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Tiempos centrífugos

José Manuel Rambla

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La polémica abierta por la declaración independentistas del parlamento catalán viene a recordarnos lo obvio: vivimos tiempos centrífugos. Hoy aquel viejo deseo de que paren el mundo para bajarse, se ha transformado en una fuerza incontenible que anhelamos que nos expulse bien lejos, aunque para nuestra desdicha solemos acabar aplastados y atrapados en el tambor de esta lavadora viendo como el centrifugado del sistema nos escurre hasta la última gota de esperanza. No nos engañemos: de aquí al final todo, el mundo quiere salir disparado. Todos, claro, menos los que quieren entrar y a esos, paradojas de la vida, se les impide entrar. O a quienes rezan obedientemente cada día sus oraciones a la virgen con la resignada aspiración a quedarse donde están y se ven arrastrados por el centrifugado que les expulsa a la pobreza, la desigualdad y a la exclusión social.

Salvo ellos, todos los demás, no solo el 48% de los catalanes, aspiramos a salir de aquí. Por eso tal vez ha llegado el momento de admitir de una vez por todas que España es un estado fallido, construido a base de acumular momentos claves en que se mantenía a la fuerza a los que se querían ir y se expulsaba sin contemplaciones a quienes se querían quedar, fuesen estos últimos musulmanes, judíos, rojos o parados de larga duración. La tendencia es tan intensa que incluso más de uno de esos grandes patriotas -llámese Bárcenas o Pujol- que estos días se rasgan las vestiduras no han dudado, llegado el caso, en salir corriendo aunque solo fuese por buscar el cobijo de una cuenta suiza. Incluso gente tan incuestionablemente seria como El País ha decidido separarse del New York Times y centrifugar a Miguel Ángel Aguilar, por un quítame allá unas críticas por la sumisión política y financiera.

Es hasta posible que lo único que en realidad compartimos sea ese deseo de salir corriendo, como esas familias unidas solo por el mutuo deseo de que acabe pronto la cena de Navidad. Eso, claro, y la necesidad, que también suele ser una buena argamasa para las uniones. Tal vez por eso lo más cerca que se estuvo de construir un sentimiento común de pertenencia fue cuando patriotas catalanes y gudaris vascos se unieron a quienes aspiraban a preservar una república de trabajadores. Pero aquella guerra la acabó ganando la España centrifugadora, incapaz de asumir la diferencia, la misma que tiene policías que se sienten provocados por cualquier lengua que no sea español, esa que rechaza al disidente o al heterodoxo, esa patria en cuya caspa parece que nunca se pone el solespañol.

Sí, definitivamente, España no es otra cosa que una unidad de fractura en lo universal. Y por eso mismo, aunque pueda sorprender a primera vista, nada hay más español en estas tierras que su izquierda, también en perpetuo proceso de separación en nombre de la más perfecta de las uniones. La izquierda en este país solo ha estado unida en las cárceles y frente a los paredones. Y a veces ni eso, al no faltar hasta en el instante previo al tiro de gracia la presencia de ese aspirante a comisario político siempre pendiente de encontrar entre el resto de fusilados a esa fracción discrepante ala que reprochar alguna traición a la causa del proletariado o el peso insoportable de unas mochilas.

Es tanta la inclinación a este tipo de comportamientos que hasta en mejores momentos su rastro termina apareciendo. Ahí tenemos si no esa reacción separatista que se ha propagado como una epidemia entre buena parte de los miembros de la ejecutiva del Bloc fruto de las suspicacias con que se ha recibido el acuerdo electoral entre Compromís y Podemos. Porque en última instancia la energía que alimenta todas fuerzas centrífugas no es otra que la desconfianza. Y por desgracia si en algo han sido generosas las distintas izquierdas es en regalar motivos para la desconfianza.

En fin, pues eso, que el problema no son los catalanes, somos todos y nuestra inclinación a romper la baraja, a salir corriendo hartos de nosotros mismos. Yo, sin ir más lejos, estoy desando desconectarme de mi propio inconsciente, liberarme definitivamente del yugo maléfico que me mantiene atado al doctor Jeckyll, romper las cadenas que me tienen ligado a mister Hyde.

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