorizan cada palabra que sale de sus bocas y van creciendo hasta formar un pensamiento igual o incluso más extremista que el de sus padres.

Este es un ejemplo que se puede plasmar en la inmensa mayoría de sociedades europeas, y aquí, radica el problema. Porque aquel niño o niña que vio cómo sufría su familia con la crisis del 2008 que golpeó fuertemente la sociedad occidental, hoy, en el 2018/2019, ya es un votante e incluso militante de algún partido político.

Laura Aragó, en Así ha ganado terreno el euroescepticismo en cada uno de los países de la UE explica que se ha producido un cambio de votos debido a que los partidos liberales y cristianos tradicionales no se esforzaron en llegar a los ciudadanos más jóvenes. De esta forma, surgen nuevos partidos derechistas, con un carácter mucho más extremista que los anteriores, que saben llegar a este nicho.

Se dice que la memoria histórica es básica para entender cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, para no cometer los mismos errores que cometieron nuestros antepasados. Pero, ¿qué ocurre cuándo esta memoria histórica es olvidada, encerrada en un baúl bajo llave como si nuestra realidad fuera completamente diferente a la de hace 80 años? Que vuelven los extremos, renacen los partidos populistas extremistas.

Estos partidos emergentes suelen tener un programa muy claro marcado por un discurso xenófobo y antieuropeo. Y es que estos dos temas se han convertido en los trampolines de estas agrupaciones políticas. Eduardo Bayón en Populismo de derechas en los viejos países comunistas nos pone la lupa en diferentes países pertenecientes a la Unión Europea que, actualmente, están experimentando un cambio en su política con el auge de partidos extremistas.

Este es el caso de Hungría, donde gobierna la Fidesz-Unión Cívica Húngara, partido que ostenta el poder desde 2010 bajo la dirección de su presidente Viktor Orban y que se ha hecho famoso por el cierre de fronteras y el establecimiento de alambradas para evitar la entrada de los refugiados. Su frase: “Yo estoy dentro del club (la UE), pero no tengo problemas en decir que soy antieuropeo. Estoy dentro para romperlo todo”, define claramente cuál es su posicionamiento.

Al igual que en Hungría, Polonia también ha vivido el auge de un partido extremista liderado por Kaczynski, Ley y Justicia, que poco a poco ha ido subiendo en votantes hasta lograr que su candidata, Beata Szydlo, fuese nombrada primera ministra. El partido ya ha establecido una “lista negra” con nombres de políticos de la oposición y periodistas rebeldes, así como de activistas, personalidades del mundo académico, cultural y empresarial… Algo que choca bastante para un partido demócrata.

Le Pen bajo su slogan “La Unión Europea morirá porque el pueblo ya no la quiere más” aumenta cada vez más de apoyo en el pueblo francés. El Brexit, se ha hecho una realidad y fue un duro golpe para la UE, ya que, pese a la larga lista de peticiones que existe por parte de países que quieren entrar, es la primera vez que un Estado miembro pide su marcha de la Unión; y no uno cualquiera, sino uno de los países más importantes como es Gran Bretaña.

En Italia, el Consejo de Ministros ha aprobado el decreto sobre seguridad e inmigración que lleva el nombre y la marca personal del líder de la ultraderechista, Matteo Salvini. Con esta nueva medida el objetivo es endurecer las condiciones para los solicitantes de asilo, limitar la protección de los inmigrantes vulnerables y facilitar las expulsiones.

Hasta Alemania, siendo el país que más peso posee en el panorama político europeo ha visto como partidos extremistas han sumado puntos frente a la caída considerable de votantes a Angela Merkel; y es que, según se puede leer en Cinco razones por las que Europa se desquebraja de Torreblanca, las últimas encuestas reflejan que un 63% de los alemanes ha dejado de confiar en Europa y un 53% no ve el futuro de Alemania vinculada a ella.

En España parecía que esto era inconcebible, que la extrema derecha no tenía seguidores suficientes, que el tradicional PP y el auge de Ciudadanos absorberían todos los votos de la derecha. Sin embargo, para sorpresa de muchos, el domingo 7 de octubre, Vox llenó el Palacio de Vistalegre con un discurso basado en “España, primero” y con una clara posición en contra de la inmigración.

Como hemos podido observar, una gran cantidad de países miembro de la Unión Europea están sufriendo un cambio en su política, un cambio en sus ciudadanos que, cansados de entregar parte de la soberanía a un poder “de Bruselas” sin recibir nada a cambio, se dejan llevar por la rabia y por los discursos fundamentados en el odio de estos partidos extremistas. Como bien dice Torreblanca: “Los ciudadanos han retirado el cheque en blanco que habían concedido a las instituciones europeas para que gobernaran, a la manera del despotismo ilustrado, ‘todo para el pueblo pero sin el pueblo’”.

