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CV Opinión cintillo

Ximo Puig no gobierna solo

Ximo Puig y Mónica Oltra en las Corts Valencianes.
9 de noviembre de 2020 22:01 h

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Que la mujer del portavoz parlamentario del PSPV-PSOE esté “empeñada en que cierren no sé qué”, según la condescendiente expresión de su marido, Manolo Mata, no es comparable a que la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana abogue por unas restricciones contra la pandemia más estrictas de las que el presidente Ximo Puig está adoptando. Y digo el presidente porque es él quien ha asumido ese protagonismo por encima de la consellera de Sanidad Universal y Salud Pública, Ana Barceló, desde que se declaró la COVID-19. Con su tono prepotente, las declaraciones realizadas el sábado por el líder parlamentario del PSPV antes de una reunión de partido revelan un imaginario que se está instalando entre los socialistas, tendente a considerar a Mónica Oltra un estorbo y a tratarla como si fuera una figura ajena al núcleo duro de gobierno. Resulta sintomático que sea alguien como Mata, que ha contribuido desde el cambio político en la Comunidad Valenciana a la convivencia y cohesión de las fuerzas de izquierda en el seno del Pacto del Botánico, quien exprese tal vez sin querer esa mentalidad.

No es una novedad que cada vez que la líder de Compromís levanta la voz en una negociación, un debate o una crisis surja un coro de críticas a su intolerancia, su estridencia o cosas por el estilo. Se conformó en los albores del Pacto del Botánico y ha resurgido ese coro cada vez que ha habido tensiones entre los miembros del Gobierno valenciano con unos calificativos que a veces sería insólito ver aplicados a un cargo público que no fuera una mujer. Y eso obedece a que no hay una figura que tenga más peso, aparte del presidente, en la política de ese Gobierno precisamente que esa mujer. Lo tiene desde sus orígenes ya que Ximo Puig llegó al Palau de la Generalitat Valenciana, con los peores resultados de los socialistas en la historia de las Corts Valencianes, gracias a que la inesperada irrupción electoral de Compromís, impulsada por el liderazgo de Mónica Oltra, permitió desalojar al PP y conformar una mayoría de izquierdas.

Oltra fue en 2015, y volvió a serlo tras las elecciones autonómicas de 2019, una socia inevitable para Puig al tiempo que la única capaz de disputarle el liderazgo de la izquierda. En el desencuentro que causó la decisión unilateral de Puig de adelantar los últimos comicios para hacerlos coincidir con las elecciones generales del 28 de abril, que enfadó mucho a Compromís porque situaba a la coalición en un escenario muy ingrato, se mezclaron el choque partidista y la rivalidad personal que durante toda la primera legislatura del Pacto del Botánico habían quedado aparcados. Al final, el gobierno de progreso se salvó con un margen muy justo, dada la caída electoral de Podemos, gracias al crecimiento del PSPV-PSOE y al hecho de que Compromís logró mantener la mayor parte de su electorado en tierras valencianas pese al hundimiento de su representación en el Congreso de los Diputados. En aquel momento se deterioró la confianza y el segundo Pacto del Botánico se construyó sobre unas relaciones más distantes.

El liderazgo ante la pandemia

El experimento de coalición de izquierdas que más éxito ha cosechado en España funciona desde hace meses en otro contexto, con un Gobierno central de coalición en el que conviven el PSOE y Podemos y en medio de una pandemia que todo lo condiciona. Y la crisis del coronavirus no ha servido para acercar a Puig y a Oltra, que ha mantenido un perfil bajo mientras el primero asumía todo el protagonismo, y la responsabilidad, en una lucha que superó los errores iniciales para encarrilar con bastante acierto las medidas estrictamente sanitarias. Y en la que la vicepresidenta, que ha tenido que lidiar con el impacto del virus en las residencias, fue marginada del gabinete de crisis que funciona de facto en Presidencia de la Generalitat.

