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La centralidad de la extrema derecha

Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia.

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La victoria de la extrema derecha en Italia ha sido el acontecimiento más destacado del continente europeo, si nos atenemos a la atención que se le ha prestado en los diferentes medios de comunicación y al número de editoriales y columnas de opinión que lo han analizado. Que la extrema derecha alcance el gobierno en el país, cuya capital da nombre al Tratado originario de lo que acabaría convirtiéndose en la Unión Europea, no cabe duda de que es un hecho de esos que se califican de “histórico”. 

Y sin embargo, este acontecimiento “histórico” ha sido recibido con una naturalidad extraordinaria no solamente en Italia, sino en los demás países europeos. El avance de la ultraderecha en los últimos años en bastantes países no solamente europeos sino también en lo que tradicionalmente se ha denominado “mundo occidental”, nos había, en cierta medida, “vacunado” contra este triunfo en Italia. Comparada con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos e incluso con la de Bolsonaro en Brasil, la llegada de la señora Meloni a la presidencia del Gobierno en Italia no se ha vivido como una amenaza para la democracia o, al menos, se ha vivido como una amenaza de baja intensidad. Y como una amenaza que ya estaba “descontada”, por decirlo en términos bursátiles. El triunfo de alguno de los miembros de la familia Le Pen en las elecciones presidenciales francesa sí hubiera sido un terremoto cuyas consecuencias hubieran sido difíciles de manejar. No es esa la impresión que transmite el resultado de las elecciones de este pasado domingo en Italia.

Esta naturalidad con la que hemos recibido el resultado tal vez sea lo más preocupante. Viene a confirmar que el programa político de la extrema derecha no se sitúa ya en los márgenes del sistema político de la democracia “occidental”, sino que está tan en el centro del sistema como los de las demás opciones políticas. No hay programas que sean democráticos y otros que no lo son. Ya lo son todos. Cuando en un país como Italia la extrema derecha ocupa el Gobierno, esto pasa a ser indiscutible.

Esta “centralidad” de la extrema derecha tendrá que ser metabolizada en cada uno de los países de la Unión Europea y, lo que es más importante, en la UE en su conjunto. De la forma en que se produzca esa metabolización la Unión será una cosa u otra distinta, o incluso entrará en un proceso de disolución. 

La Unión Europea fue el resultado del avance de la democracia en el continente. Empezó en la parte occidental del continente en los años cincuenta. Aunque el Reino Unido podía haber formado parte de las comunidades europeas desde el principio, no lo fue por unas circunstancias singulares, que no tienen nada ver con su condición democrática. Y quedaron fuera los tres países, Grecia, Portugal y España, que no estaban constituidos democráticamente. En los años setenta y ochenta se incorporarían Grecia, Portugal y España e, inmediatamente después, con la caída del Muro de Berlín, las comunidades europeas se transformaron en la Unión Europea. 

La UE ha sido la expresión del triunfo de la democracia a escala continental. Ella misma no está constituida democráticamente, pero sí tienen que estarlo todos los Estados miembros. Es un club de Estados democráticamente constituidos. La democracia es el presupuesto de su constitución. ¿Podrá seguir manteniéndose si algún o algunos de sus miembros dejan de ser democracias dignas de tal nombre? ¿Dónde se pondrá el límite de lo que se entiende por democracia?

Estos son los interrogantes que pensábamos que no tendríamos que llegar a plantearnos y, sin embargo, son las incógnitas que tendremos que despejar en el futuro. La “naturalidad” con que se ha recibido un Gobierno de extrema derecha en Italia es el indicador claro de que será así. 

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