Al principio del ensayo, se planteaba un ejemplo sobre una familia estándar. El padre y la madre mostraban su desaprobación respecto a la política monetaria y financiera como la política receptiva de refugiados que llevaba a cabo la Unión Europea. La desconfianza hacia la entidad europea y el rechazo hacia el extranjero. Y es que ambas van de la mano, ambas forman parte esencial de los partidos extremistas que están apareciendo, y ambos desembocan en una tercera idea que abandera sus programas electorales: el cierre de fronteras, el repliegue político.

No podemos entender el auge de los partidos extremistas en todos los países que hemos visto y la razón por la que, en una época totalmente globalizada, quieran aislarse del resto del mundo, sin conocer que hay detrás, y la principal causa no ha sido otra que el conflicto de los refugiados.

Con el fuerte conflicto vivido en Siria, millones de personas tuvieron que huir de la guerra y de la destrucción en busca de un lugar seguro. Esto, supuso un grave problema para Europa, destino de la mayoría de ellos, que de noche a la mañana le desapareció ese sentimiento democrático y de tolerancia que tanto le había caracterizado en los más de 50 años de su existencia.

En una hipocresía de libro, los diferentes países de la UE decidieron afrontar la situación como si de un problema de vulnerabilidad de fronteras se tratase. Ya no importaba la pobre víctima de la guerra que escapaba de la muerte o el hambre, el interés propio y el temor al inmigrante estaba muy por encima de cualquier sentimiento humilde y empático con aquellos que realmente estaban sufriendo en su países natales.

De esta forma, la Unión Europea comenzó una política de cercamiento a golpe de talonario para, simplemente, externalizar el problema y, por lo tanto, aplazarlo cuando era una consecuencia inminente, que inevitablemente acabaría salpicando al territorio europeo. Ojos que no ven, corazón que no siente. Países ajenos a la UE como Turquía o Marruecos se ensucian las manos a cambio de una cuantía elevada de dinero que los líderes europeos entregan sin ningún problema.

Este rechazo al refugiado viene infundado por el miedo; dicho miedo, por supuesto, ha sido consecuencia de los diversos ataques yihadistas que las grandes ciudades occidentales habían sufrido en los últimos años. Bruselas, París, Londres, Barcelona… El terrorismo golpeó duramente a Europa y la reacción de la UE fue escasa para muchos de sus ciudadanos, los cuales fueron creando ese temor hacia el inmigrante musulmán cuando, irónicamente, aquellos refugiados del Próximo Oriente, que llegaban a “su” territorio, estaban huyendo del mismo enemigo.

Esta concepción de pasotismo por parte de la Unión Europea puso en bandeja a aquellos partidos extremistas que supieron cautivar -a este sector descontento- con su política de repliegue. Se apuesta por “las identidades fuertes, el proteccionismo económico y la aceptación de un mundo multipolar” (Esteban Hernández).

Parecía que en pleno siglo XXI, en una sociedad desarrollada, globalizada e interconectada gracias a la llegada de Internet en nuestras vidas, era imposible concebir que un país se encerrara al resto, le cerrara la puerta al mundo, como si se tratara de una dictadura de Corea del Norte. Pero sí, está ocurriendo.

Mientras tanto, “la UE, políticamente debilitada, establece por sí misma sus objetivos sociales y culturales sin los medios necesarios para conseguirlos; los derechos fundamentales están abiertamente cuestionados por algunos gobiernos ultraconservadores y de extrema derecha” (Ska Keller).

Ya no hay unidad. Se ha establecido una mentalidad similar a la existente después de la Primer Guerra Mundial en la que hay una clara distinción entre “vencedores” y “vencidos”, entre acreedores y deudores fruto de los rescates que se realizaron durante los años de la crisis del 2008, como si todos los países tuvieran las mismas condiciones y pudieran funcionar bajo los mismos supuestos.

Cuando la búsqueda del beneficio y el lucro personal están por encima de cualquier valor humano, de equipo o empatía, las consecuencias siempre han sido desastrosas. Torreblanc explica que estos ajustes y recortes asociados a los actuales planes de rescate “agravarán la crisis que sufren algunos países en lugar de ayudarles a salir de ella”.

¿Qué ocurrirá cuando un Estado se quede sin dinero para invertirlo en sus propios ciudadanos porque está pagando unas penalizaciones impuestas por la Unión Europea, cuando el crecimiento económico se estanque y el desempleo aumente? Esto puede desembocar en una situación extrema, crítica, en la que las sociedades, llevadas por un descontento acumulado, se rebelarán contra estos ajustes y el pago de esa deuda.

Esta rebelión ya ha comenzado. Y no, no ha sido una rebelión “física”, visible, en la calle. Ha sido una rebelión que ha tenido lugar en la mentalidad y en la ideología del pueblo, que ha tenido lugar en las urnas. Esa rebelión se llama auge de los partidos populistas extremistas y, si no se hace nada para evitarlo, serán los encargados de romper en mil pedazos la Unión Europea.

Y es que, como dijo Pablo Suanzes (Las costuras de Europa): “La UE es como las hadas: si dejamos de creer en ella, se muere”.

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