La Mesa Interdepartamental para la Prevención y Actuación ante el Coronavirus, que presidía Puig y de la que formaban parte la vicepresidenta, el vicepresidente segundo, Rubén Martínez Dalmau, cinco consellers y dos secretarios autonómicos, se constituyó en marzo y apenas funcionó. Puede pensarse, con razón, que su composición se solapaba tanto con la del mismo Consell que no tenía sentido. Pero la mayor parte de las grandes decisiones sobre la pandemia, que han sido muchas, las ha tomado y anunciado el presidente al margen de la dinámica habitual del Ejecutivo valenciano, de cuyas deliberaciones da cuenta cada viernes Mónica Oltra en su condición de portavoz. Por otra parte, han tenido que pasar dos meses desde que lo pidiera el alcalde Joan Ribó, otro referente de Compromís, para que la Conselleria de Sanidad Universal se decidiera a crear una comisión bilateral con el Ayuntamiento de València para coordinar la lucha contra la COVID-19 en la ciudad.

La elaboración del proyecto de los Presupuestos de la Generalitat Valenciana para 2021, con una previsión récord de gasto para impulsar la recuperación de la economía y la cobertura sanitaria y social, ha coincidido con la decisión de la líder de la coalición de empezar a expresar en público su malestar y se ha saldado con un encontronazo entre Oltra y el conseller de Hacienda, Vicent Soler, debido a evidentes problemas de entendimiento en la defensa que hace la vicepresidenta hasta del último euro para el departamento que gestiona, el de Igualdad y Políticas Inclusivas, que ve crecer sus cuentas en más de un 19%.

Unos miran a Cantó y otros a Baldoví

No es ningún secreto que Compromís observa con recelo los acercamientos de Puig al líder valenciano de Ciudadanos, Toni Cantó, en busca de su apoyo a esos presupuestos, en una actitud paralela a la que Pedro Sánchez mantiene hacia Inés Arrimadas para recabar el apoyo del partido a las cuentas del Estado. Ni que a los socialistas valencianos maldita la gracia que les hace que Compromís negocie inversiones para la Comunidad Valenciana con el Gobierno de Sánchez y reivindique la reforma de la financiación autonómica, visibilizando con su único diputado, Joan Baldoví, una defensa de los intereses valencianos que queda oscurecida en el seno de un partido de ámbito estatal como es el PSOE.

Si a ello añadimos detalles como la fría invitación formal a la vicepresidenta para el acto que el pasado jueves protagonizó en Valencia Pedro Sánchez para presentar con Ximo Puig el plan de recuperación basado en los fondos europeos, o cuestiones estratégicas como el nivel de participación, y de información, de Compromís sobre las gestiones de la Generalitat ante el Gobierno para la inclusión en ese plan de proyectos valencianos, nos haremos una idea de hasta qué punto se ha perdido la sintonía, al menos, entre dos de los socios del Pacto del Botánico (el tercero, Unides Podem, mantiene a través del vicepresidente Martínez Dalmau una neutralidad militante).

Tentación peligrosa

Los gobiernos de coalición son complicados y las diferencias legítimas. Lo importante es saber gestionarlas, como se han cansado de repetir los protagonistas del Pacto del Botánico. La complicidad atraviesa fases más delicadas que otras. El problema es que se imponga la idea de amortizar a Oltra, una socia fundamental, y fundacional, de la mayoría progresista que dispone de una proyección muy transversal en la opinión pública. Se trata de una tentación palpable en las filas socialistas, y apenas insinuada en algún sector del Bloc, que la gestualidad del presidente no deja de alimentar. Una tentación muy peligrosa, no solo porque a la legislatura le quedan todavía casi tres años, sino porque en un país como el valenciano, donde hace ahora un año las derechas ganaron en las últimas elecciones generales, puede ser literalmente un suicidio. La realidad es que Ximo Puig no gobierna solo. Y es bueno para la izquierda que no lo parezca.

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