Colon irritable: qué comer para controlar las diarreas recurrentes

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Jordi Sabaté

Ana, lectora y socia de eldiario.es, nos escribe el siguiente texto: “Me gustaría saber qué debemos comer cuando creemos que sufrimos de colon irritable. Gracias por vuestro trabajo”. 

Hay una conexión real entre el aparato digestivo y el cerebro, de modo que según qué comemos o dejamos de comer, sentimos placer por la segregación de endorfinas por parte del hipotálamo. De ahí que nos gusten determinadas comidas o que nos pongamos de mal humor cuando pasamos demasiado rato con el estómago vacío.

Del mismo modo, cuando nos disgustamos o nos enfadamos, cuando nos estresamos en definitiva, segregamos sales biliares, o bilis, que tiene la misión de ayudar en el metabolismo de las grasas. El problema es que la bilis es extremadamente laxante, y si no estamos haciendo la digestión su secreción lleva muchas veces apareada la descomposición intestinal, la temida diarrea. Es decir que el estrés, el que una persona se ponga “biliosa”, lleva a las alteraciones intestinales recurrentes.

Dichas alteraciones, cuando se prolongan en el tiempo más allá de unos días o unas semanas, constituyen el cuadro del síndrome de colon irritable, un síndrome que puede volverse crónico y tener consecuencias graves para la persona si no se remedia a tiempo. El mismo implica desde episodios de descomposición intestinal a otros de estreñimiento, con frecuente hinchazón de vientre y necesidad de ir al baño con capacidad de autocontrol limitada. 

Aunque el síndrome de colon irritable es una enfermedad con orígenes psicológicos, no siempre es fácil ponerle remedio y en ocasiones, si no se lo ataja a tiempo puede cronificarse, con consecuencias importantes para la persona como riesgo de deshidratación, pérdida de peso y desnutrición y problemas de autoestima al no poder controlar el tránsito intestinal.

Su detección no es sencilla, y adicionalmente pueden aparecer cruzadas algunas causas de origen autoinmune o alérgico, pero una de las pautas para diagnosticarlo es que los desarreglos citados se produzcan durante al menos tres meses y además presenten algunos otros síntomas, como mejoras periódicas tras las evacuaciones, y vuelta a los síntomas tras un cambio en la periodicidad de las heces, que indicarían desarreglos del tránsito intestinal.

Acudir a un psicólogo y a un nutricionista

Una vez diagnosticado, el síndrome no tiene una cura farmacológica, sino que debe ser abordado tanto desde la vertiente psicológica como la nutricional. En el primer caso acudir a la consulta de un terapeuta, para analizar los orígenes y conductas que generan el estrés, puede ser fundamental para mejorar los síntomas si conseguimos cambiar las pautas y relajarnos.

Hay que tener en cuenta que inicialmente padecían colon irritable mujeres de mediana edad muy autoexigentes y con un elevado control de su vida y su entorno, pero en las últimas décadas la enfermedad se ha extendido tanto a hombres como a personas jóvenes e incluso niños, dado el actual ritmo de vida y las exigencias competitivas. En consecuencia, reducir los ciclos del estrés es fundamental y para ello pueden servir actividades como el deporte o prácticas de relajación como el yoga o el mindfulness.

Sin embargo, si el trastorno tiene ya un largo recorrido o las causas del estrés no son sencillas en su resolución y tratamiento, es preciso acudir a un nutricionista que nos ofrezca una dieta adecuada, o por lo menos una serie de indicaciones sobre qué alimentos son convenientes y cuáles no para atenuar los desarreglos del colon irritable.

Alimentos para el colon irritable

La dieta para atenuar el colon irritable implica en un primer momento moderar el consumo de alimentos que sean ricos en fibra insoluble, por lo que eliminaremos de frutas verduras y hortalizas las partes más leñosas. No así la piel si es comestible, ya que es rica en pectinas y mucílagos, la fracción de fibra soluble que se hincha con el agua y da consistencia a las heces, mejorando el tránsito intestinal. Entre otros alimentos recomendados estarían las manzanas o peras, los plátanos o los pepinos –no en exceso pues pueden resultar indigestos–, y en general las hortalizas de pulpa blanda.

Conviene valorar si nos provocan gases o no, y tampoco hay que abusar de la fruta, dado que la fructosa también puede provocar desarreglos. Por lo tanto hay que evitar la fruta excesivamente dulce. Igualmente no se recomiendan en absoluto los cítricos y mucho menos en zumo, pues los ácidos estimulan la secreción biliar. Tampoco serían indicados los derivados del trigo, el ajo, la cebolla, la alcachofa, los guisantes, los espárragos, el puerro, achicoria y otros alimentos que contengan fibra inulina.

Algunos de los citados son además diuréticos, un punto inconveniente ya que el enfermo de colon irritable tiene tendencia a la deshidratación, que debe combatir bebiendo agua abundante. También se deben evitar edulcorantes como el sorbitol –por lo tanto desterrar los productos light y zero–, así como prescindir en la medida de lo posible del café o el té. Menos recomendado todavía es el alcohol.

Respecto a las legumbres, algunos nutricionistas aseguran que conviene limitarlas por su baja digestibilidad. No ocurre lo mismo con el arroz, que es eficaz para retener líquidos en las heces, excepto cuando los episodios críticos no son de diarrea sino de restreñimiento. Finalmente no debería haber problemas para comer carnes, huevo –valorando intolerancias– o pescado siempre y cuando no se aporte a la dieta un exceso de grasas.

También las hortalizas se puede ingerir en general, salvando las excepciones arriba citadas. Por descontado, los anteriores consejos son solo orientativos, y si sospechamos que padecemos el síndrome del colon irritable, en ningún modo deben sustituir a un médico, un psicólogo ni un profesional de la nutrición, que es quien mejor nos perfilará la dieta adecuada. 

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